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"Tenía miedo de sufrir las peores torturas": hombre relata el infierno que vivió en casa de rehabilitación en Colombia

Jefferson Andrés Bautista duró un año internado en Resurgir a la Vida, una institución prestadora de servicios de salud (IPS) cuyas directivas están recluidas en la cárcel por varios delitos

La IPS Resurgir a la Vida fue intervenida por la Fiscalía General de la Nación. Foto: EL TIEMPO
15/04/2022 |16:01
GDA/ El Tiempo/ Colombia
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“El día en que salí de ese infierno tomé la decisión más importante de vida, convencer a mis papás de que me sacaran o correr el riesgo de que los convencieran de dejarme recluido y sufrir las peores torturas ". Jefferson Andrés Bautista duró un año internado en Resurgir a la Vida, una institución prestadora de servicios de salud (IPS) en Bogotá cuyas directivas están recluidas en la cárcel por varios delitos, entre estos, el de tortura mientras cursan los juicios en su contra.

La casa ubicada en el barrio Normandía, protegida por rejas, era dirigida por un grupo de familiares que se hacían llamar el Estado, y estaba conformado por el director, Jairo Masmela García, a cargo de la parte administrativa; su esposa, Liliana Bejarano, psicóloga y quien falleció hace unos meses, y dos facilitadores que también eran de la familia: Álvaro Azcárate, estudiante de fisioterapia de 21 años, y su padre, Tiberio Azcárate, profesional en Ciencias del Deporte. Todos, menos Jairo, vivían también en la casa, en un espacio en el que nadie podía entrar.

En 2019, Jefferson tenía 19 años y vivía los estragos de una relación tortuosa que duró un año con una mujer muchos años mayor que él. Su estado de ánimo estaba alterado por las infidelidades de su expareja y eso hizo que tuviera reacciones agresivas y terminara por refugiarse en el alcohol.

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Ante estos comportamientos sus padres entraron en shock y empezaron a buscar ayuda sicológica, algún lugar que frenara esa montaña rusa de emociones por la que estaba pasando su hijo. "Yo, sin embargo, no me sentía tan mal. No era drogado, ni delincuente. Solo me había salido de casillas porque me acostumbré mucho a mi pareja de ese entonces y pues, el trago . Lo grave fue que me salí de la universidad y perdí mi trabajo. Me desestabilizó". Pero, su familia, unida y sin problemas de esta estirpe, no soportaba verlo así.

Después de buscar ayuda sicológica terminaron por encontrar información sobre la IPS Resurgir a la Vida . Cuando los padres de Jefferson llamaron a ese lugar la pericia de los funcionarios era tal que los convencieron. “Un día mis papás me contaron que iban a comprar un carro en Normandía y me invitaron a que los acompañara. En esos días yo andaba como ido, deprimido. Les dije que sí".

El plan era internarlo ese mismo día. El joven entró como un ente por las rejas de esa extraña casa. Entró a una sala. No sabía qué pasaba. No veía ningún carro.

Su madre alcanzó a decirle que tenía que hacer una recarga y que si la acompañaba. Ella tal vez sintió malas energías , la necesidad de salvarlo de algo, pero él estaba tan desconcertado que le dijo que no. Su padre, en cambio, estaba decidido a dejarlo, en su rostro se veía un dejo de rencor.

Empezó a divisar publicidad sobre adicciones, pero lo peor fue cuando escuchó algo que sonó más como una sentencia: “A partir de este momento, 20 de mayo de 2019, quedas internado en este lugar”. Jefferson volteó a mirar a su padre y le dijo que si pensaba que él era un drogadicto por qué no le había realizado un examen de sangre . No había nada que hacer, ya había caído en la red y lo peor, en medio de una pandemia que hacía las cosas más difíciles.

