San José. – que el sábado anterior se convirtió en huracán y se lanzó en un paseo de muerte y destrucción en un recorrido desde el suroriente al suroccidente del mar Caribe y sin descartar sorpresas en la ruta, pareció darle el empujón que les faltaba a varias naciones caribeñas para sumirse en el desastre socioeconómico.

Como primer mayor torbellino de la temporada de 2024, de junio a noviembre, desnudó la deriva del Caribe.

Las espirales de Beryl exhibieron en el Caribe, por un lado, su endémica falta de preparación para enfrentarse a este tipo de eventos, pese a que por siglos fueron visitantes garantizados cada año a la zona, y, por el otro, volvieron a golpear y derrumbaron lo que quedó pendiente de caer en el paso de su predecesor.

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San Vicente y las Granadinas, uno de los bastiones políticos caribeños del bloque más duro de la izquierda de América Latina y el Caribe con Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia, sufrió la devastación, entre lunes y martes pasados, del 90% de su aparato habitacional o de viviendas por el demoledor ataque del huracán.

Esa excolonia británica tiene solo unos 110 mil habitantes en 387 kilómetros cuadrados, por lo que los daños mostrarán un impacto de mayor magnitud socioeconómica y política y crecerán las demandas de soluciones urgentes. Cuba y Venezuela, sus principales socios regionales, tampoco emergieron con condiciones financieras de auxiliarla, como en épocas recientes.

Granada, también excolonia de Reino Unido y un archipiélago de 344 kilómetros cuadrados y unos 112 mil pobladores, registró lo que su primer ministro, Dickon Mitchell, describió ayer como “inimaginable” y “total” escenario de destrozos por el azote de Beryl. “Tenemos que reconstruir desde los cimientos”, anunció Mitchell luego de un recorrido por las islas.

“Cuenten con Cuba para lo que necesiten”, proclamó anteayer el presidente cubano, Miguel Díaz—Canel, en su cuenta de X (antes Twitter).

No obstante, el régimen comunista cubano todavía tiene masivas deudas pendientes con su propia población por las graves afectaciones provocadas a la infraestructura cubana, como a los servicios de electricidad y de agua con cortes y racionamientos, por tragedias naturales de al menos los últimos cuatro años.

Por los efectos colaterales de los meteoros, miles de cubanos se lanzaron a las calles desde a repudiar al régimen por su ineficiencia para enfrentar las carencias de agua y electricidad y a pedir libertad, democracia y fin del comunismo, en hechos que las autoridades cubanas minimizaron.

Los derrumbes de viejos edificios de La Habana, construidos en la primera mitad del siglo XX o en parte de la década de 1950 y deteriorados por el paso del tiempo y sin mantenimiento en los últimos 65 años, se convirtieron en espectáculos frecuentes en el siglo XXI y fueron causados por lluvias sin rango de huracán.

Díaz—Canel también envió ese día un mensaje de calma a los cubanos, tras aseverar que Cuba “no será impactada directamente por el fuerte huracán” Beryl, aunque alertó que “durante su paso por los mares al Sur de la isla podemos sentir algunos de sus efectos”.

Cuba se afianzó en ejemplo caribeño de que el proceso de recuperación tras los huracanes siguió demorándose por años.

“No hemos visto lo peor” de Beryl en Jamaica, pronosticó ayer el primer ministro jamaiquino, Andrew Holness, en momentos en que el ciclón empezó a atacar a esa también excolonia británica de casi tres millones de habitantes y unos 11 mil kilómetros cuadrados. Jamaica es una de las naciones caribeñas anglosajonas de mayor extensión y población.

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Al admitir la realidad de que, esta vez, volvieron a predominar ineficientes mecanismos de preparación y prevención de catástrofes similares, Holness subrayó que las autoridades jamaiquinas de socorro y de otros cuerpos “no cuentan con todos los recursos que desean”, pero destacó que “suplen cualquier escasez con experiencia y capacitación en respuesta”.

De manera sorpresiva, y a pesar de estar ubicada en el mortífero camino tradicional de los huracanes y en medio de su peor calamidad institucional y social del siglo XXI, Haití pareció salir ilesa anteayer de Beryl, que se abalanzó ese día sobre República Dominicana, su vecina por el este con la que comparte la isla La Española.

Haití coleccionó, al menos en los últimos 70 años, gran cantidad de nombres de huracanes que la arrasaron y, por efecto en cadena, aceleraron sus eternas crisis institucionales.

Al igual que en Haití, estas y otras debacles naturales también aportaron su saldo de conflicto humanitario, que se reflejó en las reiteradas oleadas de migrantes irregulares a Estados Unidos, directamente por mar o, indirectamente, por peligrosos trillos y fluviales, de América Latina.

De acuerdo con Nacions Unidas, los efectos del cambio climático en el planeta, de sequías extremas a huracanes e inundaciones se han convertido en una de las principales razones por la que millones de personas alrededor del mundo migran a zonas menos afectadas dentro de su país o deciden emigrar hacia alguna otra nación.

“Cada año, desde 2008, se estima que un promedio de 24.5 millones de desplazamientos han sido ocasionados por peligros repentinos relacionados con el clima, como inundaciones, tormentas, incendios forestales y temperaturas extremas”, advirtió en abril la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.

Todas las islas del arco o de la cuenca del mar Caribe ya fueron advertidas desde mayo de este año por la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica del gobierno de EU acerca de que en 2024 se registrarán de 17 a 25 meteoros. En 2023 hubo 20.

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