Con nueve años de edad, Bronislaw Zajbert no tenía un juguete para entretenerse y debía trabajar para sobrevivir. Cada mañana, sus padres le hacían un recordatorio: “Si un soldado te agarra en la calle y quiere matarte, no tienes derecho a reclamar o protestar”.
La vida del joven polaco cambió drásticamente desde los primeros días de septiembre de 1939, cuando el ejército Nazi invadió la ciudad de Lodz para convertirla en un centro industrial.
“Las tropas alemanas atraviesan la ciudad y toman control del gobierno y sus instituciones. En un inicio nos quedamos ahí sin problema, pero en los siguientes días ponen leyes contra la población judía; una de éstas es que todos debíamos trasladarnos a un gueto rodeado de alambres con púas”, relata Bronislaw en entrevista con EL UNIVERSAL en la Ciudad de México, donde hoy reside.
El gueto, donde se estima que más de 200 mil judíos habrían sido encerrados, se constituyó en una de las zonas más pobres de Lodz, con casas muy pequeñas y pocas opciones para encontrar comida. Ahí se crearon fábricas y compañías dedicadas a la construcción de muebles y textiles, con jornadas laborales de hasta 12 horas al día.
Bronislaw recuerda el miedo constante que se vivía en ese espacio, especialmente cuando el gobierno del gueto —judíos elegidos por los nazis— obligaba a todos a salir y elegía a las personas que serían trasladadas a otro “centro de trabajo”.
“Cuando se llevaban a uno de mis familiares era tristeza, no sabíamos adónde se los llevaban. Como siempre decían que iban a otro lugar de trabajo pensábamos que ojalá que allá estuvieran mejor, pero semanas después se supo que los llevaban a campos de exterminio”.
Bronislaw describe su vida bajo el régimen Nazi como una de miseria, hambre, frío y enfermedades. Asegura que su familia logró permanecer en Lodz por suerte, hasta que el ejército ruso logró su liberación en 1945.
“Dos o tres días antes comenzamos a escuchar bombardeos, disparos de cañones y nos dimos cuenta de que ya venían las tropas rusas y polacas. Para ese entonces sólo quedaban unos cientos de los miles que estábamos en el gueto. Esa noche nos escondimos porque supusimos que los alemanes nos iban a matar antes de la llegada de las tropas. De repente empezamos a escuchar gritos en la calle: '¡Estamos libres!', gritaban, y vimos pasar tropas rusas y polacas en las calles. En verdad, éramos libres”.
La escena era sorpresiva para Bronislaw y su familia. Hombres a caballo, con trajes sucios y desgastados habían doblegado a Adolfo Hitler. “¿En verdad estas son las tropas que vencieron al poderío alemán?”, se preguntaban, pero en los días siguientes la entrada de cañones, tanques y cientos de hombres armados respondieron el cuestionamiento.
Después de haber sido liberada, la familia de Bronislaw volvió a su antigua casa, puesto que la ciudad no había sido bombardeada y todo se mantuvo en pie. “Ya no vivíamos en un cuartito, ahora era un departamento. Los alemanes se lo llevaron todo, pero de nuevo estaba en mi cuarto y podíamos comer bien. Cuando le preguntaba a mi padre si podía tomar otro pan él me respondía: 'Los que tú quieras', y yo no podía creerlo”.
Acostumbrarse a la libertad fue un reto duro para el joven, quien vivió dos años más en Lodz para después viajar a Venezuela con sus padres y hermano.
“Salimos de Polonia porque mis padres ya no querían vivir donde pasaron tantos años terribles, tenían muchos recuerdos malos. Además, en aquel entonces el gobierno polaco era un gobierno impuesto por Rusia, era un gobierno comunista y mis papás fueron notando ciertas limitaciones; por ejemplo, había restricciones de viaje si no pertenecías al Partido Comunista. Nadie quería vivir en un gobierno totalitario de nuevo”, comparte.
En Venezuela,Bronislaw concluyó la secundaria y la preparatoria. Después viajó a Estados Unidos para hacer su universidad en Ingeniería en Alimentos.
Llegó a México hasta 1960, y fue aquí donde conoció a su esposa. Actualmente tiene un hijo y una hija, seis nietos y un bisnieto. A todos ellos les cuenta cómo sobrevivió a uno de los mayores genocidios de la historia.
Para rehacer su vida en nuestro país, Bronislaw abrió una pastelería para diabéticos en la colonia Roma. Ahí se venden dulces, pasteles, gelatinas y decenas de postres sin azúcar, un negocio que ha permanecido abierto durante más de una década.
A pesar de que reside en México, Bronislaw , hoy de 86 años, ha viajado a Polonia en cuatro ocasiones para enseñar a sus nietos de dónde vienen, cuál es su historia, aunque para él no es sencillo volver a pisar su tierra. “Mis recuerdos fueron mixtos porque mis primeros seis años de vida los recuerdo muy felices, y después de mucha tristeza y dolor de lo que pasó. Siempre tengo esos sentimientos mixtos de gusto, emoción, y después sufrí y estaba con miedo de la muerte constantemente”.