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Washington.— Para explicar la falta de energía en el debate de ayer entre el republicano Mike Pence y la demócrata Kamala Harris, los aspirantes a la vicepresidencia de Estados Unidos, sólo hay que fijarse en el elemento que ha desaparecido con respecto al cara a cara de la semana pasada entre los presidenciables. Sin el factor Donald Trump en la ecuación, y con dos protagonistas de consolidada trayectoria política, el debate fue precisamente eso, una tensa pugna dialéctica lejos de las constantes interrupciones, sin groserías ni insultos.
El debate entre candidatos a vicepresidente es siempre visto como algo de menor rango, un encuentro para ver si los “número dos” de cada candidatura están suficientemente preparados para asumir la presidencia en caso de ser necesario, algo que no se ve tan improbable esta vez: Trump, a sus 74 años, aún convalece de su contagio de coronavirus, y Biden, de ganar, sería a sus 78 años el más anciano de la historia en llegar a la presidencia.
Pocas conclusiones se pudieron sacar de un encuentro tedioso, sin emoción. Ambos enrocados en su posición, ignorando las preguntas —Pence, por ejemplo, no respondió si aceptaría los resultados de las elecciones— de una moderadora que batalló por hacer cumplir las normas con dos rivales dedicados a hacer discursos aprendidos con las propuestas de cada bando. Los choques fueron mínimos, los ataques esperados. Harris dejó escapar, por ejemplo, la oportunidad de criticar el rechazo de Trump a usar cubrebocas, excepto “cuando lo considero necesario”, como dijo el mandatario, antes de su contagio.
Aunque no estuviera presente, la figura del presidente y su gestión, especialmente del coronavirus, fue parte central de los momentos más interesantes del encuentro. Mientras Harris —primera mujer negra en la historia en participar de un debate de este calibre— definía la gestión de la pandemia como el “mayor fracaso de la historia de EU”, el actual vicepresidente defendía las acciones del gobierno y criticaba a su rival de “plagiar” el plan de la administración Trump.
Todo pareció demasiado guionizado, más pensado en quedar bien ante la cámara. Que lo más debatido en el postdebate fuera una mosca que se posó en el pelo de Pence durante un par de minutos da medida del contenido y resultado del encuentro.
A pesar de que ayer era el único día que debía ceder el protagonismo a su vicepresidente, Trump, ávido de atención mediática, no se aguantó. Además de anunciar su intención de retirar todas las tropas estacionadas en Afganistán antes de Navidad, publicó un video diciendo que su contagio fue una “bendición de Dios”.
“No hay mal que por bien no venga”, dijo, asegurando que su decisión de administrarle un coctel experimental de anticuerpos (se ha suministrado a menos de una decena de personas más allá de los ensayos clínicos) fue maravillosa y la “cura” que le ha permitido estar mejor que nunca.
Insistió en que la pandemia es “culpa de China”, un país al que, dijo, hará “pagar caro lo que ha hecho al mundo”. La exigencia de Trump de que todo parezca normal y que ya ha superado la enfermedad es su prioridad número uno, y obligó a que adaptaran el Despacho Oval con todas las medidas necesarias para que pueda trabajar desde ahí, evitando el recomendado aislamiento y cuarentena de alguien infectado.
El parte médico del presidente apuntaba ayer a que llevaba más de cuatro días sin fiebre y sin síntomas en las últimas 24 horas, con todas las constantes vitales y pruebas en niveles estables y en su rango normal. Los resultados de los análisis del presidente realizados el lunes mostraron niveles detectables de anticuerpos. De ser cierto, el cronograma del contagio vuelve a presentar incongruencias con el momento en el que la Casa Blanca dice que el presidente se contagió. Según el Centro de Prevención y Control de Enfermedades (CDC) del gobierno de EU, los anticuerpos no aparecen hasta entre una y tres semanas después de la infección; según la información oficial, el positivo de Trump fue el pasado jueves.
Las críticas a la gestión de la pandemia, que ya acumula más de 211 mil muertos en EU, siguen creciendo. Ayer, en una decisión sin precedentes, la revista New England Journal of Medicine publicó un editorial condenando la respuesta del gobierno de Trump a la pandemia, y pidiendo que los estadounidenses voten para echar del gobierno a la actual administración por ser “peligrosamente incompetente”.
También crece la ola de contagios de personas ligadas a la Casa Blanca. Según un memorándum del gobierno obtenido por ABC, suman 34. El jefe de la Oficina de Seguridad de la residencia presidencial, Crede Bailey, estaría gravemente enfermo desde finales de septiembre por coronavirus; también se contagió el número dos de los marines.