Miami.— En la frontera entre México y Estados Unidos uno de los grandes problemas es el tráfico de medicinas. La zona siempre ha tenido fama de que abundan las cantinas. Ciertamente es uno de los atractivos, porque del lado estadounidense, de las ciudades vecinas acude mucho turismo regional. Sin embargo, en las últimas décadas las farmacias han superado a los bares y cantinas.
Enfermarse en Estados Unidos generalmente no debe ser de preocupación, porque es obligatorio contar con un seguro médico que eventualmente cubra las necesidades de la persona, o al menos, las necesidades más inmediatas. Pero lo cierto es que un porcentaje de la población en la Unión Americana no cuenta con seguro médico y, por otro lado, entre quienes sí lo tienen, a muchos no les cubre todos sus medicamentos. Estos dos sectores de la sociedad estadounidense no son mayoría, pero aun así suma millones de personas.
“Es común ver cómo muchas personas que están en esa situación recurren a pedidos a parientes o amigos que tienen en alguna frontera; les piden los medicamentos que necesitan y se los envían, lo que se conoce como contrabando hormiga”, comenta a EL UNIVERSAL el médico Jorge Diego, quien ejerce en Miami, Florida. “Incluso los que llegan por avión, hay personas que están trayendo medicinas de su propio país, hasta como prevención, por si llegan a enfermarse”.
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Esta tendencia de traficar medicinas no es nueva, pero desde la década de los 90 se ha ido incrementando.
“En esa década fue cuando comenzaron a aparecer tantas farmacias [en la zona fronteriza]. Mexicanos, estadounidenses y de todas las nacionalidades vienen para acá [a Tijuana]; somos una solución a sus necesidades para surtirse de medicamentos”, comenta a este diario una joven farmacéutica quien pidió el anonimato; “pero no sólo para ellos, compran para familiares y amigos que no viven en la frontera, entonces ya que cruzan [del lado de Estados Unidos], se las envían por correo y como es servicio nacional, generalmente llegan a su destino”.
El “turismo médico” quedó evidenciado esta semana, tras el secuestro en Matamoros de cuatro estadounidenses que viajaron a la ciudad mexicana para que una de ellos se sometiera a una cirugía estética. Dos de los estadounidenses fallecieron.
El Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos (DHS, por sus siglas en inglés) hace revisiones de todo tipo de mercancía enviada por correspondencia en el interior de la Unión Americana, pero al azar: no cubren ni 8% y en materia de medicamentos, apenas alcanzan un 0.03% de envíos nacionales.
Si bien es cierto que el tráfico hormiga de medicamentos no controlados es un problema, lo verdaderamente preocupante es la venta de medicamentos controlados.
“Aquí en México hay una lista de productos controlados que nosotros [los farmacéuticos] tenemos y que sólo se pueden vender con receta [médica]”, comenta a este medio Abel, un jefe de turno de una farmacia en Tijuana, Baja California. “Por ejemplo, Valium, Rivotril y otros que pueden causar adicción como barbitúricos, benzodiazepinas y otros con opioides como la codeína, la hidrocodona, la morfina, la oxicodona y por supuesto el famosísimo fentanilo”.
De acuerdo con un estudio de Market Data de México, antes de la pandemia, en 2019, en México había alrededor de 47 mil farmacias, cerca de 10% tan sólo en Tijuana, Baja California.
A lo largo de la franja fronteriza estarían alrededor de 30% de las farmacias de México. De ese tamaño es el negocio. Muchas personas aseguran que no son drogadictas, que están medicadas y su adicción simplemente la consideran una circunstancia médica. Lo cierto es que son millones de personas en la Unión Americana que los consumen y se ven en la necesidad de conseguirlos a como dé lugar.
“El otro problema es que mandan comprar, por ejemplo, 100 pastillas de Rivotril; se guardan 50 para ellos y venden entre sus amistades las otras 50”, señala un profesor de la Escuela de Químicos Farmacéuticos Biólogos de Tijuana, con residencia en San Diego, California. “A ellos [quien la pide], del lado mexicano le cuesta 90 dólares la cajita [con 100 pastillas]; si la comprara en Estados Unidos [bajo receta] le costaría entre 900 y mil 500 dólares. Si se queda con 50 pastillas y vende las otras 50 en 70 dólares [cada una], por poner un número, ganaría 3 mil 500 dólares y seguramente cada pastilla la venden en más”.
Mas allá de los cárteles de la droga, que ya hacen lo suyo traficando millones de pastillas de diversos contenidos peligrosos, millones de ciudadanos y residentes de la Unión Americana se convierten en traficantes también. “Algunos conscientemente, otros sin darse cuenta, pero así es”, señala el profesor. “Desde el que hizo el favor de comprarlas y enviarlas, hasta quien las recibió y le vende a sus amigos y conocidos, todos son cómplices”, indica.
La otra situación es que es muy fácil en la frontera y, en general, en todo México conseguir recetas auténticas para comprar medicamentos controlados. “No quiero echarle tierra a nadie, pero si tú vas a un consultorio público y les haces la llorona o les ofreces dinero, según de qué se trate, te extienden la receta de lo que quieras y que muchas veces esa misma receta la usan para cruzar legalmente lo que compraron [el medicamento]”, comenta discretamente una señora de origen mexicano residente en la frontera entre San Diego y Tijuana.
Por si esto no fuera suficiente, en las últimas décadas también fueron apareciendo un número inusual de veterinarias en la frontera. “Estas luego son conocidas como graneros, tienen todo tipo de productos médicos para animales de granja, productos igual de adictivos para el ser humano, similares a los farmacéuticos”, comenta el profesor; “adicionalmente como la venta de estos productos son presuntamente para animales, su control es mucho más bajo que en las farmacias”, subraya el especialista.
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