Temixco, Morelos

Fernando Álvarez era muy joven cuando tres personas de origen japonés tocaron a la puerta de su casa, en la exHacienda de Temixco, a seis kilómetros de Cuernavaca, capital del estado. “Queremos entrar a tu casa”, pidieron los visitantes. “No hay nada”, contestó Fernando, pero ellos respondieron que habían vivido en ese lugar muchos años antes y querían recorrer nuevamente los campos.

Se trataba de tres japoneses, recordó el hombre, dos de ellos identificados posteriormente como Toyo y Enrique Shibayama, quienes vivieron su infancia en ese espacio, entonces convertido en un campo de concentración —muy distinto de uno de exterminio o de los instalados por la Alemania nazi— para ciudadanos japoneses durante la Segunda Guerra Mundial.

La historia de aislamiento para los Shibayama y otras familias japonesas comenzó con la ofensiva militar japonesa contra la base naval de Estados Unidos en Pearl Harbor, en diciembre de 1941. Un mes después, tras la reunión panamericana de cancilleres en Río de Janeiro, Brasil, el gobierno de Manuel Ávila Camacho decidió concentrar a los “ciudadanos peligrosos” de los países del Eje: Alemania, Japón e Italia.

Un grupo de japoneses fueron concentrados en la exHacienda de Temixco en cuya superficie de 14 hectáreas (140 mil metros cuadrados) erigieron casas de madera, apiladas una tras otra, sembraron hortalizas y cultivaron arroz para su consumo. “Muchas veces se imagina que un campo de concentración es un lugar muy sufrido, pero algunos de los niños que vivieron ahí [ahora personas de la tercera edad] nos platican que tenían ciertas libertades, podían salir a las escuelas, al pueblo y regresar... Tenían horarios que no podían violar, pero podían salir a realizar compras.

“Enrique Shibayama [hijo del administrado de la exhacienda] iba a la secundaria a Cuernavaca, tal vez fue el único con ese privilegio”, afirma Alfredo Tooru Ebisawa, un ciudadano mexicano de ascendencia japonesa, quien junto con Fernando Álvarez, copropietario del lugar, buscaron a los niños que vivieron en ese lugar y apoyaron la Convención Nacional Nikkei en mayo de 2018, en la exHacienda de Temixco.

Explotación laboral

La visión de Tooru Ebisawa contrasta con la investigación que realizó Selfa A. Chew sobre la historia de explotación de los japoneses por los mismos administradores de su nacionalidad de la hacienda y que plasmó en Desarraigando comunidad, Mexicanos japoneses, la Segunda Guerra Mundial y las tierras fronterizas México-Estados Unidos.

“En febrero de 1943, Alberto Yoshida y Takugoro Shibayama [este último administrador de la hacienda] informaron al Departamento de Investigación Política y Social (DIPS) que 80 internos laboraban en los campos y 30 se negaban a trabajar. Lo que no le dijeron a las autoridades era que se negaban a trabajar sin recibir un salario. Los internos tenían que pagar por jabón, comida y otros productos que sus familias consumían. Los líderes del Comité de Ayuda Mutua solicitaron la intervención de Miguel Alemán, en ese entonces secretario de Gobernación, y los rebeldes fueron detenidos y enviados a la estación migratoria de Perote, en Veracruz”, escribió Chew.

Kenji Hiromoto, nieto del doctor Manuel S. Hiromoto, lleva 12 años de investigación sobre el origen de su abuelo, su estancia en el campo de concentración y las vicisitudes en el lugar. La comunidad japonesa, dice Kenji, estuvo confinada de 1942 a 1945 y vivía en la parte de los sembradíos, donde ahora están las albercas del parque acuático. Había como chozas y dormían en las bodegas donde se almacenaban los granos. Tenían sus parcelas de autoproducción y se considera que el arroz Morelos tiene sus orígenes de cultivo en el estilo japonés. También sembraban berenjenas.

“Los hombres trabajaban y las mujeres se quedaban en la cocina. Una foto del Archivo General de la Nación (AGN) revela a dos mujeres semiadultas y a varios niños en la concentración y descubrí que la mujer que esta en el lado derecho es mi abuela”, dice Kenji. Con testimonios de familiares, amigos y documentos del AGN, reconstruyó la rutina en el campo, así como los castigos que recibían por portarse mal. “Con el pretexto de que habían hecho algo indebido y dependiendo de la gravedad y el criterio del señor Shibayama, los llevaban al centro de migración de Perote, Veracruz, donde la disciplina era más fuerte y los japoneses convivían con alemanes e italianos. Varios japoneses de Temixco fueron trasladados porque habían cometido supuestos problemas en la comunidad, pero no eran delitos graves”, cuenta.

—¿Podrías decir que la estancia fue amarga?— se le pregunta.

—Hay quienes dicen que fue bonito, sobre todos los niños, porque se cuidó mucho esa parte, que tuvieran espacios de entretenimientos, pero para los adultos no fue un momento agradable, fue bastante malo, de hecho, hubo suicidios, personas que se murieron de tristeza y otras que se dejaron morir de tristeza... En realidad sí fue un trago amargo, porque también la familia que estuvo ahí adentro no lo recordaba como un momento alegre o pacífico.

