Hay de conflictos a conflictos. La invasión de Ucrania por parte de Rusia acaparó la atención mundial y, más de un año después, la atención sigue en pie. Afortunadamente.
Pero hay otros, como el de Sudán, en el que el interés de los países, hasta el momento, se centra en sacar a sus nacionales, mientras los cuerpos de los civiles sudaneses se apilan en casas, en calles…
Yemen acumula ocho años de guerra civil, pero sólo obtuvo un poco de atención cuando, la semana pasada, una estampida provocó la muerte de casi un centenar de personas que se habían formado para recibir una ayuda de ocho dólares.
¿Por qué la diferencia? Hay muchos factores que inciden: de entrada, el impacto de las crisis. En el caso de la ucraniana, se dejó sentir de inmediato en Occidente, con la escasez de granos, la inflación, el dilema del gas ruso del que dependen en gran medida los países europeos. La llegada de migrantes rusos y ucranianos a suelo mexicano, esperando cruzar a Estados Unidos, acercó aún más el conflicto.
Los conflictos de Sudán y Yemen están más lejos. Poco se conoce de esos países, de las razones por que están inmersos en baños de sangre. El impacto es todavía lejano. Y en un mundo globalizado, la solidaridad, la empatía, no se globalizaron.
Poco preocupa lo que no se comprende, lo que no se conoce. La mayoría de los ciudadanos no sabe que en Sudán se produjo un golpe en 2021 en el que participaron el general Abdel Fatah al Burhan y el general Mohamed Hamdane Daglo, líder de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR). El primero asumió como gobernante de facto y desde entonces, ambos bandos están en guerra, con los segundos, y la población civil, exigiendo restaurar la democracia en una nación que ya sufría por el régimen autocrático de Omar al Bashir.
Yemen vive desde 2015 una guerra entre los rebeldes hutíes, que respalda Irán, y el gobierno, que apoya una coalición militar encabezada por Arabia Saudita. Los dos conflictos han dejado cientos de miles de muertos a su paso, ya sea por el conflicto en sí, por la pobreza, por el hambre.
La presión internacional, afuera y desde dentro de estos Estados, es lo único que había logrado mantener un poco de calma. Pero con la salida de los extranjeros de Sudán, los sudaneses quedan a su suerte, aterrados y esperando que la violencia recrudezca.
La reacción de las potencias mundiales ha sido muy distinta en Ucrania que en el país africano o el de Medio Oriente. Para desgracia de sudaneses y yemeníes, poco hay que interese a los líderes extranjeros como para ejercer una mayor presión, o para buscar consensos, condenas, en Naciones Unidas.
ONG, como el Programa Mundial de Alimentos, alertan sobre la hambruna que se viene en esos países, las consecuencias de la pobreza, de los desplazamientos. Pero el clamor, por ahora, cae en oídos sordos. Se trata, alegan algunos, de crisis que “están muy lejos”.