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El empresario Rex Tillerson , que hizo fortuna en el ramo petrolero , perdió su puesto de Secretario de Estado sin haber encontrado su lugar en la máquina diplomática estadounidense y tras un año de choques con el presidente Donald Trump .
A fines de 2016 estaba preparando su jubilación después de años de conducir la gigante transnacional ExxonMobil cuando recibió una invitación de Trump para asumir el departamento de Estado, a pesar de carecer de cualquier experiencia diplomática o en la administración pública.
Al frente de ExxonMobil, este texano sexagenario con voz de tenor de ópera, fue responsable por la ampliación de los negocios en Rusia, al punto de conocer personalmente al líder Vladimir Putin, quien llegó a condecorarlo con la Orden rusa de la Amistad.
En abierto contraste con el estilo escenográfico de Trump, Tillerson rápidamente se destacó por mantenerse lejos de la prensa, evitar declaraciones rimbombantes y viajar estrictamente lo necesario.
En octubre pasado, la portavoz del Departamento de Estado, Heather Nauert, dijo que Tillerson "no es un político que busque las cámaras y flashes" de los fotógrafos.
Otro de sus asesores había comentado a la prensa, bajo protección de anonimato, que "al contrario de sus antecesores, el Secretario piensa que la diplomacia debe ser ejecutada por detrás de la escena".
En el gabinete, Tillerson desarrolló una relación próxima con el secretario de Defensa, Jim Mattis, con quien mantenía contacto regular para discutir estrategias desde el punto diplomático y militar.
Esa sociedad informal entre Tillerson y Mattis llegó a ser vista como un elemento de contención racional a la impulsividad de la Casa Blanca.
Tillerson "es un patriota, y piensa honestamente que su papel es permanecer en el Departamento de Estado para controlar al presidente, evitar el caos", dijo un diplomático a fines del año pasado.
Sin embargo, Tillerson tuvo que aplicar significativos cortes en el presupuesto del departamento de Estado, y aún un año después de su investidura existen decenas de cargos importantes en la estructura que no han sido nombrados.
En un escenario marcado por la volatilidad del jefe de la Casa Blanca y las enorme diferencias de estilo, la relación entre Tillerson y Trump muy rápidamente mostró rajaduras que era imposible disfrazar.
En octubre del año pasado esa tensión llegó a un punto imposible de mantener después que Trump utilizó la red Twitter para ridiculizar a Tillerson por su insistencia en tener algún canal de diálogo con Corea del Norte.
Dos días más tarde, diversos testigos dijeron a la prensa que durante una reunión en el Pentágono, el secretario de Estado se refirió a Trump como " un estúpido ".
Trump lo presionó a ofrecer una declaración en la Casa Blanca, en la que Tillerson le expresó su "respeto" en la Casa Blanca, pero evitó hábilmente negar haberse referido al presidente en esos términos.
A partir de ese punto, la salida de escena de Tillerson era considerada apenas una cuestión de tiempo.
Trump y su secretario de Estado mantenían abiertas divergencias en dos temas centrales: la manutención del acuerdo con Irán sobre política nuclear y la decisión de Washington de retirarse del Acuerdo de París sobre Cambio Climático.
Tillerson también había quedado fuera del circuito político en otro tema de extrema sensibilidad, la relación con Israel y los palestinos, que Trump dejó en manos de su yerno y asesor, Jared Kushner.
La gota que colmó el vaso y dejó al descubierto la total desconexión entre ambos llegó la semana pasada, cuando el secretario de Estado se encontraba en una gira por países africanos.
Durante una conferencia de prensa en Etiopía, Tillerson dijo que la posibilidad de que Estados Unidos y Corea del Norte establezcan una negociación directa por la política nuclear norcoreana "está aún lejos".
Pocas horas más tarde, en Washington, la Casa Blanca confirmó que Trump había aceptado una oferta del líder norcoreano Kim Jong Un para una entrevista, precisamente el escenario que Tillerson había descartado.