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Madrid
Las protestas que en los últimos meses se han extendido desde Medio Oriente hasta Hong Kong obedecen a causas muy distintas, aunque en todas está presente el hartazgo de amplios sectores de la población, ya sea por la crisis económica, la corrupción, el desempleo, el déficit democrático o la incompetencia de los políticos locales.
Muchas de estas movilizaciones tienen a los jóvenes como sus principales abanderados y en algunos casos los gobiernos han recurrido a la censura digital para sofocarlas.
Según los expertos, la mayoría de las manifestaciones responden también a los intereses que están en juego a nivel internacional en escenarios de alto valor geoestratégico para las grandes y medianas potencias, algunas de ellas regionales.
Las marchas de protesta que desde hace seis meses afectan a la excolonia británica de Hong Kong son sin duda las de mayor trascendencia, no sólo por su intensidad, duración y altos niveles de participación, sino porque implican directamente a China, la gran potencia asiática que se halla bajo el escrutinio internacional por sus carencias democráticas.
El desencadenante de las quejas en esta provincia que goza de cierta autonomía política y económica fue el rechazo de un proyecto de ley que buscaba autorizar las extradiciones hacia China continental, aunque las movilizaciones ampliaron su radio de acción hasta abarcar otras reivindicaciones, como el sufragio universal y reformas democráticas.
“Las protestas empezaron como un fenómeno pasajero, pero sospecho que se van a quedar. En Hong Kong hacen escala técnica los barcos de guerra de Estados Unidos. Hay una presión muy grande por parte de Washington en sus relaciones con Beijing y la máxima es que si se puede desestabilizar, se desestabiliza. Las protestas, por genuinas que sean, contribuyen a ello.
“Existe interés de Washington en tener ahí una especie de punta de lanza”, señala a EL UNIVERSAL Adrián Mac Liman, analista político y consultor internacional.
El experto no descarta que lo que fue un descontento interno en demanda de derechos y libertades se pueda convertir en avanzadilla de un conflicto internacional.
El continente asiático registró además otras importantes convulsiones en los últimos meses. Al menos tres países, Irak, Líbano e Irán, enfrentaron fuertes protestas que, con el trasfondo de la crisis económica y social, tenían como diana a los respectivos gobiernos, sobre todo por la incapacidad de las autoridades para velar por los intereses de la gente y mejorar la situación.
También en Paquistán, donde denuncian fraude electoral y piden nuevos comicios, y en el norte de África se produjeron turbulencias. Miles reclamaron en Argelia y Egipto relevos en el poder, mientras reprobaban la corrupción.
Jóvenes, al frente
Tal como sucedió en la Primavera Árabe surgida a principios de esta década y cuyos propósitos democratizadores, salvo en el caso de Túnez, resultaron fallidos, los jóvenes participaron de manera destacada. La mayoría de ellos se encuentran desasistidos por el Estado, lo que deriva con frecuencia en una actitud de rebeldía.
Las reivindicaciones que alimentaron los movimientos rebeldes en 2011 siguen presentes y en algunos casos se han agudizado.
En Irak, las inconformidades se forjaron en Bagdad, teniendo como principales reclamos trabajo para la juventud y la renuncia de los líderes corruptos. Las huelgas iniciadas a principios de octubre llegaron a paralizar a la administración, además de afectar a universidades y escuelas. Las protestas de los últimos dos meses se han saldado con más de 400 personas fallecidas, debido sobre todo a la represión policial.
La subida de impuestos a servicios de redes sociales digitales produjo en el Líbano una reacción popular que ensanchó sus demandas en un contexto de grave crisis económica, a pesar de que la medida fue retirada casi de inmediato.
Las concentraciones en Beirut y otras ciudades libanesas pidiendo el fin de la corrupción y la caída del régimen que provocó el colapso económico del país, obligaron al primer ministro Saad Hariri a renunciar a finales de octubre para ser reemplazado por el político independiente Hassan Diab.
En Irán también aumentó en las últimas semanas la tensión sociopolítica, luego de la decisión de las autoridades de elevar el precio de los combustibles en más de 50%.
Las movilizaciones que se extendieron a decenas de ciudades fueron también un reflejo del malestar causado por la inflación y las dificultades para acceder a productos básicos en una economía cada vez más asfixiada por las sanciones impuestas por Estados Unidos.
Las protestas, que se tornaron violentas y que fueron reprimidas por la policía con un saldo de más de 200 muertos, según Amnistía Internacional, incluyeron críticas al régimen teocrático de los ayatolás. En paralelo hubo otras marchas que tenían como objetivo protestar contra el embargo de Estados Unidos y apoyar al gobierno de Teherán.
La frustración popular subsiste en Medio Oriente como consecuencia de la eternización de los conflictos regionales, las crisis económicas endémicas, el desempleo y la corrupción, lo que constituye un caldo de cultivo para las protestas. También las potencias regionales aprovechan los desórdenes sociales para jugar sus bazas, en un escenario disputado por las dos grandes corrientes religiosas del Islam.
“Además de la activa intervención de Estados Unidos, para quien la zona tiene un alto valor geoestratégico, está la actuación de las potencias locales. Irak, Siria y Líbano son países donde hay mayorías chiítas, que juegan al son de lo que diga Teherán.
“Por otra parte está Arabia Saudita, con mayoría sunita, interesada en la desestabilización de estos países cuando se asiste a un nuevo reparto de las zonas de influencia. Ni Estados Unidos ni Arabia Saudita quieren que Irán tenga aliados”, dice el experto para ilustrar el trasfondo de las quejas en Medio Oriente.