Cuando Joe Biden asumió la presidencia, en 2021, después del caos del 6 de enero, muchos respiraron con alivio y hablaron del “regreso de la decencia política” a la Casa Blanca.

Cuatro años después, Biden deja como legado el triunfo de Donald Trump en las elecciones, y una democracia apuñalada y en decadencia.

El último sello que faltaba en el pasaporte de salida del presidente de Estados Unidos era el de haber indultado a su hijo Hunter, condenado por posesión ilegal de armas y evasión fiscal, después de meses y meses de negar que lo haría… y de acusar a Trump de querer ponerse por encima de la ley, tras los intentos del republicano de anular los juicios políticos en su contra.

Biden alega que su hijo fue acusado de forma selectiva e injusta. Que los republicanos se empeñaron en llevar a su hijo a juicio por atacarlo a él, a su presidencia. Cierto que los republicanos usaron el caso Hunter. Pero éste incurrió en los delitos señalados. Ya sin otra cosa qué perder, Biden dejó que el padre ganara al presidente.

Joe Biden llegó este lunes a Angola. Foto: EFE
Joe Biden llegó este lunes a Angola. Foto: EFE

Consideró que la persecución contra su hijo continuará —y contra él, probablemente, como amenazó Trump— y privilegió la protección de su hijo —no sólo de los delitos de los que fue condenado, sino de cualesquiera que haya cometido entre 2014 y 2024— a la de la democracia herida estadounidense, que ve cómo las diferencias entre demócratas y republicanos se desdibujan. Ya ni qué decir de los demócratas, cuyo silencio o débil lamento ante una de las últimas decisiones de su jefe, dice más que mil palabras.

En su primera presidencia, Trump perdonó a Charles Kushner, padre de su yerno, tras ser acusado de evasión fiscal y de chantaje por haber contratado a una sexoservidora para seducir a su cuñado, porque éste estaba cooperando en una investigación en su contra y luego le mandó el video del encuentro.

Luego, el propio Trump adelantó que se autoindultaría de regresar a la Casa Blanca, por los múltiples juicios en su contra, de los cuales, fue declarado ya culpable en uno, por falsificación de registros comerciales.

El 5 de noviembre, Trump se convirtió en el primer criminal convicto en ganar la presidencia de Estados Unidos. En las últimas semanas, los juicios en su contra han caído como naipes, con la “justicia” estadounidense alegando que es mejor para el país suspender, por ahora, las acusaciones, que dejar asumir a un presidente con un historial como el del magnate. En otras palabras, hay que ajustar la realidad a la política, y no viceversa.

Falso que la decisión de Biden atice a Trump a usar los indultos como le dé la gana. El magnate no necesitaba empujoncito alguno. De inmediato, Trump salió en defensa de los acusados del asalto al Capitolio, muchos de los cuales seguramente serán indultados una vez que asuma el poder, el 20 de enero.

Pero la decisión de Biden exhibe a quiénes alcanza la “misericordia” presidencial, demócrata o republicana, mientras quienes sí pueden necesitarla son ignorados. Exhibe, de igual manera, la politización de sistemas judiciales en Estados Unidos, la calaña, en general, de la política estadounidense, y la razón por la que los estadounidense desconfían de sus políticos. “Lo que Trump hizo es peor”; “Biden sólo prueba que es un mentiroso” son algunas de las reacciones que se escuchan tras el anuncio del indulto. Y una generalizada: “Todos los políticos son iguales”. Mientras tanto, un réquiem para la democracia en Estados Unidos.

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