Madrid.— La adaptación a la “nueva normalidad” no será una tarea fácil. Con la amenaza del coronavirus latente y el temor a un nuevo rebrote, los ciudadanos tendrán que acatar reglas de convivencia inéditas, lo que dará lugar a una realidad mucho más áspera, que se prolongará hasta el descubrimiento de una vacuna contra el

Los protocolos de seguridad se mantendrán durante un tiempo indeterminado y servirán para modificar espacios públicos y privados, rediseñar fronteras sociales y ejercer una mayor vigilancia, a nivel social e individual. Todo ello, a fin de garantizar una salubridad que estará en riesgo permanente hasta que confluya oficialmente la pandemia.

Todo indica que una parte de la población, al menos transitoriamente, se volverá más conformista, menos comunicativa, según los expertos. El uso del cubrebocas y la sana distancia que de manera instintiva guardarán muchos ciudadanos, aunque la pandemia esté controlada, dificultarán la interacción. La mayoría de la gente adoptará mecanismos de respuesta y será capaz de gestionar la nueva normalidad, pero habrá sectores sociales que se volverán más endogámicos y aprensivos; incluso, más intolerantes.

“El instinto de supervivencia a veces conduce a reacciones agresivas. Es algo que forma parte de todas las especies. Todo va bien mientras no se ponga en cuestión nuestra propia integridad. Vamos a ver cómo somos capaces de reaccionar cuando nos sintamos amenazados, simplemente por la posibilidad de que alguien esté infectado y pueda poner en riesgo nuestra salud”, señala a EL UNIVERSAL Antoni Calvo, sicólogo y director del Programa de Protección Social del Colegio de Médicos de Barcelona.

“Una de las lecciones que deberíamos aprender a todos los niveles, es poner en práctica lo que yo llamo la intención de querer estar bien con el otro. Si no, existe el riesgo de radicalizarnos: estás conmigo o estás contra mí, estás infectado o estás inmunizado, eres blanco o eres negro, tienes recursos o no los tienes (...) Ya estamos de algún modo en esa tendencia y deberíamos intentar desactivarla”, agrega el director de la Fundación Galatea, que desarrolla diversos programas de prevención y promoción de la salud.

La nueva normalidad también traerá una sobredosis de vigilancia y exigirá mayor disciplina. En lugares de esparcimiento, dependiendo de los criterios que manden en cada país, se instalarán cámaras de seguridad para comprobar los niveles de aforo y evitar las aglomeraciones. En algunas playas, plazas y parques públicos se delimitarán gráficamente las áreas de descanso, para mantener la distancia de seguridad y establecer el número de personas que pueden permanecer en las mismas, lo que inhibirá las relaciones más allá de los círculos cercanos.

Las autoridades también podrán demandar a entidades, establecimientos y medios de transporte que hagan un rastreo de sus usuarios, para recabar información relativa a la identificación de las personas potencialmente afectadas. Los datos pueden ser requeridos por los responsables sanitarios para el seguimiento y la supervisión epidemiológica.

“Esta tendencia al control hace tiempo que se ha incrementado. Ahora nos van a controlar por la temperatura, por la distancia social. Hemos entrado en una vorágine que yo espero que cuando la evolución del virus sea favorable seamos capaces de reconsiderar y resituar, porque estamos en una espiral realmente peligrosa, que me hace pensar en una eclosión social, con gente protestando en las calles. No nos pueden tener sujetos demasiado tiempo”, advierte el especialista.

El saludo de mano y beso, el abrazo, y otras muestras de afecto, seguirán resintiéndose en la nueva realidad ante el temor al contagio, lo que podría contribuir a enfriar temporalmente las relaciones, incluso en el ámbito familiar.

