Nació como un grupo de ocio y amor a las armas en 1871, pero ahora es uno de los lobbys más influyentes en la política estadounidense. La Asociación Nacional del Rifle (NRA) distribuye cada año millones de dólares entre políticos republicanos, convirtiéndose en una de las plataformas más indispensables para entender la política de Estados Unidos y, especialmente, el movimiento conservador.
Su capacidad de influencia va más allá del dinero. Es cierto que siempre se destaca la cantidad de dólares que aportan a campañas electorales (sin ir más lejos, en las presidenciales de 2016 gastaron más de 31 millones de dólares en ayudar a que Donald Trump ganara la presidencia), pero la NRA es algo más que una fábrica de billetes: es el símbolo de una cultura y unos valores arraigados en lo más profundo de la sociedad.
Es ahí donde recae su importancia, en su conversión en adalid de la moralidad conservadora y referencia única de la defensa de la venerada Segunda Enmienda de la Constitución, la que permite la tenencia y portación de armas de forma libre en Estados Unidos.
Las armas son un elemento fundamental en la política de EU, y como factor definitorio del voto de muchos millones de estadounidenses siempre está en el centro del debate. Aquel candidato que defienda más a ultranza las armas tendrá el apoyo de la NRA, no sólo en dinero sino también en miembros, seguidores y, en consecuencia, en votos.
A pesar de que la NRA sólo cuenta con 5 millones de miembros activos, se calcula que hay entre 73 y 81 millones de adultos que son propietarios de armas. Y eso significa muchos votos en cualquier contienda electoral.
El poder de movilización de corrientes de pensamiento de la NRA es indescriptible, casi una corriente propia dentro del ideario del Partido Republicano.
Su tesis de que la “libertad” está en peligro constante cala hondo entre sus simpatizantes, y eso le permite continuar con su agenda de temor a una relectura de la Constitución que promueva restricciones y regulaciones en el acceso a armamento.