El secuestro había comenzado. Los llamados hermanos mayores que no eran más que internos antiguos obligados a maltratar a los nuevos lo sujetaron, lo metieron a un baño y lo vistieron con el uniforme del lugar. “Me quitaron todas mis pertenencias. Luego comenzaron a bajar todos los demás, en fila. Se comenzaron a presentar. Quedé aterrado cuando unos comenzaron a decir que llevaban cuatro, tres, dos años ahí”. Había grupo alto, medio y bajo. Todo funcionaba como una secta .

Los abusos

A partir de ese momento todo lo que vio fueron maltratos , golpes y torturas . Recuerda mucho a un joven llamado Mauricio al que amedrentaban todo el tiempo.

“A él lo amordazaban. Sufría mucho. Se lamentaba”.

La primera vez que le gritaron Jefferson le respondió con vehemencia a la sicóloga del lugar, pero tras una fuerte golpiza propinada por Álvaro, quien le reventó la boca y los ojos , supo cómo eran las reglas de aquel lugar. “Este era un tipo joven, ancho, grueso. Tenía el apoyo de las directivas. Destrozado, me mandaron hacer un informe explicando por qué tenía mi camisa llena de sangre. Acababa de llegar y duré cuatro horas haciendo ejercicio en el patio de esa casa”.

Este joven nunca tuvo un tratamiento sicológico en este lugar. Durante el año que duró su encierro recuerda solo cuatro reuniones que ni siquiera eran para que los jóvenes hablaran de sus problemas. “La sicóloga decía que el grupo sanaba. Que la vida no había tenido contemplaciones con ella, que su hijo había muerto y que no merecíamos nada de compasión”. Por estos tratos las familias de los internos pagaban sumas que superaban los dos millones de pesos mensuales .

Jefferson quedaba destruido cada vez que veía cómo era el trato hacia las mujeres. “Eran terribles con ellas. Tiberio les daba codazos y las dejaba tiradas en el piso. Lloraban todo el tiempo. Les pegaban, las humillaban. Les daban muy poco tiempo para bañarse, para entrar a hacer sus necesidades. Revisaban sus casilleros y si les encontraban ropa interior machada la exhibían delante de todo el grupo y hacían que otros les gritaran: cochinas, sucias, todo lo peor. Recuerdo las miradas de Vanesa y Daniela, no se me borraran de la mente”.

Hablar estaba prohibido en esta casa. Para emitir palabra alguna había que pedir permiso, las entradas al baño no podían exceder las tres así se estuviera enfermo, había guardias diurnos y nocturnos que sufrían el cansancio de los horarios infames y la ducha de las mañanas era con agua helada que calaba en los huesos. "En 15 minutos teníamos que estar limpios, lavar nuestra ropa interior y vestirnos. Todo era inhumano. Si nos pasábamos éramos castigados".

Los castigos

Hubo tantos y tan crueles que Jefferson va y viene tratando de recordar cuál era el peor. Uno de los peores era La Briega . Los facilitadores tiraban tierra en el piso y los internos tenían que limpiar. Mientras intentaban hacerlo les echaban baldados de agua helada sobre sus cuerpos, en la noche o en el día. Era doloroso.

“Luego éramos obligados a hacer ejercicio durante tres o cuatro horas”. Si alguien se resistía a los castigos o simplemente decía que ya no aguantaba más era molido a golpes . “A un compañero llamado Diego le pegaron mucho”. A otros los dejaban inmovilizados en una camilla por dos días.

Y los castigos no solo eran físicos sino también sicológicos. “Nos ponían en la mitad de algún espacio de la casa frente al grupo con las manos hacia atrás.

Hacían que todos te gritaran cosas horribles y uno solo podía decir: acepto y modifico, así uno no tuviera la culpa”. A mujeres y hombres les rapaban sus cabezas si su consentimiento .

Jefferson cuenta que nunca tuvo acceso a un vaso con agua y que para tener ese privilegio había que rogarle a un facilitador. Las llamadas a la familia eran contadas y monitoreadas, siempre ante la mirada vigilante de las directivas. “Ellos escuchaban todo para que uno no le pudiera contar a las familias lo que estaba pasando. Si uno la embarraba le alargaban el tiempo de estadía”.

