Miami.— De acuerdo con las definiciones más aceptadas, un es un grupo liderado por una figura carismática que es vista como un salvador o redentor por sus seguidores. Esta figura promete soluciones a las crisis profundas que enfrenta ese grupo o sociedad, ya sean de naturaleza económica, social, política o religiosa.

Existe el llamado culto a la personalidad, un fenómeno complejo que involucra la creación deliberada de una imagen idealizada y heroica de un líder. “Este proceso se desarrolla a través de técnicas de propaganda, manipulación mediática y la explotación de las emociones y necesidades humanas”, dice Cecilia Castañeda, socióloga y estudiosa del fenómeno de las sectas, desde Los Ángeles, California, a EL UNIVERSAL.

Desde su ingreso a la política, Donald Trump se encargó de cultivar el culto a su figura, desencadenando una transformación en el panorama de la Unión Americana que pocos podrían haber anticipado. Lo que comenzó como una campaña presidencial controvertida y divisoria desde su primera nominación por el , rápidamente evolucionó en un movimiento masivo y fervoroso: el trumpismo. El Partido Republicano terminó absorbido por él.

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Según el sociólogo Max Weber, la autoridad carismática se basa en la percepción de los seguidores de que el líder posee cualidades extraordinarias y casi sobrenaturales. Esta percepción se comenzó a materializar en Trump cuando anunció su candidatura a la presidencia el 16 de junio de 2015.

La propaganda y el marketing político han jugado un papel crucial en la creación del culto a la personalidad; y Donald Trump supo usar magistralmente las redes sociales a su favor. “Usando Twitter, se comunicaba directamente con sus seguidores, más allá de los medios tradicionales que a menudo criticaba como fake news. Esta comunicación directa permitió a sus seguidores sentir una conexión más personal y auténtica con él”, señala Castañeda.

Trump dijo lo que muchos pensaban, pero no se atrevían a decir.

Abordó temas candentes como la inmigración indocumentada y la pérdida de empleos manufacturados, culpando a las élites políticas y económicas del país por estos problemas. La narrativa de Trump como un outsider dispuesto a luchar contra el sistema resonó profundamente con una base de votantes que se sentía marginada por la globalización y traicionada por la política tradicional. “Make America Great Again” (Hacer Grande a EU De Nuevo) fue el lema que le permitió hablar a quienes pensaban que los políticos debían pensar más en ellos y menos en la política exterior.

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A sabiendas, o no, los medios contribuyeron al culto a Trump con la constante cobertura de sus mítines y declaraciones provocativas. Cada discurso de Trump, lleno de retórica incendiaria se transmitió, analizó y criticó. “Todo esto mantenía su imagen omnipresente en la mente del público. Esta táctica reforzó su presencia y permitió que su mensaje llegara sin filtro a su base de seguidores que hoy, después de todo, lo ven como un semidios”, explica Castañeda.

Los cultos a la personalidad a menudo crecen durante periodos de crisis. Trump explotó los temores y la insatisfacción de muchos estadounidenses, presentándose como la solución a todos los problemas. Su retórica antiestablishment y la promesa de “drenar el pantano” en Washington, D.C., durante su primera campaña política, atrajeron a muchos votantes que estaban descontentos con el status quo político.

En tiempos de incertidumbre económica y social como la que se está viviendo hoy, la promesa de un liderazgo fuerte y decisivo puede parecer especialmente atractiva y Trump ha capitalizado estos temas también muy eficazmente. El atentado del 13 de julio elevó a Trump al rango de “elegido de Dios”, según lo han descrito sus propios seguidores. Durante la Convención Nacional Republicana, que concluyó este jueves, hubo quienes llegaron con un parche en la oreja derecha para emular la herida que Trump sufrió en el ataque. Esta acción es un gesto de apoyo, “pero más importante y contundente, es un símbolo de resistencia compartida, un ritual a la devoción y el compromiso absoluto de sus seguidores hacia Trump”, subraya la socióloga.

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Se trata del tipo de simbolismo que crea un vínculo emocional fuerte entre el líder y los seguidores. Los parches no sólo simbolizan solidaridad, sino también la narrativa de sacrificio y lucha que Trump encarna. “La adopción de tales símbolos y la participación en rituales públicos refuerza la cohesión del grupo y la lealtad al líder, haciendo que los seguidores sientan que forman parte de una misión colectiva y sagrada”, detalla Castañeda.

