Washington.— No porque se supiera de antemano qué iba a pasar dejó de ser un momento histórico: Donald Trump, presidente de Estados Unidos, fue absuelto por el Senado de los dos artículos de impeachment de los que se le acusaba y evitó la destitución del cargo. El tercer presidente de la historia en ser acusado por el Congreso también escapó de la declaración de culpabilidad, “exonerado para siempre”, como insistieron sus seguidores, lo que puso fin a un proceso de juicio político que copó la vida política del país durante las últimas semanas.
Ninguno de los dos delitos (abuso de poder y obstrucción al Congreso) lograron la mayoría de dos tercios del Senado (67 de 100) para declararlo culpable. Libre de la persecución de la que decía estar sujeto, el presidente celebrará su triunfo hoy en la Casa Blanca.
“El intento farsante de impeach-ment urdido por los demócratas concluyó con una total vindicación y exoneración del presidente”, se felicitó la portavoz presidencial, Stephanie Grisham. La absolución estaba marcada desde mucho antes de que empezara el proceso, desde el momento en el que el líder republicano en el Senado, Mitch McConnell, confesara que no veía ningún escenario donde Trump no saliera victorioso.
Sólo hubo una sorpresa: Mitt Romney. El excandidato presidencial republicano (perdió en 2012 contra Barack Obama) y ahora senador por Utah fue el único que desertó las directrices de partido y rompió con lo establecido para votar que Trump era culpable de abuso de poder en el caso de Ucrania y la ayuda militar congelada.
“El objetivo del presidente era personal y político. Por tanto, es culpable de un espantoso abuso de la confianza pública”, dijo Romney, quien definió el quid pro quo de Trump con Kiev como “un flagrante asalto a los derechos electorales, los intereses de seguridad nacional y nuestros valores más fundamentales.
“Es quizá la violación más abusiva y destructiva de la promesa de cargo que uno pueda imaginar”, sentenció en su discurso de explicación de su voto en el que acusó a Trump de tomar decisiones propias de “autócratas”. Romney fue el único de los republicanos que estaban en la mira de posibles deserciones que decidió cambiar de bando, algo que recibió como respuesta la exigencia del primogénito del presidente, Donald Trump Jr., de que se le expulse del grupo republicano en el Senado, lo que ya fue descartado.
Ninguno de los otros conservadores dio el salto; todos los demócratas se unieron en la declaración de culpabilidad. Todos, incluso aquellos que representan estados donde Trump es muy popular, como Virginia Occidental o Alabama (este último, Doug Jones, se juega la reelección en noviembre), unieron fuerzas para tratar de destituirlo, sin éxito.
La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, denunció la absolución y declaró que Trump sigue siendo “una amenaza para la democracia. “Hoy, el presidente y los republicanos del Senado han normalizado el irrespeto por la ley y rechazado el sistema de controles y equilibrios de nuestra Constitución”, dijo en un comunicado.
“El mandatario sigue siendo una constante amenaza para la democracia estadounidense, con su insistencia en que está por encima de la ley y en que puede corromper las elecciones si lo desea”, indicó Pelosi.
El líder demócrata en el Senado, Chuck Schumer, dijo que la absolución “virtualmente no tiene valor” debido a que la mayoría republicana se negó a escuchar los testimonios de testigos.
“La farsa del impeachment quedará como el peor error de cálculo en la historia política estadounidense”, declaró Brad Parscale, jefe de campaña de Trump.
La pesadilla es probable que no termine para Trump, luego de que los demócratas anunciaran que, a pesar de todo, seguirán investigando las acciones del presidente, con un objetivo: citar a testificar al exasesor en Seguridad Nacional, John Bolton. Eso sí: la sombra del impeachment desaparece para siempre.
Si de algo ha servido el juicio político es para rebajar el poder de fiscalización del cargo de presidente (y otros cargos públicos) a límites que sólo el futuro conoce. Se ha puesto de evidencia que la fractura partidista e ideológica es enorme.