Cochabamba es un jardín contaminado en el centro de Bolivia. Lejos del umbral máximo permisible de concentraciones de partículas de 50 microgramos por metro cúbico, la ciudad capital de la provincia de Cercado y del central departamento boliviano de Cochabamba que es famosa por su colorida vegetación y su confortable clima, emergió en los últimos años como una de las urbes más contaminadas de América Latina y el Caribe.
De registrar una concentración de partículas de 63 microgramos por méctro cúbico en 2015, llegó a 68 en 2016, en una tendencia que prosiguió en 2017.
Los recuentos, reportados por informes del gobierno boliviano, exhiben la situación que persiste en mantos acuíferos, ríos y lagunas inundados de basura y con rellenos o botaderos de desechos con manejo ineficiente, en un fenómeno agravado por la acelerada emisión de gases del parque vehicular, los hornos de ladrilleras a cielo abierto y la escasa voluntad de los cochabambinos de evitar la contaminación.
“El monstruo es el parque automotor: genera 90% de la contaminación. El 10% restante es por las ladrilleras con su tecnología de quemado”, dijo el boliviano Alaín Terán, responsable de Redes de Monitoreo de la Calidad del Aire de la alcaldía de Cochabamba.
“La contaminación atmosférica se eleva de mediados de abril hasta agosto, por la época de invierno [en el hemisferio sur] con vientos calmos y poca lluvia, en un valle rodeado de serranías, que impiden que la polución se disipe”, narró Terán a EL UNIVERSAL. Tras advertir que “lo más grave es que se daña la salud de las personas”, recordó que un estudio de la Universidad Católica Boliviana, centro privado de estudios superiores de Cochabamba, detectó desde 2009 que, por la contaminación, al menos 209 personas murieron y más de 7 mil sufrieron infecciones respiratorias en esa ciudad.
La crisis en Cochabamba es apenas un reflejo de la agudizada contaminación que avanza, sin visos de retroceso, en otras ciudades y regiones de América Latina y el Caribe.
Un gigantesco mar de basura de animales muertos, residuos hospitalarios, ropas, latas, vidrios, plásticos y un largo listado de desechos sólidos flota hace más de 10 años en aguas ricas en recursos pesqueros del océano Atlántico entre las costas de Guatemala y Honduras.
La mancha amenaza el Sistema Arrecifal Mesoamericano, la segunda barra de coral más grande y rica del mundo que va de las costas caribeñas de México hasta Colombia.
Proveniente de la vertiente caribeña del istmo, la basura es lanzada a las cuencas del río Motagua —que nace en Guatemala, en su tramo final recorre la frontera con Honduras y con 468 kilómetros es la más larga de Centroamérica— y de otras fuentes fluviales que desembocan en el Caribe. Los residuos en el agua son devorados por peces que, al final, son consumidos por la gente.
Bogotá, capital y principal urbe de Colombia, sufre altibajos en los rangos de contaminación atmosférica por múltiples causas, como el tránsito automotor, y su impacto en la salud. Aunque las autoridades capitalinas insistieron en que hay una aceptable calidad del aire, estudios independientes mostraron que pese a que la contaminación es moderada, tampoco significa que la situación está totalmente controlada o que pueda precipitarse a una crisis de mayor gravedad. Por algo, ya surgieron llamados a declarar alerta por la contaminación.