El único salvador

La narrativa de salvación es central para el crecimiento de un culto. Trump se presentó no sólo como un administrador competente, sino como un salvador que tiene una misión divina o histórica para transformar a la sociedad estadounidense. Y su sobrevivencia al ataque, que su séquito atribuye a “un milagro”, refuerza la noción.

Esto, junto con las victorias judiciales de Trump, lo colocan al nivel de redentor, crucial para el crecimiento y fortaleza de alguien que está siendo venerado como un mesías. Los seguidores empiezan a ver al líder como alguien que puede hacer frente a cualquier adversidad y guiar a la nación hacia un futuro mejor, sin dudarlo; como un acto de fe. Los seguidores leales son recompensados con privilegios y reconocimiento público, mientras que los críticos son censurados y aislados. Este sistema refuerza la lealtad y desalienta la disidencia, consolidando el poder de Trump. “Los eventos de campaña y los mítines de Trump no sólo movilizan a los votantes, sino que también sirven como actos de reafirmación de la lealtad y devoción”, explica la especialista.

Sin duda, entre 2015 y 2024, el culto a la personalidad trumpiana ha evolucionado hasta ser considerado, hoy por hoy, como un ser predestinado o mesiánico. Los seguidores de Trump comenzaron, desde que sobrevivió al atentado en su contra, a atribuirle cualidades sobrehumanas, viendo en él un líder invulnerable y divinamente protegido.

Para otros, su sobrevivencia y posibilidades de regresar a la Casa Blanca colocan a Estados Unidos en una posición muy riesgosa. Estudios e investigaciones como On Tyranny: Twenty Lessons from the Twentieth Century (Sobre la Tiranía: 20 lecciones para el siglo 20), de Tim Duggan Books; The True Believer: Thoughts on the Nature of Mass Movements (El verdadero creyente: pensamientos sobre la naturaleza de los movimientos masivos), de Harper & Row, y War and Peace and War: The Rise and Fall of Empires (Guerra y paz: auge y caída de los imperios), de Penguin Books, advierten que los riesgos para una sociedad gobernada por alguien con un perfil mesiánico son numerosos y pueden afectar profundamente tanto el ámbito político como social.

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Un líder mesiánico tiende a concentrar el poder en sus manos, erosionando las instituciones democráticas y los mecanismos de control y equilibrio. Esto puede llevar a un régimen autoritario donde las decisiones se toman unilateralmente sin consulta ni consenso. Dicho líder a menudo se percibe a sí mismo como infalible y predestinado, lo que puede llevar a la persecución de cualquier forma de disidencia. Los opositores políticos, los medios de comunicación críticos y los activistas pueden ser silenciados mediante intimidación, encarcelamiento o violencia.

La proliferación de desinformación y la creación de un culto a la personalidad pueden llevar a la erosión de la verdad y la racionalidad en la toma de decisiones públicas. La realidad puede ser distorsionada para alinearse con la narrativa del líder, causando una ruptura en la confianza pública en las instituciones y en la capacidad de discernir hechos de ficción.

Un liderazgo mesiánico a menudo exacerba las divisiones sociales, políticas y económicas, polarizando a la sociedad. Esto puede conducir a conflictos internos, violencia y una mayor fragmentación social, dificultando la cohesión y la cooperación dentro de la sociedad. La creencia en la infalibilidad del líder mesiánico puede llevar a decisiones impulsivas y peligrosas sin el debido proceso o consulta. Estas decisiones pueden tener consecuencias desastrosas para la economía, la seguridad nacional y las relaciones internacionales.

La postura agresiva y unilateral de un líder mesiánico puede aumentar las tensiones internacionales y llevar a conflictos con otros países. Las políticas exteriores beligerantes y la falta de cooperación internacional pueden resultar en sanciones, aislamiento y guerras.

En resumen, la creación y desarrollo de un culto de personalidad es un proceso deliberado y multifacético que involucra la manipulación de medios, propaganda, símbolos, y rituales. En el caso de Donald Trump, estos elementos se combinaron con eventos clave de su carrera política que él ha explotado, para transformarlo en una figura casi divina, transformando la dinámica política de Estados Unidos, radicalizándola, con consecuencias aún imprevisibles.

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