El Paso, Texas.— “Cuando íbamos corriendo ya había fallecidos, por eso la gente no sabía por dónde seguir a los demás que iban delante de ellos, porque unos corrían para un lado, los demás para el otro, pero de todos modos había muertos en todos lados. No sabíamos si era un tirador o muchos”.
Así describe Cecilia Morales para EL UNIVERSAL uno de los peores momentos de su vida; ella estaba el sábado pasado en el Walmart en El Paso, Texas.
Texana, con ascendencia mexicana, de 50 años, fue a hacer algunas compras para ella y para su madre al centro comercial. Para confirmar lo que su mamá quería, le enviaba fotos de diversos productos. “Cuando estoy hablando con mi mamá oigo: ‘¡Pum!, ¡pum!, ¡pum!’, pero dije: ‘A lo mejor estoy oyendo mal’”, describe Cecilia, a quien se le quiebra la voz.
“En eso, comienzo a oír gente gritando, llorando y tenían niños también gritando; la gente corría. Y me dice un joven: ‘Corra’, yo dije: ‘¿Corro?’’’. Cuando quiso reaccionar, el joven ya iba muy retirado de Cecilia y otro señor le gritaba que salvara su vida.
“Todavía me quedo un poco parada, pero empiezo a ver más gente apurada”, en ese momento cuelga con su mamá y se dispone a salir. Cecilia corre y ve a un empleado de Walmart y lo sigue, hay varias personas en pánico; de repente se detienen porque un hombre les dice que podría haber varios tiradores.
“Está una señora y dice: ‘Qué más da si aquí adentro también nos van a matar, tenemos que tomar el riesgo’, porque estaban unas personas como dudosas de salir por donde el joven decía”. La gente se había aglomerado en ese punto, se había formado una especie de embudo y se empujaba tratando de salir.
“Se cayó una señora grande y la levanto y le digo: ‘Véngase, véngase, [la señora] me da su teléfono y me dice: ‘Si me matan, llámale a mi hija y dile que aquí quedé’. Le contesté: ‘No, señora’, en medio de ese momento pasó otro joven y después de preguntar qué sucede, entre los dos la pudimos levantar y correr.
“Uno no sabía si ya le iba a tocar a uno, ¡porque los disparos se oían aquí, en mi oído, se oían fuerte! ¡La gente gritaba desesperada!”, dice. “De la desesperación me agarró un ataque de asma”, narra.
“Salimos como pudimos, entre empujones, niños gritando, mamás tapándoles los oídos con sus manos, como podían”, rememora. Siguieron corriendo y saltaron una barda en la parte trasera del estacionamiento de la tienda.
Una vez que la saltaron, se dispersaron en distintas direcciones y otros establecimientos cercanos. Cecilia había dejado su auto en la tienda Sam’s, donde había comprado algunas cosas.
Sus hijos, su mamá y demás familiares y amigos le marcaban y le marcaban para saber dónde y cómo estaba: “Mi hijo me escribía: ‘Mami, ¿dónde estás?’, tenía como cinco llamadas de él y yo no contestaba. Incluso cuando iba camino para la casa el teléfono estaba suene y suene. Mi hermana, mi mamá y mi hijo me llamaban, pero yo no contestaba”, dice angustiada, pero explica: “Tenía que concentrarme en que iba manejando, porque ya en ese punto ya iba muy mal.
“En mis oídos y en mi mente sólo oía el detonador y los balazos, ese ruido tan feo y las imágenes de personas en el suelo, una con la cabeza totalmente sangrando”.
Cecilia Morales es promotora de salud, madre soltera de tres hijos: Gia, de 19 años; Juan Antonio, de 21, y Alberto, de 23, y padece cáncer en los huesos. “Me dieron [las autoridades] un lugar al cual podemos ir todas las personas que de alguna manera vivimos el incidente. Tengo que ir a unas terapias, pero por mi trabajo no he podido asistir”.
Cecilia, sus hijos, familiares y amigos celebran que no haya muerto y que físicamente esté bien, aunque sicológicamente aún le falte mucho tiempo y terapias para que logre superarlo. En sus oraciones están los muertos y los heridos.
Acepta que “a veces no me quiero acordar (…) es lo que pasó, es lo que vivimos”.