El abuelo de Kenji, Manuel S. Hiromoto, aparece en los archivos del extinto Departamento de Investigación Política y Social (DIPS), con un reporte en Perote en el que se quejaba de las condiciones laborales y decía que las autoridades de la hacienda abusaban de su poder. “Como él era cristiano, se dolía de la falta de libertad religiosa... también se quejaba del clasismo, que reproducía la rígida estructura social de Japón. Que los administradores del lugar los amenazaban con enviarlos a Perote si no accedían a trabajar sin compensación”.

En la obra de Selfa A. Chew también se menciona que no había enfermería y el doctor Manuel Hiromoto se quejaba de que el administrador Shibayama no le permitía atender a los enfermos. “Minerva Yoshino recuerda el dolor de dos muertes que pudieron ser evitadas”, escribió Chew.

Testimonios

Rosa Urano tenía siete años cuando dejó el campo de concentración de Temixco y después contó a sus familiares y amigos que su mente había olvidado los rincones de esa hacienda, pero 74 años después volvió a caminar por los suelos que la alojaron con su familia. “Al principio no quería decir mucho, pero se le hizo una invitación y dijo que no había ido desde que salió y pensó que ya no existía, pero cuando recorrió otra vez el lugar le vino a la memoria los sitios de cocina, sus juegos y diversiones”, recuerda Tooru Ebisawa.

Fernando Álvarez afirma que el día que reunieron a varias mujeres y hombres que pasaron su niñez en la exhacienda, se le ocurrió a una amigo de ellos escribir un cuento con los relatos que obtuvieron de los japoneses concentrados. Hubo historias crudas como el testimonio de una niña de entonces 12 años que debió hacer las veces de mamá y hermana porque su madre murió en el parto. Eran como seis o siete en su familia.

El éxodo

En México surgió la preocupación de que sus fronteras y litorales fueran utilizados por agentes de los países de Alemania, Japón e Italia, como base para atacar a las naciones americanas, dice Francies Peddie, maestro en Historia por la UNAM en su ensayo Una presencia incómoda: la colonia japonesa de México durante la Segunda Guerra Mundial.

Así, el gobierno del presidente Manuel Ávila Camacho ordenó reunir a los inmigrantes de toda la República en ciudades como Guadalajara, México y Veracruz, y los japoneses que vivían en estas ciudades se organizaron para recibir a sus paisanos y constituir el Comité de Ayuda Mutua (CAM), reconocido por el gobierno como interlocutor y negociar todo lo relacionado con la concentración de los migrantes, narra Sergio Hernández Galindo en El campo de Temixco: Persecución y organización de la emigración japonesa.

Todos se registraron y reportaron sus domicilios en la DIPS, dependiente de la Secretaría de Gobernación (Segob), aunque las familias que tuvieron recursos suficientes alquilaron viviendas con ayuda del CAM.

Tatsugoro y Sanshiro Matsumoto tenían una enorme propiedad en las afueras de la Ciudad de México, en el barrio de Contreras, conocido como El Batán. Ahí albergaron a 569 personas mientras una comisión designada por el CAM buscaba un lugar permanente con medios de supervivencia, hasta que lo encontraron en la exHacienda de Temixco, Morelos.

“En la época de los japoneses eran las 14 hectáreas que se tienen ahora y es la superficie que ocuparon para cultivar arroz y hortalizas de autosuficiencia. La hacienda primero fue un ingenio azucarero, luego un sitio para cultivar arroz, después refugio de la comunidad japonesa y desde 1968 se convirtió en uno de los principales parques acuáticos del estado”, expone Fernando Álvarez.

El costo de la hacienda fue de 180 mil pesos, reunidos con fondos de la embajada de Japón y dinero del CAM. En agosto de 1942 llegaron las primeras 42 familias a Temixco y la DIPS envió un oficio al gobernador de Morelos, Jesús Castillo López, para que otorgara las facilidades necesarias y se pudieran instalar las personas señaladas en el documento.

En ese oficio se informó que Sanshiro Matsumoto y Alberto Yoshida serían los encargados del Comité de Ayuda Mutua (CAM) de contratar a más personas para que trabajaran en la hacienda, dice Sergio Hernández, especialista en temas de inmigrantes japoneses. El CAM designó a Takugoro Shibayama como administrador de la hacienda y de atender los problemas de la comunidad. Shibayama gozó de privilegios como habitar una casa independiente mientras el resto vivía en un espacio amplio, pero con subdivisiones, sin privacidad. “Podemos imaginar que se escuchaban las voces de los vecinos o compartir baños”, dice Tooru Ebisawa.

En octubre de 1945, el CAM recibió la autorización de la DIPS para que a partir de ese momento los inmigrantes pudieran moverse con toda libertad y regresar, si así lo deseaban, a los lugares donde habían radicado. En Temixco se quedaron los Hiromoto, los Yo- shino y los Tominaga.

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