“Nos va a afectar, sin duda, pero no se puede generalizar. Va a depender de la personalidad de cada uno, de los recursos de los que disponga y del entorno en el que se mueva. La clave reside en saber cómo me está afectando y si soy consciente de ello y, antes de sufrir más emocionalmente, me pongo en contacto con algún profesional para poderlo compartir y que evalúe cómo me encuentro”, recomienda. La represión de las muestras de afecto que impondrá la nueva normalidad afectará especialmente a las sociedades más efusivas, como las latinas.

“Las nuestras son sociedades de contacto físico y visual. No somos sociedades nórdicas, somos sociedades calientes y nos va a costar más. Muchos abuelos están teniendo serias dificultades para poder expresar su afecto a los nietos. Están sufriendo muchísimo y con el estigma añadido de ser personas de mayor riesgo. Es algo de difícil manejo, pero ya sea por teléfono o por videoconferencia tenemos que expresar lo que sentimos, expresarlo claramente. Hay que canalizar ese deseo y hacerlo por los canales disponibles”. Los profesionales del ámbito de la salud mental, entre ellos sicólogos y siquiatras, van a tener una presencia mucho mayor a nivel social. El estrés sostenido, el insomnio y la irritabilidad, son tres de los factores que deberían inducir al afectado a consultar a un profesional.

“El reto a medio plazo no es sólo tecnológico, sino también relacional, es decir, tratar de estar bien con las personas con las que uno se relaciona. Suena entre poético y moralista, pero es algo clave. Si yo trato bien al otro, tengo más posibilidades de que me trate bien a mí. Y algo tan simple como eso, debemos intentar ponerlo en práctica cada día. Las relaciones no funcionan solas, hay que cuidarlas, mejorarlas”, indica.

El ambiente laboral, también cambiará sustancialmente. “El titular de la actividad económica o, en su caso, el director de los centros y entidades adoptará las medidas para evitar la coincidencia masiva de personas en los centros de trabajo durante las franjas horarias de previsible mayor afluencia”, señala la normativa que en España deberá aplicarse en fábricas y oficinas y que será parecida a la de otros países europeos. La reordenación de los puestos de trabajo, la organización de los turnos laborales y el mantenimiento de la distancia de seguridad interpersonal son otros de los requisitos. Si la separación física no fuera posible, los empleados tienen que disponer de material de protección adaptado al riesgo.

“Además, se mantendrán las medidas de prevención e higiene actuales y la limpieza y desinfección del espacio al menos dos veces al día, así como la organización de la circulación de personas para reducir los contactos entre los compañeros de trabajo”, indica el gobierno español en referencia a unas medidas que serán similares a nivel internacional. El teletrabajo, que aumentó exponencialmente durante el confinamiento, seguirá siendo potenciado, lo que desplazará las relaciones propias de la socialización laboral.

“Se van a dificultar las relaciones laborales convencionales, pero en paralelo están avanzando de algún modo las relaciones clandestinas, puntuales, para constatar que el otro sigue ahí. La distancia no solo genera olvido; también crea deseo”, matiza el sicólogo. La nueva normalidad estimulará un mayor interés de los ciudadanos por la salud en general, tanto física como mental.

“Va a ser un valor en alza. Vamos a estar muy pendientes de nuestra salud, sobre todo tras pasar por esa experiencia traumática de tener un virus, que es algo invisible, que nos ha confinado, que está por ahí dando vueltas y del que lo desconocemos casi todo. Esto va a condicionar nuestra forma de vida: dónde vamos, con quién, qué podemos tocar. Todo el tema tecnológico y virtual va adquirir una dimensión mucho mayor de la que ahora tiene”, asegura el terapeuta. No obstante, a pesar de las trabas, la mayoría de los ciudadanos encontrará fórmulas para seguir contactando con los otros.

“Hay algo consustancial a la naturaleza humana y es la necesidad del contacto emocional (...) el contacto físico, el contacto ocular, el sentir y el compartir. No hay mascarillas que nos impidan vernos y hablarnos. Nos va a condicionar [la nueva normalidad] en muchas cosas, pero menos de lo que imaginamos”.

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