“Aunque los tiempos cambiaron no hemos aprendido mucho del tema de la tolerancia, que las personas que son diferentes a nosotros también tienen derecho de existir y tener su fe, y vivir de su propia forma que eligieron”, afirma en entrevista con EL UNIVERSAL la profesora Aleksandra Leliwa-Kopystynska, presidenta de la Asociación de los Niños del Holocausto en Polonia.
Invitada de honor del Colegio Israelita, en la ceremonia por el Día del Recuerdo del Holocausto y el Heroísmo (que se conmemoró en Israel), recuerda que “durante la guerra los alemanes con su ejemplo enseñaron o querían crear esta idea de que lastimar o matar a judíos, es como asesinar a un animal, no un ser humano”, y lamenta que “hay personas que aún, a pesar de todo lo que pasó, piensan de esta manera, y no importa su educación, su inteligencia, desafortunadamente hay personas que piensan así. Desafortunadamente”.
Leliwa-Kopystynska, quien estudió física, nació en 1937 y vivió la Segunda Guerra Mundial escondida en el pueblo de Zyczyn y también en Varsovia, narra que a su mamá Irena, su papá Józef, su hermano Stefan, y a ella los ayudó la familia de su padre, que era polaco. Su madre era judía.
“La familia de mi padre decidió ayudarnos, aunque esto fue muy riesgoso (…) Lo importante en mi caso fue que los parientes no eran muy cercanos”. La familia de María Pac fue la que los apoyó.
“Vivimos en una provincia muy profunda, en medio de la nada, donde para los alemanes fue muy difícil encontrarnos. El lugar estaba muy retirado en el bosque, muy lejos de las grandes ciudades”: Zyczyn, “como 100 kilómetros al sureste de Varsovia”.
“También fue importante que la familia que nos ayudó era gente adinerada que tenía propiedades, era terrateniente y los campesinos que vivían alrededor dependían de ellos, la oportunidad de traicionar era muy poca”.
Siendo niña, recuerda que “no sufrí de hambre, comía con lo que alimentaban a los puercos, pero a mí me gustaba, para mí eso fue suficiente y me gustaba. Cuando terminó la guerra me di cuenta que nunca había visto una naranja o una manzana porque donde vivíamos la vida era muy dura y la gente no se alimentaba de eso. No sentía que me faltaba algo, porque no me daba cuenta de que existía”.
A pesar de ser una niña pequeña, Aleksandra cuenta que “me daba cuenta de que vivíamos en un periodo de inseguridad porque soldados alemanes, aunque el lugar estaba retirado, llegaron a veces a este pequeño pueblo, juntaban a la gente y la mandaban al campo y disparaban pretendiendo que los estaban ejecutando arriba desde sus cabezas, para crear un terror, miedo”.
Narra que “cuando se acercaban los alemanes, todos los hombres, incluyendo mi hermano, huían al bosque porque ellos eran las víctimas más probables; se quedaban las niñas, mujeres y ancianos que no podían huir”.
Los soldados alemanes de la Wehrmacht juntaban a las mujeres y niños pretendiendo que les disparaban para intentar que los hombres salieran del bosque e intentaran salvarlos, “pero ellos no salían, porque sabían que eso significaba la muerte”.
Su mamá le contó que cuando esto ocurría, “yo lloraba mucho, no del miedo de morir, me preocupaba que si nos mataban, mi hermanito se iba a quedar solo y quién lo va a cuidar. Esto pasó tres veces, cuando los alemanes juntaron a la gente en el campo e hicieron esta acción para fingir que nos disparaban”. Afirma que estas amenazas de muerte son “un recuerdo muy profundo”.
“Mi padre fue chantajeado y asesinado en la rueda de un molino”
Su papá, un militar profesional que logró escapar del cautiverio ruso, trabajaba en uno de los negocios de este pariente adinerado que los ayudó, en un molino donde se preparaba la harina, clandestinamente, porque los alemanes no permitían usarlo. Se “trabajaba en las noches, porque los alemanes en la noche no tenían valor para ir y hacer algo”.
En el lugar también trabajaba un joven asistente. “Él no fue una persona honesta, robaba semillas (…) No fue honesto”, repite Alek- sandra, “y mi papá lo confrontó porque lo atrapó”. Entonces el joven lo chantajeó. “Le dijo: yo sé que tu mujer es judía y tienes dos hijos judíos”.
