Otay Mesa.— Desde uno de los últimos coches de la caravana presidencial, Donald Trump sonreía y levantaba el pulgar. El presidente de Estados Unidos había estado casi una hora revisando los ocho prototipos de muro que se erigieron en un solar de San Diego (California), a escasos metros de territorio mexicano, y todos sus poros exultaban felicidad.
“Sin un muro no hay país”, repitió una y otra vez. Trump se puso su corbata roja característica, y se paseó por todos y cada uno de los modelos.
En una visita en la que estuvo EL UNIVERSAL, Trump preguntó mucho, gesticulando, aprobando y desaprobando. Sabía lo que estaba haciendo: toda su vida se dedicó precisamente a eso, a supervisar obras monstruosas que iban a estar relacionadas de por vida con su nombre.
Trump parecía un pavo real, desplegando sus plumas entre el fango del solar de construcción. Tenía lo que quería: una fotografía con su obra maestra, la más grande de sus promesas. El magnate inmobiliario admiraba el proyecto de su obra más deseada. “Lo mejor que hago es construir”, dijo.
El mandatario sabe lo que quiere y tiene algunos prototipos preferidos. El ideal estaría conformado por una parte inferior con una reja en la que se pueda ver a través de ella; arriba un bloque de hormigón, y un toque final con una estructura redondeada que sirva de elemento disuasorio para aquellos que quieran superarla por arriba.
Los prototipos han sido probados de todas las formas posibles, incluso con “escaladores de montañas profesionales” para evitar que fueran sobrepasados, explicó Trump. Se intuye que por eso quiere muros de más de nueve metros de alto, imponentes e impenetrables. “Pueden decir lo que quieran: esto es una cuestión de vida”, insistió el presidente. Lo es al menos para su ideario.
Trump basa parte de la movilización de su base electoral en la entrega a tiempo y con un presupuesto ajustado una muralla que evite el cruce de migrantes y drogas.
El nuevo muro, para el que todavía no tiene el dinero suficiente, tiene que servir precisamente para ello. “En México hay muchos problemas, mucho crimen. Y tienen a los cárteles [del narcotráfico]”, recordó.
Para los agentes de la Patrulla Fronteriza que estuvieron en el recorrido, el muro es fundamental.
“Funcionan”, repiten todos y cada uno de ellos, cansados de poner parches a las rejas metálicas que cada día, al amanecer, aparecen rasgadas.
“El muro será bueno incluso para Tijuana, que verá cómo no hay actividad [ilícita] en los alrededores de la valla”, explicó uno de ellos.
A lo lejos, al otro lado de una frontera que parecía parte de otro mundo, medio centenar de curiosos subieron a montañas de chatarra con carteles antiTrump. “No queremos el muro”, se oyó a lo lejos. “Fuera Trump”, gritó otro, en una petición inaudible.
Pero no todos estaban en contra. A poco más de una milla de distancia, y desde primera hora de la mañana, Jeannette López ondeaba una bandera roja con la palabra Trump. Hija de una inmigrante filipina —“llegó legal”, enfatiza—, explicó a EL UNIVERSAL que se escapó del de trabajo para saludar al presidente.
En su opinión, el magnate está haciendo un trabajo “espectacular” al frente del país. “Por fin está haciendo que Estados Unidos vuelva a ser lo que fue”, aseguró, feliz por tener un mandatario preocupado por la inmigración y dispuesto a construir un muro que es “totalmente necesario”.
A su alrededor, decenas de personas cantan un rap dedicado al muro que en una de sus estrofas dice: “Construye el muro, ya sea de dos, 10 o 100 metros de alto”, mientras sostienen carteles en favor de Trump y contra los inmigrantes.
A una distancia prudente de cuatro o cinco cuadras, los antiTrump dieron la bienvenida a la comitiva presidencial con carteles en los que se leían mensajes concretos como “traidor” e “idiota”.