El Rusiagate se acelera y desde ayer entró en una nueva fase, con la acusación formal de tres personas cercanas a la campaña electoral de Donald Trump, entre ellas el que fuera jefe de las operaciones durante tres meses, Paul Manafort.

Tras meses de secreto y hermetismo, el equipo del fiscal especial del caso, Robert Mueller, empezó a demostrar que el trabajo de su equipo va a dar frutos. Desde el viernes se sabía que había introducido acusaciones contra alguien, pero se desconocía el alcance. Ayer se vio que comienza apuntando alto.

Que el primero haya sido Manafort no es una novedad, menos desde que se supo que en julio se registró su casa en busca de documentos incriminatorios. Su nombre estaba en todas las quinielas y apuestas, perseguido por su fama de relaciones turbias con figuras prorrusas en Ucrania y un enriquecimiento desmesurado.

A primera hora de la mañana se levantaba el secreto de sumario: Manafort y su mano derecha, Rick Gates, eran acusados de 12 delitos, incluyendo “conspiración contra Estados Unidos”, lavado de dinero, y falsedad de testimonio y documental. Para evitar verse esposados, ambos decidieron entregarse a las oficinas del FBI y pasar a disposición judicial.

A mediodía ya se sabía su suerte: tras declararse no-culpables de todos los cargos, se les retiró el pasaporte e impuso arresto domiciliario, con fianzas de 10 millones de dólares para Manafort y de 5 millones para Gates. De ser declarados culpables, pueden enfrentar una condena de más de 40 años de cárcel.

Si bien es cierto que los delitos de los que se les acusa no tienen relación directa ni demuestra nada de lo que está investigando Mueller —centrado en los supuestos lazos entre el Kremlin y la campaña de Trump, así como la posible obstrucción de justicia del presidente en la destitución de James Comey como director del FBI—, el inicio del proceso judicial manda un mensaje: la investigación independiente del Rusiagate va viento en popa, empieza a tener resultados concluyentes y todo el mundo está sujeto a investigación y podría caer.

Manafort era carne de inquisición. Su paso fulgurante como jefe de campaña de Trump se vio truncado por su cercanía con el ex presidente ucraniano —y prorruso— Víktor Yanukovich, así como otras figuras de la órbita en favor de Rusia en Europa del Este.

En el documento judicial de imputación se habla de que habría lavado 18 millones de dólares provenientes de trabajos de consultoría en Ucrania por más de una década. Además, ocultó al fisco de EU varias cuentas en el extranjero, entre otros delitos.

El nombre de Manafort, por su cercanía con el presidente y la influencia que tuvo en la parte central de su llegada a la Casa Blanca —consiguió que el Partido Republicano tuviera un programa más pro Moscú—, no es, sin embargo, el caso más revelador en relación al Rusiagate.

También se destapó ayer que a principios de octubre el hasta ahora desconocido George Papadopoulos, un cargo menor entre los asesores en política exterior de la campaña de Trump, se había declarado culpable de mentir al FBI sobre sus contactos con agentes rusos, y desde julio estaría colaborando con la investigación.

El documento de acuerdo de culpabilidad de Papadopoulos es una mina de datos: cuenta que fue contactado por un “profesor” con “conexiones sustanciales con funcionarios de gobierno rusos” que le prometieron material “sucio” sobre Hillary Clinton, rival de Trump en las elecciones, en “miles de correos electrónicos”.

En uno de los pies de página, los investigadores señalan que los rusos se habrían acercado a Papadopoulos para no levantar sospechas, aprovechando que era una figura de “bajo nivel”. Los mensajes fueron pasados a cargos más importantes de la campaña, que en el documento quedan sin citar. Pero medios locales aseguran, citando fuentes anónimas, que uno de ellos era el propio Manafort.

Trump quiso desmarcarse. Primero, reiteró que los delitos que se le imputaron a Manafort eran de “años antes” de que se uniera a la campaña, hecho en el que insistió la portavoz presidencial Sarah Huckabee Sanders: “No tiene nada que ver con el presidente”.

También trató de desviar la atención e insistió en que el caso real de colusión es con la “corrupta” Hillary Clinton, una tesis que repite desde hace días, especialmente desde que se supo que el Partido Demócrata financió parte del dossier con material lascivo no demostrado contra el magnate.

Manafort puede ser sólo la punta del iceberg de la investigación de Mueller, quien tiene en la mira a más figuras de la órbita Trump. Ha entrevistado a ex funcionarios como el ex portavoz Sean Spicer o el ex jefe de gabinete Reince Priebus, y entre sus objetivos están el ex asesor en seguridad nacional Michael Flynn, el yerno del presidente, Jared Kushner, y el primogénito de la familia, Donald Jr.

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