“Como venganza, escribió una carta a la Gestapo denunciando. Él no se daba cuenta que si los alemanes llegaban a matar a mi mamá y a mi familia, todos en el pueblo podrían perder sus vidas. Pero esta misiva no llegó, porque en la oficina de correos trabajaban patriotas que revisaban todas las cartas y la detuvieron y no llegó la denuncia”.
Sin embargo, aquel hombre “él decidió hacer algo para su venganza. A finales de febrero de 1942, en la noche, donde vivíamos en un cuarto, alguien tocó a la puerta y dijo a mi padre que un cliente que tenía sus semillas quería usar el molino”. Su padre fue a abrirle, pero “nunca regresó”.
Aleksandra cuenta que “donde estaba el molino no había clientes, era una trampa”. Sólo estaba el joven, que se enfrentó al padre de Aleksandra. Aprovechando su fortaleza, lo empujó hacia la rueda del molino y lo mató. La física polaca recuerda que por esos días su hermano había cumplido 12 años; su papá fue desmembrado y los restos cayeron al río… allí los vio su hermano.
La presidenta de la Asociación de los Niños del Holocausto, grupo que se formó en 1991, indica que conoce todos estos detalles porque luego de la guerra, juzgaron al joven asesino.
En su testimonio, el hombre dijo que regresó a su casa y le confesó a su hermana: ‘Yo maté a este señor y me tengo que ir’. Juntó sus cosas y huyó al bosque.
“Mi padre tenía 42 años”. Alek- sandra recuerda que tras el asesinato de su padre, por unos días, la llevaron a un convento para protegerla: “No participé cuando lo enterraron”.
“Después de la muerte de mi padre, los rumores empezaron, la gente empezaba a hablar de nuestros orígenes y por miedo de una conspiración decidimos regresar a Varsovia”.
En esa ciudad vivieron con un cura católico, quien también era pariente de las personas que los ayudaron en Zyczyn: el religioso Kazimierz Wasiak; sin embargo, su hermano vivió en esta etapa en otro lado.
Pero para sobrevivir en Varsovia, donde había muchos policías, era necesario contar con documentos falsos. Su mamá “pasó a tener el apellido Bednarska”.
También consiguieron documentos falsos para los niños de la familia para pasar como polacos y católicos: “Obviamente los alemanes también perseguían polacos, pero no de la manera en que lo hicieron con los judíos”.
Recuerda que gracias a los contactos del cura católico, en esa etapa la llevaron a un kínder que estaba al lado de la iglesia donde vivían con el religioso y otros sacerdotes.
“Diariamente había las alarmas antiaéreas, porque los aliados empezaron a entrar al territorio y teníamos que escondernos en unos sótanos.
Durante una alarma antiaérea, durante el día, hubo mucha confusión, la gente bajó a los sótanos; tenía una amiga de seis años y me dijo que quería regresar a casa, nos tomamos de las manos y empezamos a caminar por las calles, toda la calle estaba vacía, todos se escondieron y pasaba un carro de alemanes, avisando a la gente que tenían que irse a esconder a los sótanos y sólo dos niñas estábamos caminando en la calle. El alemán salió del carro y nos preguntó: ¿A dónde van?”.
Aleksandra comenta que le dijeron: “Vamos a la casa de mi amiga.
—¿Y tú dónde vives?, preguntó el alemán a Aleksandra.
—Yo vivo aquí en la Iglesia.
“El alemán nos dijo que nos acompañaba a la casa porque era peligroso caminar allí. Nos llevó a la puerta de la iglesia, donde vivíamos, con otros curas.
Los que estaban adentro miraban cómo un soldado alemán, con su arma, estaba acompañando a las niñas y se pusieron aterrorizados porque pensaban que nos iba a matar, pero eso no pasó, nos permitió entrar a la casa. Pero otros curas que se espantaron pidieron a mi cuidador que mejor nos fuéramos, porque era demasiado riesgo que una niña y su mamá vivieran ahí y los alemanes pudieran investigar”.
Afirma que estuvieron un año con el cura. “Después no tuvimos un lugar para quedarnos y volvimos a Zyczyn. También hubo rumores de que en Varsovia se alistaba un levantamiento militar, donde los polacos iban a luchar contra los alemanes. Para mi mamá y sus dos hijos era más seguro salir de Varsovia”.
Narra que estuvieron en Zyczyn hasta el final de la guerra.
Al volver a Varsovia, detalla, la ciudad “estaba destruida, en ruinas. El departamento donde vivíamos antes de la guerra, como no estuvimos ahí por cinco años, alguien se mudó.
