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Bruselas.— En comparación con otras regiones del planeta, Europa posee recursos de agua dulce relativamente abundantes. Pese a ello, los europeos no pueden dar por sentado el acceso al líquido.
El crecimiento de la población, la urbanización, la contaminación, el turismo de masas y fenómenos relacionados con el cambio climático, como sequías prolongadas y lluvias más intensas, aumentan la presión sobre el suministro y la calidad del agua. Incluso, la tensión hídrica es un problema que afecta a más de 100 millones de europeos.
Para mitigar los efectos de la problemática del agua, la cual es detonante de conflictos armados y desencuentros diplomáticos entre naciones, así como causante de la muerte de 340 mil niños al año en todo el mundo por cuestiones de insalubridad, la Unión Europea (UE) teje una respuesta colectiva desde el decenio de 1990.
Desde entonces, el consumo de agua en la mayoría de los sectores económicos, como el agrícola, manufacturero, la calefacción, refrigeración y turístico, baja considerablemente. De acuerdo con la Agencia Europea del Medio Ambiente (EEA, por sus siglas en inglés), la transformación comenzó con la modernización de las redes públicas del agua, las canalizaciones y los sistemas de bombeo. La medida respondió a que 60% del agua llegaba a perderse por fugas en la red de distribución. El caso más ilustrativo es el de Malta, cuyo consumo actual se sitúa en torno a 60% de sus niveles de 1992 gracias a que aumentó sustancialmente sus capacidades de gestión de fugas.
Al mismo tiempo, los países han aumentado la proporción de hogares conectados a instalaciones de tratamiento de aguas residuales: en Europa central el índice de conexión va de 97% a 72%. Una vez depurada, el elemento en ocasiones vuelve a la naturaleza, reabasteciendo ríos y aguas subterráneas.
Igualmente hay esfuerzos considerables para reducir la introducción de compuestos químicos en el suelo, por ejemplo, la imposición de estrictos límites al uso del nitrógeno y el fósforo, no sólo en la agricultura, sino también en productos como los detergentes domésticos.
Los hogares también han constituido un importante frente de acción, a través de la adopción de políticas de fijación del precio del agua, la imposición de gravámenes y recargos sobre su consumo; el desarrollo de campañas de educación y el fomento al ahorro.
Por ejemplo, la introducción de inodoros de dos botones ha generado un ahorro de 6 litros por descarga promedio en comparación con los modelos antiguos, en tanto que los rociadores de ducha a presión y las lavadoras clase A bajan el consumo en 10 litros por minuto y 70 litros por lavado, respectivamente.
Diversas entidades han emprendido iniciativas innovadoras. En el condado Milton Keynes, Reino Unido, la aplicación móvil Garden Monitor contribuye a reducir el riego innecesario de jardines privados y públicos, mientras que en la localidad francesa de Rennes, el etiquetado experimental, Eau en Saveurs, pretende crear conciencia estableciendo un vínculo entre producto y calidad.
La Comisión Europea estima que la combinación de las distintas medidas, políticas de precios, reducción de fugas, instalación de dispositivos de ahorro de agua y promoción de electrodomésticos más eficientes puede disminuir el consumo a la mitad.
En la actualidad los hogares europeos consumen alrededor de 144 litros de agua potable, casi el triple del consumo fijado para las necesidades humanas básicas, según la agencia ambientalista de la Unión, pero no sólo la insuficiencia supone un reto, también los excesos. Praga y Copenhague son testigos de los daños que pueden causar las lluvias torrenciales. Desde las inundaciones de 2011, la capital danesa se ha venido preparando para lo peor como parte de una estrategia que contempla 300 proyectos y durará hasta 2033.
Los expertos de Naciones Unidas prevén que durante el presente siglo el nivel del mar aumente y las precipitaciones fluviales sean más intensas y frecuentes.