Bruselas.— El régimen talibán ha dedicado los primeros tres años de su retorno al poder a tratar de corregir el error cometido en la fase posterior de la llamada invasión soviética de Afganistán y que posteriormente los llevó a una nueva confrontación armada, la desconexión con el mundo exterior.
Lejos de atrincherarse, como lo hizo tras la primera guerra de Afganistán en las que enfrentó a fuerzas soviéticas (1978 y 1992), el régimen de facto ha respondido a la retirada militar de Estados Unidos tratando de hacerse de amigos buscando reconocimiento político y diplomático en un mundo cada vez más multipolar.
El proceso de acercamiento con otras naciones astutamente lo está llevando a cabo sin sacrificar las normas sociales y culturales que caracterizan a su ideología fundamentalista islámica, y que paulatinamente ha ido reinstaurando en la sociedad afgana.
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La ayuda humanitaria internacional continúa llegando sin que el movimiento político-religioso haga concesiones con respecto a los derechos humanos y los principios internacionales.
La subyugación generalizada y sistemática de niñas y mujeres a través de la introducción de leyes restrictivas con el aparente objetivo de borrar por completo su presencia de escenarios públicos, es una clara ilustración de que el régimen no tiene intención de abordar las cuestiones que preocupan a los donantes extranjeros.
Si bien la retirada de Estados Unidos de Afganistán y la toma del poder por los talibanes en 2021 provocó el cierre de 19 puestos diplomáticos en Kabul, el mayor descenso de misiones diplomáticas visto en una capital desde ese año, según Lowy Institute, la organización militar islámica poco a poco ha venido construyendo su propia red de “amistades”.
De acuerdo con International Crisis Group, los talibanes, excluidos por las potencias occidentales, se han enfocado en tratar de construir puentes diplomáticos con las capitales extranjeras más cercanas.
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Según la organización con sede en Bruselas y especializada en solución de conflictos, los vecinos no han tenido alternativa, están obligados a tratar con los fundamentalistas por cuestiones económicas y de seguridad. Aunque la desconfianza y las sanciones occidentales siguen siendo obstáculos para un compromiso regional.
“La negación de los derechos básicos a las mujeres y niñas afganas por parte del talibán y la imposición de normas sociales draconianas desde que regresaron al poder en agosto de 2021 han saboteado, al menos por ahora, la posibilidad de que la ONU y otros organismos internacionales reconozcan su régimen”, indica el reporte de ICG en el que analiza la diplomacia talibán.
“Sin embargo, mientras los diplomáticos occidentales han cancelado reuniones con los talibanes, actores regionales han buscado mayor acercamiento con Kabul (...) están convencidos de que la mejor manera de garantizar los intereses de sus países y moderar el comportamiento de los talibanes a largo plazo es siendo pacientes con Kabul, en lugar del ostracismo. Los canales entre Kabul y las capitales regionales parecen ofrecer a los talibanes sus mejores esperanzas de compromiso diplomático en los próximos años”.
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La “agenda de contactos” de los talibanes es cada vez más amplia. Incluye a los países vecinos, como Irán, Paquistán, Tayikistán, Turk- menistán y Uzbekistán; han concluido que el compromiso con las autoridades talibán es un mal necesario si quieren abordar sus principales preocupaciones.
En la lista de contactos además figuran las potencias regionales, concretamente China, India y Rusia. Moscú entregó en abril de 2022 la embajada afgana a los talibanes, acreditándolos sin reconocer oficialmente al gobierno dirigido por ellos. El Ministerio del Exterior ruso además ha propuesto retirar a los talibanes de la lista de organizaciones terroristas, en la que han estado presentes desde 2003.
Beijing abrió su embajada en Kabul en septiembre de 2023 y fue el primero en aceptar las credenciales de un embajador nombrado por los talibanes. De los tres, por mucho, China es la potencia más activa en las conversaciones con los talibanes, aunque el interés primario es la seguridad, no la riqueza natural del país, según un análisis elaborado por Henrique Schneider, profesor de Economía en la Universidad de Ciencias Aplicadas de Nordakademie de Alemania.
También construyen lazos con socios de la periferia, concretamente con Qatar, Arabia Saudita, Turquía y Emiratos Árabes Unidos.
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De acuerdo con ICG, estas naciones se han adherido a la carrera diplomática, en parte, para contrarrestar el excepcionalismo islámico de los talibanes y equilibrar sus propias rivalidades regionales.
“El cauteloso apoyo de los países vecinos a Kabul no parece basarse principalmente en un sentimiento antiestadounidense, sino en una evaluación de los resultados tangibles que buscan.
“Los gobiernos regionales llegaron a la conclusión de que hablar con las autoridades de facto era la mejor manera de conseguir que respondieran a sus agendas. Las preocupaciones económicas y de seguridad se antepusieron a las relacionadas con los derechos de las mujeres y las niñas”.
En síntesis, los talibanes no esperaron a que el sentimiento occidental cambie en uno que les fuera más favorable para asociarse con el exterior.
Tampoco el aislamiento diplomático y financiero impulsado por Estados Unidos, en sintonía con Europa, ha evitado la llegada de la ayuda exterior.
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Si bien congelaron las reservas de la desaparecida República Islámica de Afganistán, valuadas en casi 9.5 mil millones de dólares, los dineros han continuado llegando para prevenir un empeoramiento del desastre humanitario en curso. Un informe elaborado por el Center for Strategic and International Studies (CSIS) y en el que participan expertos como Daniel Runde, sostiene que la ayuda humanitaria sigue llegando en forma de envíos físicos de dólares, entregados por la Misión de Asistencia a Afganistán de las Naciones Unidas, a diversos organismos internacionales asociados y activos en el terreno.
Los fondos son usados para pagar los salarios del personal y adquirir alimentos y suministros.
Los envíos a través de la ONU siguen siendo un salvavidas fundamental para afrontar la mayor crisis humanitaria del planeta: 6.3 millones de desplazados internos, 15.8 millones de personas padecen inseguridad alimentaria, 22.1 millones requieren de asistencia y 8.7 millones de niños tienen limitado acceso a la educación.
Los fondos de los donantes ascienden a más de 2 mil 900 millones de dólares desde el retorno al poder de los talibanes y han contribuido al modesto grado de estabilidad económica.
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“Los donantes extranjeros, la sociedad civil, las partes interesadas, los funcionarios de la ONU y los vecinos de Afganistán están en desacuerdo sobre cómo avanzar en Afganistán”, indica el estudio del CSIS sobre el futuro de la ayuda a Afganistán y el dilema que plantea.
“Algunos instan a la comunidad internacional a mantener una línea firme y coherente en materia de derechos humanos y a negarse a colaborar con los talibanes por motivos morales. Otros insisten en la gravedad de la crisis humanitaria y piden un enfoque pragmático”.
El CSIS sostiene que el reto consiste en encontrar un delicado equilibrio entre compromiso, presión y asistencia; así como reconocer que las circunstancias en Afganistán exigen más matices de lo que suele ser posible a nivel internacional.
“Este enfoque debe dar prioridad a las iniciativas que beneficien directamente a la población afgana, manteniendo al mismo tiempo la presión sobre los talibanes para que mejoren su historial de derechos humanos, adopten reformas políticas y aumenten la transparencia financiera”.