Al contemplar "La adoración de los magos" de Leonardo Da Vinci en los pasillos de la Galería de los Uffizi de Florencia, comencé a sentirme extraño.
Mi estómago se encogió y mi corazón se aceleró; mis rodillas se doblaron y las palmas de mis manos estaban húmedas. ¿Me estaban sentando mal los crostini de hígado de pollo del almuerzo? Probablemente.
Sin embargo, para algunos visitantes de Florencia estos son los síntomas de una enfermedad grave que no tiene nada que ver con una intoxicación alimentaria. Aparentemente, todo tiene que ver con la abundancia de arte en la ciudad.
Se dice que el síndrome de Stendhal es un trastorno psicosomática provocada por la exposición a la cantidad de riquezas artísticas de Florencia.
Toma su nombre del escritor francés Marie-Henri Beyle, más conocida por el seudónimo de Stendhal, quien, en 1817, escribió esto sobre su viaje a la capital toscana:
"Experimentaba una especie de éxtasis por la idea de estar en Florencia… Me sobrecogió una feroz palpitación del corazón… El manantial de la vida se secó dentro de mí, y caminaba con el miedo constante de caer al suelo".
El síndrome fue descrito clínicamente como un trastorno psiquiátrico en 1989 por Graziella Magherini, psiquiatra del Hospital Santa Maria Nuova de Florencia.
Magherini observó a 106 pacientes, todos ellos turistas, que experimentaban mareos, palpitaciones, alucinaciones y despersonalización al contemplar obras de arte como las esculturas de Miguel Ángel y las pinturas de Botticelli.
Sufrían "ataques de pánico causados por el impacto psicológico de una gran obra maestra y de viajar", dijo Magherini en 2019.
Los casos del síndrome todavía se reportan hoy.
"Ocurre generalmente 10 o 20 veces al año en ciertas personas que son muy sensibles [y] tal vez han estado esperando toda su vida para venir a la Toscana", dijo Simonetta Brandolini d'Adda, presidenta de la organización benéfica de arte Amigos de Florencia.
"Estas obras de arte icónicas, los Botticelli, el David, son realmente abrumadoras. Algunas personas pierden el rumbo; puede ser alucinante. A menudo he visto a personas que comienzan a llorar".
"El nacimiento de Venus" de Botticelli parece ser un detonante particular.
"Tuvimos al menos un ataque epiléptico frente a la Venus", dijo Eike Schmidt, director del Palacio y la Galería de los Uffizi. "Un caballero también sufrió un ataque al corazón".
Ese caballero era Carlo Olmastroni, un hombre de 68 años de la localidad toscana de Bagno a Ripoli, que se derrumbó en la Uffizi en diciembre de 2018.
"Me acerqué a 'El nacimiento de Venus' de Botticelli y, mientras admiraba esa maravilla, mis recuerdos desaparecieron", me dijo Olmastroni.
Su historia fue tomada rápidamente por los medios de comunicación en Italia y en el extranjero y se presentó como el último ejemplo de alto perfil del síndrome de Stendhal.
Sin embargo, puede servir más apropiadamente para ilustrar otra cosa: la prisa de los medios por propagar la idea romántica del síndrome de Stendhal, a pesar de que es una afección difícil de precisar. Ciertamente, en el caso de Olmastroni, algo más estaba en juego.
"El diagnóstico no fue el síndrome de Stendhal, como algunos pensaron más románticamente, sino la oclusión de dos arterias coronarias. ¡Quizás al admirar 'El nacimiento de Venus', decidieron que no había nada más hermoso y se contrajeron permanentemente!", me dijo.
Afortunadamente, Olmastroni se recuperó por completo, en parte gracias a un desfibrilador que se había instalado (en la galería) el día anterior a su visita, y en parte debido a la presencia cercana de cuatro médicos, incluidos dos cardiólogos sicilianos que estaban visitando los Uffizi ese día. Él los llama sus "ángeles de la guarda".
Si hubiera sufrido el ataque al corazón en casa, podría haber sido una historia diferente. Quizás, lejos de enfermarlo, el tesoro artístico de Florencia le salvó la vida.
El problema que tienen muchos profesionales al describir el síndrome de Stendhal como un trastorno psiquiátrico propio es que sus síntomas son muy difíciles de diferenciar de los de afecciones más generales que comúnmente afectan a los turistas.
"A veces, en los Uffizi, ciertos visitantes tienen ataques cardíacos o se sienten enfermos", dijo Cristina de Loreto, psicoterapeuta que vive y trabaja en Florencia.
"Pero podría ser simplemente estar en un espacio cerrado con cientos de otras personas. Podría ser agorafobia, no Botticelli".
Una reacción emocional ante el arte, dijo, no constituye un trastorno psiquiátrico, incluso si conduce o contribuye a síntomas angustiantes o peligrosos.
