Washington.— A pesar de que las encuestas nacionales transmitan malas sensaciones o los reportes indiquen que se están quedando sin dinero, la campaña de reelección de Donald Trump está convencida de su victoria. No es sólo un brindis al sol, una creencia irracional más movida por el deseo que por la realidad: el equipo trabaja con hasta siete escenarios electorales que darían la victoria al actual presidente, todos plausibles en su concepción y confirmación.

La aritmética electoral estadounidense, con las disonancias entre voto popular y su correspondencia en el voto electoral, hacen que los comicios sean un juego en el que lo único importante sea conseguir llegar a un número mágico: 270, la cifra de votos electorales necesarios para tener las llaves de la Casa Blanca.

Ese camino hacia el 270 tiene muchos senderos. Para Trump, las opciones de llegar ahí en 2016, teniendo en cuenta las tendencias y opinión pública, eran muy pocas: superó todas las expectativas, desbancó creencias y derribó muros para ganar.

Ahora, cuatro años después y desde el Despacho Oval, su equipo presentó ayer siete escenarios con los que trabajan para asegurar la reelección del mandatario y darle cuatro años más al frente de Estados Unidos.

El primero sería repetir exactamente el mismo resultado que en 2016. Ganar los mismos estados (30), perder los mismos territorios. “Es el mapa que defendemos”, dicen desde la campaña, al asegurar que en su mente sólo está revalidar la victoria en todos y cada uno de los espacios donde triunfaron hace cuatro años.

El sueño prácticamente irrealizable —pero no descartable— para el equipo Trump sería una victoria por goleada, arrasando en todos los estados bisagra y recogiendo frutos en aquellos territorios donde sus encuestas se mueven en diferencias dentro del margen de error. Sería un triunfo aplastante, de un calibre que recordaría al triunfo de George H. W. Bush en 1988.

Trump, en este escenario, ganaría 37 estados, repitiendo el resultado de hace cuatro años y añadiendo Minnesota, Nuevo México, Colorado, Maine, Virginia y Nueva Hampshire.

Lo que más desearía el equipo de Trump —y, por lo visto y comentado por sus asesores, el elemento crucial de la estrategia de reelección— es cimentar su idilio con el “cinturón industrial” del medio oeste.

Lo que queda claro es que si los republicanos se hacen fuertes en Pennsylvania, Michigan y Wisconsin (los tres estados clave que decidieron 2016), al que añadirían Minnesota, sería suficiente. La confianza ciega es que con eso ganan seguro, sea cual sea el escenario en el resto del país.

Con un “cinturón industrial” de cemento armado a su favor, Trump podría ser presidente incluso cediendo todo el noreste, la costa oeste y estados como Nueva Hampshire, Colorado o Nuevo México; podría perder incluso Florida si conserva Arizona, o viceversa, siempre que recupere Carolina del Norte.

Sin tanta ambición pero con un escenario parecido, la victoria trumpista seguiría siendo viable, aunque más ajustada. No recuperar Minnesota no sería ningún descalabro para las opciones de triunfo y sería consolidar lo que los conservadores llaman “el colapso del muro azul”.

El “muro azul” es como en los círculos políticos de EU se conoce a la veintena de estados que desde 1992 habían votado constantemente por candidatos demócratas. “Ya no existe”, se felicitan en la campaña de Trump, recordando que un mapa electoral con territorios de este muro pasando del azul demócrata al rojo republicano era algo “ridículo hace 10 años”.

En 2016, Trump puso grietas a esa barrera llevándose Pennsylvania, Michigan, Wisconsin y parte de Maine.

Repetir ese resultado incluso dejaría sin efecto que los demócratas recuperaran Florida, uno de los premios más preciados de cualquier noche electoral, y estado en el que los republicanos se mostraron “superconvencidos” de que van a ganar.

Un escenario enrevesado sería el que el equipo de Trump denomina “resurgimiento de la clase trabajadora”: recuperar Minnesota a costa de Pensylvania y Michigan, ceder Arizona y ganar en Nueva Hampshire. El total de votos electorales sería menor que en 2016, pero suficiente.

Otra opción de triunfo por la mínima, llegando a los 270 de forma exacta, sería potenciando el voto del suroeste. O, lo que es lo mismo: dejar que el “muro azul” se reconstruya, pero hacerse fuerte en zonas tradicionalmente conservadoras. El equipo de Trump confesó que es un escenario que no era posible hace un par de semanas y sólo sería factible si se llevan Nevada y Arizona. Es, al día de hoy, un escenario que ven muy plausible, especialmente por encuestas internas en los dos estados del suroeste donde la estrategia de pintar al demócrata Joe Biden como “muy liberal” está surtiendo efecto.

Para llegar a estos escenarios todavía quedan 55 días y antes de tomar ninguno de estos senderos hay etapas que quemar. La primera llegará el 29 de septiembre, primer debate entre candidatos, que se celebrará en Cleveland (Ohio), sede sustituta de la Universidad de Notre Dame en Indiana (canceló por la pandemia de Covid-19) y ciudad que albergó la convención republicana en 2016.

La campaña de Trump se encargó ayer de rebajar las expectativas sobre la actuación del presidente en los debates, dando un giro al discurso y llevando la lucha a su terreno. Para el equipo del presidente, el candidato presidencial demócrata Joe Biden es “formidable en los debates” porque lleva toda su vida haciéndolo.

“Es lo que hace un político”, dijeron, contraponiéndolo con un Trump que es “un ejecutor, no un parlanchín” y poniendo un clavo más a la imagen que están construyendo sobre el demócrata: es alguien que lleva demasiado tiempo en la esfera política y no ha conseguido resultados.

Por otra parte, el propio Trump salió al paso de las informaciones que aseguran que su campaña está con pocos fondos en el presupuesto. Lo negó rotundamente, pero anunció que, si fuera imprescindible, pondría dinero de su propia fortuna para financiarse la campaña. “Todo lo que sea necesario. Tenemos que ganar”, sentenció.

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