San José.— La indígena argentina Ángela Camacho se estremece del miedo de sólo señalar que cuando alguien se despide en Inglaterra de una mujer, sólo le pide que le avise cuando llegue a su casa, mientras que en América Latina y el Caribe lo que se le solicita al despedirse es que avise… si logra llegar a su casa.
“Es tenebroso”, alerta Ángela en una entrevista con EL UNIVERSAL vía telefónica desde Londres, donde reside hace más de 21 años y labora de servidora doméstica y niñera y lucha como activista social, indígena, ambientalista, sindical y de derechos humanos.
Afincada en la orilla oriental del Océano Atlántico, observa con dolor el sanguinario panorama de asesinatos de mujeres en América Latina y el Caribe.
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“Acá en Inglaterra se le dice a una mujer… ‘llámame de tu casa si llegaste bien a tiempo, si perdiste el autobús o llegaste bien en el Uber o en el taxi’. Pero en América Latina lo que le preguntamos a la mujer es ‘si llegaste, si lograste llegar a tu casa’. Siempre va a estar la duda de que probablemente [la mujer] no llegue a su casa”, narra.
De 44 años, conferencista internacional y artista que incursionó a la red social de Instagram como @thebonitachola, relata su sobrevivencia en Londres ante múltiples obstáculos como mujer, madre soltera —su hijo Pedro tiene 18 y nació en Inglaterra—, indígena, migrante irregular, defensora de causas sociales y aún niñera y servidora doméstica.
Creadora visual y coautora de la serie de obras Tradition Ecological Knowledges & Urban Systems, Camacho fue designada por este diario como mujer a seguir en 2024 rumbo al Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo próximo. Asegura ser lideresa sindical, “creativa, bruja, puta, educadora, consultora” y “ancestra en camino” que ayuda a las diásporas en Londres para producir e impartir talleres creativos que se ligan en cultura.
Su meta, proclama, es “sanar del colonialismo, recuperar la historia de la mujer de color y reconectarse con el pasado para proyectarse en el futuro para vivir un presente digno”, en una tarea que une a comunidades, artistas y activistas para “explorar cuestiones de sexismo, crisis ambiental, explotación multinacional, vivienda y bienestar para refugiados y migrantes”.
Nacida en noviembre de 1979 en Argentina, es hija de la enfermera Celia y del costurero Víctor, indígenas de Copacabana, Bolivia, de la etnia Aymara Quechua y todavía vivos. En la pobreza, sus padres migraron hace más de 45 años a Argentina, donde cayeron en la honda crisis socioeconómica que se desató en ese país en 2001.
“Mis padres, pese a la gran pobreza, tuvieron en ese tiempo los recursos y pudieron enviarme a Europa”, aclara, en un viaje por su memoria que remata en 2024 con una realidad: la tormenta social en América Latina y el Caribe que obliga a millones a migrar al exterior.
Con rango migratorio ya regularizado en Inglaterra, confía en obtener la ciudadanía británica. Su hijo ya es británico, pero estuvo irregular por 10 años.
Usted migró por pobreza. El conflicto migratorio es hoy más grave y por pobreza.
—Mis padres sólo tenían dinero para el pasaje aéreo. Me tuve que buscar la vida aquí sola. Los sueños de mi familia eran que viniera a estudiar y trabajar. Pero venía a trabajar, a buscar una vida mejor por lo que pasaba en Argentina. Yo era joven, no tenía hijos. Fue una migración forzada por inestabilidad económica y política en un país con tantas personas que migran por un mejor futuro y una mejor vida.
Argentina vive hoy otra grave crisis. ¿Está en un círculo vicioso?
—Es muy triste lo que pasa en Argentina y en América Latina y el Caribe a nivel económico. Se fuerza y empuja a la gente a migrar y de una manera muy terrible. La mayoría migramos a un norte global sabiendo que las leyes de migración no nos amparan.
Es una migración muy frágil y precaria. Vamos de una precarización política y económica en nuestros países a un norte global donde hay mucha más precarización laboral, migratoria y sin acceso a recursos estatales. Es un círculo vicioso que ampara la ausencia de Estado en ambos lados [país de origen y de destino] y al que se amparan el capitalismo y el imperialismo.
Lastimosamente las personas más afectadas en este círculo del neocapitalismo son las mujeres, sobre todo indígenas y negras en América Latina y el Caribe. Mientras, la gente pudiente se enriquece más. Es muy triste ver eso.
¿Se envía mano de obra femenina barata latinoamericana y caribeña a ese norte?
—Sí. Es la continuación del legado colonial para seguir explotando a la población negra y a la de menores ingresos. Esa práctica continúa después de [más de 531] años [del descubrimiento de América]. Es la extensión de esas políticas genocidas que empujan a ciertos grupos a salir de sus territorios. Es muy triste ver esto de lejos.
Es una situación muy terrible y tenebrosa, horrible: se extiende el brazo del capitalismo de la explotación a los sectores más populosos.
¿Fue para usted más difícil acoplarse y superarse por el hecho de ser mujer, indígena, migrante irregular y madre soltera?