"En el momento en el que observas una obra de arte, hay áreas específicas del cerebro que se activan, como cuando ves a un hombre o una mujer hermosos. Pero no es suficiente para decir que es un síndrome. Todavía no está validado y no puedes encontrarlo en el DSM-5, nuestro manual de trastornos mentales".
Di Loreto cree que algo más puede estar en juego: que las expectativas de los turistas sobre Florencia sean tan altas, impulsadas por la ubicuidad de sus obras de arte en varios medios, hace que todo se vuelve demasiado cuando finalmente la visitan.
"Puede ser una profecía autocumplida, que hace que algunos turistas sientan algo en el aire de Florencia", dijo.
En este sentido, el síndrome de Stendhal puede estar relacionado con el síndrome de Jerusalén, que hace que los visitantes de esa ciudad santa se derrumben en delirios psicóticos religiosos o mesiánicos.
O con el síndrome de París, que hace que los turistas sufran síntomas psiquiátricos agudos al descubrir que la capital francesa no cumple con sus altas expectativas irreales.
Las propias palabras de Stendhal —"una especie de éxtasis por la idea de estar en Florencia"— parecen dar cierta credibilidad a esta teoría.
Tal vez también esté en juego una profecía autocumplida en la cobertura mediática de supuestos casos de síndrome de Stendhal, como el de Olmastroni: los periodistas, encantados con la idea romántica de que sean "enfermos del arte", diagnostican a la gente desde lejos.
"Aquí en Florencia, como en Venecia, puedes respirar arte", me dijo Paolo Molino, un psicoterapeuta, mientras comía unos sándwiches de lampredotto (callos) en el mercado de Sant'Ambrogio de Florencia.
"Dondequiera que mires en el centro de la ciudad, tropiezas con algo hermoso. Es como si te dieran una bofetada en la cara".
Sin embargo, Molino está de acuerdo con Di Loreto en que es difícil describir el síndrome de Stendhal como una afección por derecho propio, o separar sus síntomas de los que podrían afectar a los viajeros fatigados, deshidratados o abrumados.
Su preocupación no radica tanto en la cuestión de que Florencia acabe con los turistas, sino más bien en que los turistas acaben con Florencia.
"Estar en Florencia es como estar en la Disneylandia del arte", dijo.
"No me gusta eso. Me gustan los lugares vívidos. Me gusta venir y ver al tipo del lampredotto, poder caminar sin tener que abrirme camino entre la multitud".
Habiendo vivido en Florencia desde que estaba en la escuela, Molino es ahora uno de muchos de los florentinos desterrados a vivir en un cinturón alrededor del núcleo histórico. "Nunca voy al centro de la ciudad si puedo evitarlo", dijo. "Está lleno de gente".
Me llamó la atención la afirmación de Molino de que la riqueza artística de Florencia, que valoramos precisamente por lo que nos dice sobre la vida y la condición humana, había relegado a la ciudad a no calificar más como un "lugar vívido".
La comparación de la cuna del arte y el humanismo del Renacimiento con Disneylandia, el principal símbolo mundial del artificio corporativo y el comercialismo simplificado, fue igualmente discordante.
Sin embargo, es importante recordar de dónde proviene gran parte del arte de Florencia.
Miguel Ángel y Botticelli no tallaron ni pintaron en un desván oscuro. Fueron patrocinados por las personas más ricas y poderosas de Florencia, que utilizaron sus obras de arte como una muestra de poder financiero y político.
En la posición original del David frente al Palazzo Vecchio, la estatua miró desafiante hacia Roma, donde se asentaban los Goliat invasores que eran los Medici, una familia de banqueros enormemente poderosa.
Durante los períodos en los que ejercieron el poder en Florencia, fueron los propios Medici quienes encargaron piezas como "El nacimiento de Venus".
Botticelli incluyó a los Medici en los papeles de los Reyes Magos en sus pinturas; y el mismo edificio que alberga la Galería de los Uffizi fue construido por la misma familia.
Estas personas usaron el arte para promover la mitología que los rodeaba, consolidando su poder y creando, como dijo el filósofo Jean Baudrillard de Disneylandia, una especie de hiperrealidad.
Los Medici se fueron hace mucho tiempo, pero las obras maestras que dejaron en Florencia todavía le dan a la ciudad algo de irreal y misterioso.
Sin embargo, Schmidt cree que esto no es exclusivo de Florencia. "Cada vez que suceden cosas como esta en Florencia, aparece en los periódicos, pero aunque se ve como un fenómeno florentino, lo mismo podría ser cierto en lugares como Venecia y Verona".
Como señaló Schmidt, el arte en su mayor parte, no es un peligro para la salud, sino un tónico para el cuerpo y el alma.
"En general, el arte es bueno para ti, bueno para tu corazón y tu mente".
* Este artículo es una traducción de un reportaje publicado en inglés en BBC Travel y que puedes leer aquí.