Hace un año, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaraba un brote de un nuevo coronavirus detectado en China como “una emergencia de salud pública internacional”.
Para ese momento, en el gigante asiático había 7 mil 700 casos y 170 decesos. A nivel mundial, había 82 casos en 18 países, según el organismo.
Un año después, la situación está fuera de control: el virus está presente en 192 países o regiones, de acuerdo con el recuento de la Universidad Johns Hopkins. Hoy día suman 102 millones 7 mil 448 casos y 2 millones 204 mil 494 decesos.
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Si hace un año se veían lejos los confinamientos decretados en las zonas afectadas de China, incluyendo Wuhan, donde se detectaron los primeros casos, en 2019, hoy prevalecen las restricciones de viajes internacionales. Pasado el cierre total de fronteras europeo, ahora hay cierres selectivos.
El 21 de enero de 2020 se confirmó el primer caso del coronavirus, al que después se le denominaría Covid-19 en Estados Unidos. De ahí, su llegada a México y el resto de América sólo era cuestión de tiempo. Un año después, Estados Unidos y México son dos de los países más afectados por la pandemia en la región.
“Todos los países deben estar preparados para la contención, incluida la vigilancia activa, la detección temprana, el aislamiento y el manejo de casos, el rastreo de contactos y la prevención de la propagación de la infección por [el entonces conocido como] 2019-nCoV, y compartir los datos completos con la OMS”, advirtió hace un año el director General de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus. Ayer, recordó que tras la declaratoria, “algunos países escucharon y otros no (...) Entonces había 100 casos, sin muertes fuera de China, y esta semana hemos llegado a 100 millones (...) En las dos últimas semanas se han registrado más que en los primeros seis meses de pandemia”.
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A partir de ese momento, como mantra, la OMS repitió la necesidad de aplicar pruebas para detectar casos, rastrear contactos y tomar medidas de aislamiento. En torno a los cubrebocas, reinó la confusión, hasta que finalmente el organismo reconoció que era la mejor forma de cuidarse.
Sin embargo, salvo por algunas excepciones, como Nueva Zelanda o Taiwán, que lograron controlarlo, el virus arrasó primero en Italia, luego en el resto de Europa y llegó a Estados Unidos bajo el mandato del entonces presidente Donald Trump, quien se negó a ordenar confinamientos o siquiera el uso de cubrebocas.
El mandatario tampoco era fan de las pruebas masivas e, incluso, aseguraba que el virus se iría “en el verano”. El resultado: el país acumula 25 millones 909 mil 336 casos y más de 436 mil decesos.
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En México, donde el virus llegó el 27 de febrero, el presidente Andrés Manuel López Obrador se negó a cerrar fronteras o a ordenar confinamientos, o el uso de cubrebocas. La cantidad de pruebas ha sido limitada y tampoco se ha apostado por rastrear contactos. Al igual que en Estados Unidos, han sido los gobernadores los que han ordenado cierres y otras medidas ante una pandemia que, lejos de los 2 mil decesos proyectados al principio, es hoy el tercer país con más fallecimientos por la enfermedad: 156 mil 579, y el 13 en número de contagios, con un millón 841 mil 893.
Un año después de que la pandemia fuera declarada emergencia internacional, quedó en claro que nadie se salvaba: del primer ministro británico, Boris Johnson, a Trump, Bolsonaro y López Obrador, diversos dirigentes se han contagiado. Los hospitales, tras una primera ola que los desbordó, hoy se ven nuevamente rebasados. Y en el mundo se ven nuevas cepas: la brasileña, la británica, la sudafricana...
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El coronavirus es una pandemia que puso a prueba sistemas sanitarios, económicos y sociales. Países de la Unión Europea y EU se abocaron a aprobar paquetes de ayuda para los ciudadanos que se quedaron sin empleo, que tuvieron que quedarse en sus casas. Cada país tomó las medidas que mejor consideró: del cierre de negocios a escuelas; de la suspensión de viajes al bloqueo de fronteras, hasta llegar a extremos como el de Nicaragua, donde se optó por hacer… nada.
También puso a trabajar a científicos a un ritmo frenético para buscar una vacuna que pusiera fin al horror. Farmacéuticas desarrollaron sustancias que, un año después de la declaratoria de emergencia, ya están en circulación.
Aun así, la luz al final del túnel está lejos. No sólo eso. El milagro que los millones de ciudadanos del mundo esperaban que llegaría con la vacuna, no llegó, y Adhanom Ghebreyesus advirtió que nos aproximamos a una “catástrofe moral” de dimensiones no vistas ante lo que calificó de “nacionalismo de las vacunas”.
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“Las vacunas contra el Covid-19 se están administrando en 50 países de todo el mundo, casi todos ellos naciones ricas. Un 75% de las dosis se han desplegado en sólo 10 países”, alertó esta semana el director de la OMS. La esperanza, según parece, sólo está llegando a los países ricos, mientras los demás se quedan atrás.
Por total de vacunas, la lista la encabezan Estados Unidos, China, Reino Unido, Israel y Emiratos Árabes Unidos, mientras en Israel ya se vacunó con la primera dosis a 40% de la población, en todo África solamente se ha vacunado a un total de 19 mil 889 personas, de acuerdo con Our World in Data.
La desesperación crece. Los gobiernos pelean con las farmacéuticas por los retrasos en la distribución. Los ciudadanos toman las calles en ciudades de México, Estados Unidos y Europa. “Necesitamos ayuda”, afirman comerciantes; “no podemos más”, clama el personal sanitario. “La situación es insostenible”, critican los ciudadanos encerrados. “Nos quieren controlar”, aseguran los anticonfinamiento.
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A un año de la declaratoria de emergencia, puede decirse que la lección de la primera ola no se aprendió. Mientras millones lidian aún con la enfermedad o sus secuelas, otros insisten en que el virus no existe. Y la solidaridad es más la excepción que la regla. “Hace un año dije que el mundo tenía la oportunidad de impedir la propagación de este nuevo virus, y algunos escucharon, pero otros no”, lamentó el director General de la OMS esta semana.
Días antes de la pasada Navidad, la canciller de Alemania, Angela Merkel, suplicaba que la gente no se reuniera, advirtiendo que lo contrario podría significar la última celebración para muchos y, en última instancia, que “algo habremos hecho mal”. Pero las cifras de contagios y defunciones se han disparado desde entonces. Algo, en efecto, hicimos mal.