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Lo mismo pasaba con las visitas. Los jóvenes eran martirizados para que no dijeran nada sobre lo que pasaba entre los muros de aquel lugar. “Vivíamos bajo la amenaza de que nos devolvieran de etapa. Era lo peor que nos podía pasar. Esa era la estrategia de su negocio. Los papás se iban convencidos de que estábamos bien, pero de que faltaba más a la recuperación. Lo que estaban haciendo era vaciar sus bolsillos”.

Los internos nunca comían carne, huevos, un café, Vivían de granos y arroz; los llenaban como si fueran bestias. Pero si alguien osaba decir que tenía hambre los castigaban embutiéndoles alimento sin cesar hasta que el ahogo los hiciera vomitar. La comida extra que mandaban las familias muchas veces terminaba dañándose, hasta eso les negaban a los internos.

Muchos intentaron denunciar, pero nunca pasaba nada. Incluso un militar que fue contratado para aplicar disciplina en el lugar, agobiado de los castigos externos que le pedían, terminó llamando un día a la policía. “Ese día nos escondieron en un corredor. No pasó nada. El señor denunció, pero eso se quedó quieto. Esa gente era muy, muy mala. Si revisan cámaras encuentran todo eso, pero yo creo que ellos borraban para no dejar evidencia”. Lo mismo pasaba con los funcionarios del Distrito. Maquillaban todo y hacían actuar a los jóvenes para que pensaran que en aquel lugar no pasaba nada. “Una vez suspendieron unas visitas porque le pegaron tan duro a un joven que terminó en el hospital”.

Los casos de intento de suicidio fueron conocidos y los de abuso también. “Había una interna que se acostaba con el facilitador y tenía privilegios. Lo hacía para no sufrir tantas torturas. Ella entró siendo menor de edad”.

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El escape

Jefferson se blindó de muchas torturas gracias a que se aprendió de memoria toda la filosofía del lugar: la misión, la visión. “Yo me refugié en eso para no aguantar tanto dolor”.

También lo obligaron a maltratar a otras personas con la amenaza de que si no lo hacía le iría peor a él como hermano mayor . “Mientras yo trataba de ser obediente mis papás y mis hermanos comenzaron a presionar para que yo saliera”.

Un año después llegó el día en que por fin los padres de Jefferson fueron por él a la IPS. “La sicóloga me llamó y me dijo que mis papás me necesitaban. Yo bajé sin mi líder. Luego me preguntó: ¿Mijo, míreme, usted de verdad quiere irse?”. Bajo la amenaza de sus ojos sabía que tenía que responder que no porque el castigo sería insoportable si respondía afirmativamente y luego convencían a sus padres de que alargaran el proceso .

El abandono se pagaba con el peor de los castigos. Era el infierno en la tierra. Luego, hábilmente, les dijo que si podía hablar a solas con sus padres. Con los ojos de sus captores apuntándole con ira le dijeron que sí. “Ya con ellos le dije: estoy a punto de tomar la decisión más difícil de mi vida. Si yo digo que me quiero ir ustedes no puede arrepentirse y dejarme acá. Luego, aunque los intentaron persuadir logré salir”.

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Aquel día cambiándose en el baño temblaba del miedo. Era la primera vez que iba a ver la luz del sol en muchos años, a tomar agua, a escuchar una canción.

“Les conté todo a mis padres, pero ellos pensaron que yo estaba exagerando hasta que estalló la noticia y leyeron la crónica que publicó EL TIEMPO. Me pidieron perdón, pero yo tardé en eso, me acosté muchas noches llorando. Había sufrido mucho”.

Hoy Jefferson está listo para que la Fiscalía General de la Nación le reciba su denuncia. "Tenía miedo, pero hoy quiero que esa gente nunca más salga de la cárcel. Son malos, muy malos".

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