El espionaje es tan viejo casi como el mundo. Desde Mata Hari a los globos chinos, pasando por Pegasus, no hay alianza ni amistad que valga: siempre habrá un secreto que alguien más está interesado en conocer.
Lo más “tradicional” son los espías de carne y hueso. Como la misma Mata Hari o, mucho más recientemente, el oaxaqueño Héctor Alejandro Cabrera, quien pasó de ser un científico con un brillante futuro a terminar condenado en Estados Unidos por haber espiado para Rusia. Lo que cambia es la tecnología. Si antes se confiaba en la habilidad de una persona, ahora se invierte en todos los avances habidos y por haber para saber qué está haciendo el otro.
Estados Unidos ha sido señalado en diversas ocasiones por espiar a todo el mundo, incluyendo la canciller Angela Merkel a pesar de que eran “amigos” con la administración de Barack Obama.
Pero Alemania, Francia, Reino Unido, tampoco son inocentes en el juego del espionaje. Infiltrados en embajadas o en instituciones, utilizando satélites con supuestos fines civiles o comerciales para captar imágenes, con drones o ahora con globos capaces de detectar el calor humano y de grabar video, entre otras “gracias”, el espionaje ha formado parte de la historia y tensiones de la humanidad. Y los casos han sido destapados desde informantes hasta hackers.
No sólo se espía a gobiernos, o empresas. También a periodistas, activistas, a cualquier persona, como lo demostró el escándalo de Pegasus. Nadie está a salvo y tampoco se requiere de mucho dinero, o de mucho esfuerzo. Llegada la era de las redes sociales, cualquier dejo de privacidad se esfumó. Facebook, TikTok, Google, Twitter, saben más de la gente y de sus gustos a veces que ellos mismos. Ese “espionaje” tampoco es inocente. Sólo hay que ver la cantidad de anuncios que aparecen de repente, motivados por las búsquedas, intereses, amigos de una persona.
El espionaje ha permitido develar planes de ataque de gobiernos, o la represión de pueblos, pero también ha puesto en peligro las vidas de madres y padres de desaparecidos, de periodistas que no sólo son blanco de criminales, sino de los mismos gobiernos que deberían protegerlos; de personas que inocentemente cuentan “a sus amigos” de Facebook que salen de vacaciones, sólo para encontrar sus casas saqueadas a su regreso.
Es un mundo peligroso y donde prevalece la desconfianza; donde cualquier cosa que se diga puede terminar siendo del conocimiento del público general. De las burlas en la escuela a los crímenes, el espionaje forja enemigos y puede terminar en guerras. Cada gobierno se justifica evocando la seguridad nacional. ¿Y qué pasa con los millones de ciudadanos en el mundo que día a día son espiados?
¿Dónde están los límites para empresas, para grupos de poder? ¿Dónde los derechos y la privacidad de la gente? Por décadas se ha temido que fuerzas extraterrestres vigilen cada uno de nuestros movimientos. No hace falta. Son los nuestros los que nos espían.
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