“Lo único que nos permitieron llevar fueron fotografías familiares y dejamos todos los muebles, las pertenencias (...) Después de la muerte de mi padre, que perdió su vida por tener su mujer e hijos judíos, mi mamá y hermano decidieron que no me iban a revelar este secreto”, el de su origen judío. “Entiendo a mi madre y mi hermano, por qué me querían proteger, escondiendo mi identidad judía, y en su propia opinión, salvándome de los problemas”, asegura.
“Por otro lado, me siento un poquito indignada por aprender mi identidad tan tarde en mi vida, porque perdí tanto tiempo sin mi familia judía, que es muy importante para mí y que me recibió con sus brazos abiertos. Perdimos mucho tiempo, pero entiendo su intención de protegerme del antisemitismo”.
Su mamá murió en 1990 y su hermano unos 10 meses después. Indica que ya siendo una persona adulta se enteró de sus orígenes judíos, gracias al hermano menor de su madre, quien vivió en otra ciudad.
Narra que se encontró con este tío, no de forma frecuente, “quizá una vez cada dos, tres años”. Y en una ocasión lo cuestionó: “Es mi última oportunidad para conocer mi verdadera identidad, ¿quién soy?”.
Entonces, “por primera vez, escuché el nombre verdadero de mi mamá, uno judío”.
De sus familiares, sabe que su abuela fue ejecutada en el gueto. Tras conocer sus orígenes, menciona que la familia de su mamá, que vive en otros países, “me aceptaron como parte de la familia”. Ellos están en Escocia y Australia.
Indica que después se enteró que su familia condenó a su mamá por abandonar su fe judía y cambiarse a la católica: “Casarse con un polaco y negar su identidad judía fue algo que no aceptaban”.
Asegura que “ahora en Polonia la comunidad judía es escasa y la mayoría es, en general, manipulada por los políticos. Existe un antisemitismo en Polonia”. Narra que la Asociación de los Niños del Holocausto en el país se encuentra cerca de donde hay una sinagoga y va a la comunidad judía en Varsovia. “Una vez vi cuando llegaron los judíos ultraortodoxos, con sus vestimentas tradicionales, y escuché comentarios vulgares por parte de jóvenes polacos”.
También recuerda que un colega, “profesor de física, una persona también bastante educada y culta, durante una conversación, no sabiendo que yo soy judía, hizo un comentario de que si él encontraba a un judío le podría disparar, con sangre fría”. Ella lo cuestionó: “Pero te conozco: no matarías ni un perro, ¿cómo me dices que matarías a un ser humano? Me dijo: sí, al perro no podría matarlo, pero al judío, sí”.
Afirma que “ahora entiendo a mi madre y mi hermano, por qué me querían proteger, escondiendo mi identidad judía, y en su propia opinión, salvándome de los problemas. Perdimos mucho tiempo, pero entiendo su intención de protegerme del antisemitismo”.
Leliwa-Kopystynska indica que es parte de la Asociación de los Niños del Holocausto en Polonia desde 2005. Se enteró “porque en un diario en Polonia pusieron un anuncio de que las personas de procedencia judía podían juntarse en esta organización para ser parte del grupo”. En un inicio, leyó el texto, pero no sintió demasiado interés. El grupo creció y ella se jubiló en 2003; fue cuando decidió sumarse a los integrantes. Pero de 900 que llegaron a ser, ahora son menos de 500 porque muchos han fallecido.
La asociación la integran “polacos de procedencia judía que nacieron durante la guerra o tenían menos de 13 años”. Aleksandra indica que “durante las últimas elecciones de la mesa directiva me eligieron como presidenta de la asociación. Entre otros puntos, fue importante que conozco el inglés”. Pero también que en su campo sabe usar las computadoras. La gente que se unió a la asociación quería formar un grupo de autoayuda, ayuda mutua, ayuda emocional.
De profesión física, asegura tener interés en muchos temas, como la historia, pero sabía que si la estudiaba se la iban a enseñar de forma politizada.
En un encuentro en Nueva York, en 1991, los miembros empezaron a contar sus historias: “Muchos lo hicieron por primera vez (...) Se dieron cuenta que quizá en Polonia hay más personas así, que pueden compartir su historia en este grupo”. La asociación que preside busca preservar la memoria del Holocausto, para que la gente no lo olvide.
Ella recuerda que “en 1992, en Polonia fue muy difícil revelar mi origen judío, era como un secreto”. Un secreto del que se enteró “hasta mis 60”. Y la intolerancia que ve día a día la ha hecho entender por qué.