En una noche de mayo de 1986 en Costa Rica, y al ritmo de música ranchera de México con el acompañamiento de un trío de costarricenses, una potente voz masculina irrumpió de pronto con el canto de “El Rey”, pieza insigne del cantautor mexicano José Alfredo Jiménez.
Desde un rincón de la Soda Palace, un emblemático restaurante capitalino al que Fidel Castro acudió varias veces a tomar café y otros brebajes y alimentos antes de emprender en 1956 la aventura guerrillera en Cuba, el panorama bohemio quedó bajo dominio de un cantante improvisado y desconocido en ese sitio de una esquina de San José que por decenios marcó a la vida de la ciudad y cerró en 1999.
Sigilosa y discreta, esa noche por allí cerca permaneció Myriam, una famosa mesera ya fallecida de la Palace que alguna vez atendió a Castro cuando el joven revolucionario cubano visitó Costa Rica en la primera década de la segunda mitad del siglo XX en busca de ayuda internacionalista—armas y municiones—para lanzarse en contra del régimen del gobernante cubano Fulgencio Batista
¿Pero por qué ese nuevo e inusual visitante con ínfulas de cantante gozó, en su incursión a la Palace, de una particular y celosa vigilancia y protección de policías, agentes de seguridad y guardaespaldas y que se mezcló sin líos con los demás comensales y con ebrios, frecuentes y extraños personajes de la noche y de la madrugada sin rumbo, músicos y otros parroquianos? ¿Quién se apoderó de la escena con la canción mexicana?
La respuesta fue muy sencilla: Alan García, presidente de Perú.
A propósito de que el costarricense Óscar Arias Sánchez asumió el 8 de mayo de 1986 como presidente de Costa Rica, uno de los invitados especiales a la ceremonia de juramentación y a los actos diplomáticos previos y posteriores fue García. Con menos de 10 meses como presidente de Perú, García logró convertirse en uno de los personajes principales del abanico político de América Latina y el Caribe y en referente internacional.
Por eso, y aunque en su viaje a Costa Rica cumplió con los ritos rígidos del programa, en un momento aprovechó para romper el protocolo y, sin titubear, se dirigió a la Palace para disfrutar sin las ataduras impuestas por los solemnes aparatos ceremoniales y de seguridad y recordar sus épocas de guitarrista en la capital costarricense.
El discípulo predilecto y heredero del peruano Víctor Raúl Haya de la Torre (1895—1979), uno de los principales dirigentes políticos en la historia de Perú y fundador del partido Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), vivió en Costa Rica como estudiante del Centro de Estudios Democráticos de América Latina (CEDAL), una academia vinculada a la Internacional Socialista (IS) ubicada en las montañas al norte de San José y alejada de la capital.
Para buscar ganarse algún dinero en su época de aprendizaje en esa apacible casa de estudios de las fuerzas partidistas socialdemócratas americanas y europeas, García forjó la costumbre de viajar con su guitarra a San José y presentarse como músico y cantante en cantinas y restaurantes de la noche josefina, como la Palace.
Por eso, y cuando pasó con su caravana de seguridad frente a la Palace rumbo a una cena de gala en el Teatro Nacional, a solo unos 300 metros de distancia, ordenó a su equipo detenerse de inmediato.
García bajó y, acompañado del trío, decidió ponerse a cantar. Entre otras canciones, interpretó “La flor de la canela”, creación ilustre de la peruana María Isabel “Chabuca” Granda (1920—1983). Y allí se quedó un rato en esos y otros menesteres de recuerdos de sus días de juventud, para luego reinsertarse luego al protocolo de aquella noche.
La Palace, sin embargo, tampoco fue el único punto de extraña coincidencia de Castro y de García.
Con 36 años, el joven García asumió la presidencia de Perú en 1985 como una figura fulgurante de la socialdemocracia de América Latina y el Caribe y entabló una disputa ideológica, económica y técnica sobre la deuda externa del Tercer Mundo con Castro, ya para entonces presidente de Cuba y consolidado como una de las más influyentes personalidades de la política mundial, interamericana y regional.
Castro definió y proclamó con insistencia como “impagable” el débito foráneo de las retrasadas y subdesarrolladas naciones de América Latina y el Caribe, África y Asia”, pero García replicó con una propuesta: limitar el pago al 10% de los ingresos por exportaciones de cada uno de los países implicados en un agudo conflicto financiero.
Aunque ninguna de las dos opciones avanzó ni se concretó en la política del Tercer Mundo, la realidad también mostró que la fase de 1980 a 1989 fue bautizada como “década perdida” para los países latinoamericanos y caribeños. En medio de otras iniciativas para enfrentar el peso de la deuda externa, ni se aceptó el camino de Castro para que fuera declarada impagable ni el de García para que se siguiera la vía de limitar los pagos al 10% de los ingresos por exportaciones nacionales.
En el caso cubano, los principales acreedores fueron los del entonces campo socialista de Europa del Este, encabezado por la ahora desintegrada Unión Soviética. La debacle para Cuba llegó a partir de 1989, con el desplome del Muro de Berlín en noviembre de ese año, el final de la Guerra Fría , la caída del bloque soviético con el derrumbe de los gobiernos comunistas pro—Moscú y la desintegración de la URSS en diciembre de 1991.
Sin sus benefactores del viejo mundo comunista y con el bloqueo del financiamiento externo en el mundo capitalista, por el embargo económico unilateral que Washington le impuso en 1962, Cuba entró en el decenio de 1990 a una de sus más graves crisis de la que apenas empezó a registrar mínimos signos de recuperación con el oxígeno de petróleo y otros recursos que recibió de Venezuela , su nuevo mecenas, con el ascenso de Hugo Chávez (1954-2013) en febrero de 1999 a la presidencia de ese país.
Nacido en 1926, Castro murió de 90 años de causas naturales el 25 de noviembre de 2016 en su lecho de enfermo en La Habana.
Y en el caso peruano, la situación fue de caos para García, aunque logró finalizar su primer atribulado quinquenio de 1985 a 1990 y sorpresivamente cumplió un segundo mandato de 2006 a 2011. En el primero, tras rechazar los consejos del Fondo Monetario Internacional (FMI) para aplicar programas de ajuste estructural y de rectificación, García se empeñó en pagar solo el equivalente del 10% de las exportaciones peruanas en el servicio—pago de principal e intereses—de la deuda externa de Perú.
Las consecuencias fueron funestas para la economía peruana: al registrarse una cadena de atrasos en los pagos del débito foráneo, Perú fue declarado inicialmente como un país en “valor deteriorado” y después por “inelegible” por el FMI y otros sectores claves de los mercados financieros internacionales.
Perú se precipitó en el segundo lustro de la década perdida en una imparable espiral de hiperinflación, aguda devaluación, desempleo, deterioro salarial, escasez generalizada de bienes de primera necesidad y elevado déficit fiscal, entre otros factores que en los comicios presidenciales de 1990 abrieron el campo para la irrupción de otro personaje controversial de la política peruana: Alberto Fujimori, quien reemplazó a García en julio de ese año.
Y en el pasado de la Soda Palace, un sitio simbólico en el cruce en San José de la Avenida Segunda y la Calle Segunda que solo cerró puertas unas horas en los viernes y los sábados santos y en ocasiones especiales, quedaron las visitas revolucionarias juveniles de Castro en busca de café y las correrías artísticas estudiantiles de García para cantar “El Rey”.
lsm