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Por muchos años, Roy Cleveland Sullivan era reconocido por mantener el optimismo en su vida, a pesar de que la mala suerte lo acompañaba. La gente lo consideraba una persona afortunada por haber sobrevivido al impacto de siete rayos. Sin embargo, el desamor lo mató.
El "pararrayos humano": así es como llegó a ser conocido Sullivan, un guardabosques de Green, Virginia, en Estados Unidos que, como lo haría un gato, tuvo siete vidas para afrontar los rayos que lo impactaron y le produjeron distintas lesiones.
Siempre salió ‘victorioso’, lo que le valió la inclusión en el libro de los Guinness World Records desde 1977 como el sobreviviente a la mayor cantidad de rayos.
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“Nunca he sido un hombre miedoso”, dijo a la prensa local en su momento. “Pero tengo que decir la verdad. Cada vez que escucho un trueno tiemblo un poco”.
El primer impacto
El Parque Nacional Shenandoah, ubicado en el estado de Virginia, contrató a Sullivan en 1936 para cuidar de la vegetación, especies e infraestructura. Todo marchó dentro de sus términos hasta que en 1942 el cielo 'se cayó'.
Una tormenta de grandes magnitudes azotó el parque. Infortunadamente, Sullivan estaba al lado de una torre que había sido instalada por los bomberos y que aún no contaba con pararrayos, según contó. Corrió y corrió para alejarse de la infraestructura, pero no lo logró.
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“Estaba a unos pocos pasos de la torre y ‘boom’. Me quemó algo así como una raya de un centímetro en toda la pierna derecha y golpeó mi dedo gordo del pie”, narró al diario Lakeland Ledger. Aunque la sangre lo escandalizó, todo se redujo a perder la uña del dedo, como reseñó el libro Guiness.
Una seguidilla de infortunios
27 años pasaron y él continuó con sus labores de guardabosques. En una de sus jornadas rutinarias manejaba un camión dentro del parque, pero, de nuevo, una tormenta se generó.
De acuerdo con su relato al medio citado, llevaba las ventanas del camión abierta y percibió la inconfundible luz que esta vez lo dejó sin cejas, sin pestañas y sin los pocos cabellos que se asomaban en el ala de su sombrero.
El tercer impactó lo sorprendió en 1970 mientras veía las plantas del jardín de su propia casa. El hombro izquierdo fue el afectado.
En cambio, el cuarto rayo fue más allá de las cejas y pestañas. “Hubo una lluvia suave, pero sin truenos, hasta que hubo un gran aplauso. Lo más fuerte que he escuchado”, aseguró al periódico local.
“Cuando mis oídos dejaron de zumbar, escuché algo chisporroteando. Era mi pelo en llamas”. Las llamas subieron más de 15 centímetros y no le quedó otra opción que ir hasta una llave de agua cercana para mermarlas.
“Mi cabeza se sentía muy caliente; era terrible”, comentó a Lakeland Ledger y aseguró que para sobrellevar el caso tuvo que acudir también a toallas húmedas.
Los infortunios no cesaron. El quinto episodio le ocurrió de nuevo en medio de su labor; solo que ese día sintió un cuidado de ‘arriba’, pues el rayo no le consumió más que su cabello.
“Dios me perdonó por algún buen propósito. Es entre Dios y yo, y nadie más que nosotros lo sabrá jamás”, afirmó al diario The Washington Post.
En junio de 1976, su tobillo se afectó por otro impacto. Como pensaba que parte de los accidentes le sucedían estando en el Parque Nacional Shenandoah, se retiró tras 36 años y se embarcó con su esposa en una casa rodante para conocer el país.
Sin embargo, por más que huyera, parece que no podía decidir su destino. Su séptima vida se consumió en 1977 mientras cazaba algunas truchas.
“Algunas personas son alérgicas a las flores, pero yo soy alérgico a los rayos. Son cosas graciosas”, le alcanzó a decir al medio Waynesboro News Virginian, mientras lo atendían en el hospital por sus lesiones en el pecho y el estómago.
Sobrevivió siete veces a las descargas cuya potencia es comparable con una explosión nuclear, de mil millones de vatios, de acuerdo con una columna pasada del astrofísico Santiago Vargas para El Tiempo.
“Aunque a diario en el mundo se producen unas 40 mil tormentas que generan alrededor de 8 millones de rayos, se estima que la probabilidad de ser alcanzado por uno de ellos es de una en 2 millones, menor que la de ganarse la lotería nacional”, aseguró el experto.
El último "rayo"
Sin embargo, su optimismo desapareció un día. Esta vez, el impacto no provino de un rayo, sino de su esposa. Ella se quedó a su lado, apoyándolo, en medio de sus desgracias. Hasta que un día, mientras él le ayudaba a tender ropa en el jardín de su casa, un rayo la alcanzó a ella. Decidió que era suficiente y lo abandonó.
La pérdida fue devastadora para Sullivan: en la mañana del 28 de septiembre de 1983, a los 71 años, tomó su arma reglamentaria, decidido a ponerle fin a su vida. Tampoco le salió, ya que no murió de ese disparo. La muerte le llegó días después como consecuencia de una infección que le había provocado esa bala. Hasta el día de hoy, la ciencia no ha podido explicar la extraña atracción que tenía este hombre con los rayos.
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