Tijuana.— “Yo no entiendo por qué tendríamos que gastar tanto dinero en su seguridad, hay más de 100 policías que nunca vienen a cuidarnos pero mire, ese que ni nos quiere y ahí están”, dice Juan, uno de los vecinos que tiene su casa sobre una calle que se encuentra a unos 25 pasos del muro que divide a México y Estados Unidos.

Ayer, durante gran parte del día la colonia Rancho Escondido quedó blindada por decenas de policías de varias corporaciones y elementos del Ejército Mexicano.

La magnitud del operativo espejo (que se realizó de manera simultánea en México y Estados Unidos) fue tal que incluso elementos de los Bomberos participaron para proteger al presidente de Estados Unidos durante su visita a Otay Mesa, en la frontera entre las ciudades de San Diego y Tijuana.

Cerca de ocho horas fueron necesarias para resguardar dos perímetros de seguridad en las inmediaciones del lado mexicano, desde donde se observan los prototipos y se esperaba ver caminar a Donald Trump. El fin de semana anterior la Policía Federal inició con los preparativos para coordinar al resto de las policías: municipal, estatal, y el resto de las que se unieron.

Para algunos oficiales del lado mexicano la movilización arrancó desde las cinco y media de la mañana. El punto de reunión para todas las corporaciones fue una hora después en la valla de lámina, cada uno empezó por acordonar la calle frente al muro para cerrar el tránsito a peatones y al resto de la gente que comúnmente pasa por ahí. La prensa —más de 50 de medios locales, nacionales e internacionales— , se instaló en los techos de las casas.

“De cualquier lugar que pudieron haber elegido para colocar los prototipos este es el punto más vulnerable, aquí cerca vive gente y pasan todo el tiempo, hasta los migrantes se cruzan. Podrían haberlos colocado en cualquier otro lugar, no lo pensaron o lo hicieron intencionalmente”, dice uno de los oficiales de la Policía Estatal que estuvo parado durante más de cinco horas en la esquina de una calle, cuidando a uno de los perros policías, que ni siquiera salió de la unidad.

A la avenida Internacional —la calle frente al muro— sólo tenían acceso los elementos de la Policía Federal y algunos perros y gallinas de los vecinos del lugar, que como dueños de su tierra nadie les impidió el paso.

La escena era peculiar: un par de animales de granja caminando entre el lodo de una vialidad completamente blindada por ambos lados: los policías mexicanos desde el lado sur de la valla y los estadounidenses, incluso con francotiradores, del lado de la tierra de Trump.

Antes que el magnate llegaron los manifestantes. Activistas de distintas organizaciones como Border Angels y del Hotel Migrante —de Mexicali— arribaron a Rancho Escondido, a un costado del barrio Las Torres, y colocaron pancartas con el rostro de Trump para recibirlo con una seña obscena y una canción: “¡Árboles de la barranca, de la barranca de la barranca vamos a sacar a Trump! ¡We don’t want the wall, we don’t want the wall!”

“La única explicación que encuentro para entender por qué colocaron esos prototipos a la vista, en medio de una zona de cruce de migrantes y con residentes mexicanos, es porque querían restregarlo en nuestra cara, querían que supiéramos de su rechazo a nosotros”, señala Uriel Gonzáles, director de Casa YMCA, un refugio para menores migrantes en Tijuana, quien también acudió a expresar su enojo por la construcción de un muro que considera de odio.

Luego de seis horas del operativo de vigilancia, llegó el presidente Trump para supervisar las probaditas que han construido del muro.

Quince minutos le bastaron para observar tres de los cinco prototipos. Lo hizo en medio de un centenar de elementos de seguridad, una tanqueta militar y un par de francotiradores instalados en los techos de traileres usados como barreras. Trump bajó de su camioneta blindada, apuntó con el dedo a los modelos de los muros. Finalmente regresó a su vehículo custodiado y se fue. Todo eso sin que lo pudieran ver desde el lado mexicano.

“Verá usted”, dice Zoida, una mujer de más de 60 años que vive también en esa zona de la frontera mexicana, “¿Se da cuenta que nomás vino y se fue? Ni el peluquín se le miró, nomás los zapatos se miraban debajo de los carros, pero pa’atinarle cuál era el Trump, pa’eso pusieron las trailers, pa’que nadie lo viera ni aquí ni allá”.

Sobre los techos de lámina, más de una treintena de periodistas y vecinos también se quedaron con ganas de verlo. Desde muy temprano todos habían subido para capturar alguna imagen, pero no hubo oportunidad, el mensaje de su visita sólo fue cubierto por la prensa a la que el mandatario dio acceso del lado de EU.

Media hora después de que concluyera la visita, las decenas de policías que trabajaron en coordinación con las corporaciones estadounidenses, se retiraron y se dirigieron a sus propias estaciones. Otros elementos, antes que descansar, fueron a incorporarse a sus guardias para vigilar a una de las cinco ciudades más violentas del país: Tijuana, con más de 400 asesinatos en lo que va de 2018.

—“¿A descansar?”, le pregunta un reportero a uno de los oficiales que participó en el operativo.

—“Bueno fuera”, le responde mientras guarda su equipo y armas en una de las unidades. “De aquí sigue la chamba real, a patrullar la ciudad”.

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