—Sí. Mientras más capas de intersección en la identidad como personas migrantes… es mucho más difícil. Estuve 10 años indocumentada y siempre tuve muy buenos trabajos y bien pagados por personas y familias que, aunque sabían que estaba indocumentada, me pagaban de todas formas hasta las vacaciones.
¿Todo eso la llevó a ejercer trabajo sexual en Londres?
—Sí, en un momento sí lo hice. Me parece un trabajo con el que estuve muy agradecida con las compañeras que me invitaron a eso. Fue un trabajo muy seguro, tranquilo.
Lo hice por unos meses hasta que conseguí otro trabajo. Y después esa comunidad me consiguió otro tipo de trabajo de limpiando casas, cosiendo. Es una comunidad muy linda, unida y muy organizada internacionalmente.
Debió ser un paso difícil de involucrarse en trabajo sexual.
—Depende. Es algo generacional. Cuando lo hice tenía 28. Para mí simplemente era: si lo hago gratis, ¿por qué no hacerlo pagado o cobrado? Tuve la suerte de que una amiga me pasó un cliente, un señor de bien, muy buena gente, en un espacio seguro y tranquilo. Lo que estuve en eso fue un verano, cuatro o cinco meses y sólo tuve dos o tres clientes.
Con eso era suficiente. Yo sólo quería pagar la renta [de donde vivía] y los pañales y la leche de mi hijo y cuidarlo. Trabajar esas dos o tres veces era suficiente para mis necesidades básicas. Mi familia entendió.
Quizás es difícil para ciertas generaciones. Pero para las jóvenes, y yo estaba en etapa juvenil y tenía muchas conversaciones con mi generación, siempre reíamos y decíamos: ‘Ellos quieren que lo hagamos de gratis’. Me parece gracioso. Alguna vez le dije [en esa época] a alguna [mujer]: ‘Vos lo hacés gratis. Te vas con un loco que no conocés y que conociste en cualquier lugar y te fuiste con alguien que no conocés. Te vas con esa persona. Es exactamente lo mismo, pero a mí me pagan y estoy segura’.
Tuve miedo la primera vez. Luego charlé y muy tranquilo. Tuve mucha suerte porque fueron los mismos tres clientes por cuatro o cinco meses. Después me despedí y fue todo muy suave. Uno de ellos, después de muchos meses, me llamó llorando porque me extrañaba. Esos tres clientes eran señores ya muy mayores a los que les costaba muchísimo relacionarse [con mujeres].
En el trabajo sexual hacíamos un fuerte trabajo social. No todas las personas son capaces de llegar a un encuentro sexual, ya sea por problemas mentales, ser muy tímidos o no saber cómo acercarse a una mujer. Yo iba a un encuentro y mi cliente solo quería hablar, no quería más nada. Un señor de 64 años que sólo quería sentarse a un sofá a hablar, porque no tenía pareja hacía 30. Sólo quería tomarse un café, un té, agarrarme de la mano, mirar una película. Estuvimos tres veces y siempre era lo mismo.
Otro escenario complicado está en la desigualdad del salario de una mujer en comparación con el de un hombre… por el mismo trabajo.
—Sí. No hay una igualdad. Se siente muchísimo en América Latina y el Caribe y en todo el mundo. Es muy duro y difícil. Cuando votamos por nuestros gobernantes debemos seguir empujando las agendas, porque los gobernantes en América Latina son electos y después incumplen lo que prometieron.
Tenemos que pujar para que cumplan. Y una de esas cosas es la igualdad en el pago laboral para todos los géneros, no solo a las mujeres en general. A trans, indígenas y negras se les paga muchísimo menos que a blancas y heterosexuales. Hay muchas capas y hay que acordarse de todas.
Y entre los peores dramas está el del feminicidio, con números imparables.
—Cuando comento con una persona inglesa, para que tenga idea de cuán arraigado y entroncado está la cultura de feminicidio en América Latina, le cuento que le decimos a una mujer: ‘Llamame a casa si llegastes’. Acá en Inglaterra se le dice a una mujer… ‘llámame de tu casa si llegaste bien a tiempo, si perdiste el autobús o llegaste bien en el Uber o en el taxi’.
Pero en América Latina lo que le preguntamos a la mujer es ‘si llegaste, si lograste llegar a tu casa’. Siempre va a estar la duda de que probablemente no llegue a su casa. Cuando les explico [a los ingleses] cuán entroncado está [el feminicidio] en América Latina se quedan muy sorprendidos y se horrorizan por las estadísticas. Las inglesas no lo pueden creer. Las latinoamericanas sabemos que eso pasa y que es terrible.
Acá nos reímos siempre, cuando vemos a alguien medio sospechoso en la calle y decimos: ‘Ese tipo tiene pinta de que me va a robar’. Y decimos: ‘Bueno que me robe para ver qué le pasa’. Es una caminata sin miedo [aquí]. En ciertos espacios nos tienen miedo a nosotras. Depende de cuán cercanía hay a la blanquitud.
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