Con la experiencia de lidiar por siglos con infecciones de transmisión sexual y, en los últimos 40 años, con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH), las trabajadoras sexuales en América Latina y el Caribe saben que tienen un entrenamiento de décadas en defensa de su salud a fin de enfrentarse a otro reto: la pandemia por Covid-19.
Con el golpe socioeconómico del coronavirus por las cuarentenas, esas mujeres sufrieron el desplome de su fuente diaria de subsistencia, sujeta a que cantinas, hoteles y otros lugares estén abiertos y de que en las calles haya una actividad normal.
“Estamos entrenadas para enfrentar las condiciones y consecuencias que implican escenarios como los de una pandemia”, proclamó la (no estatal) Red de Mujeres Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe (RedTraSex), con sede en Buenos Aires y que reúne a agrupaciones de 14 países hispanoamericanos.
La meta es diseñar “herramientas de prevención específicas para seguir haciendo lo que hemos hecho durante décadas: sobrevivir a una pandemia, a una más, ya que ha sido la del estigma y discriminación la que nos ha entrenado desde siempre para sobrevivir, ahora, a esta”, recalcó la asociación no gubernamental.
Como secuela indirecta, la infección adelgazó la billetera de miles de mujeres de un gremio informal y sin reconocimiento legal.
“Estamos muy mal por el coronavirus. Este trabajo se hace con el cuerpo, con los genitales y las compañeras están muy afectadas: no pueden salir a trabajar”, afirmó la argentina Elena Reynaga, secretaria ejecutiva de RedTraSex.
“Algunas deben salir a laborar. Casi 89% de trabajadoras sexuales en América Latina y el Caribe son jefas de hogar y sobre la economía de ellas recae el mantenimiento familiar”, aseveró Reynaga a este diario.
“Están pasándola muy mal. El virus vino a evidenciar el daño de la clandestinidad en que estamos inmersas sin regulación”, añadió Reynaga, quien ejerció como trabajadora sexual de los 20 a los 50 años y se retiró hace 16.
“La enfermedad marcó un antes y un después para nosotras en América Latina y el Caribe, donde el trabajo sexual no está penado, pero tampoco está regulado, y exhibió la desigualdad social, la hipocresía de los gobiernos y a una sociedad que, ante nuestro trabajo, sigue mirando para otro lado”, indicó.
Para la trabajadora sexual nicaragüense María Elena Dávila, de 57 años e integrante del grupo Girasoles de Nicaragua, que pertenece a RedTraSex, el padecimiento “desenmascaró” la realidad de que “nuestras condiciones [sociales] son indignas”.
“Ninguna tenía preparación para esta dura realidad. El trabajo es mínimo, por el aislamiento. Y si uno se aísla, ¿de qué comerá la familia?”, adujo Dávila a este periódico.
“Sufrimos hasta por un tapabocas”, lamentó la colombiana Fidelia Suárez, de 50 años , con 30 en el oficio, y presidenta del Sindicato de Trabajadoras Sexuales de Colombia afiliado a la Red.
Frente al consejo de quedarse en casa, reclamó: “Sí, me quedo en casa, pero mis hijos no tienen qué comer. ¿Quién me va a pagar el arriendo? Nada me va a llegar del cielo”.
“Disminuyeron en 100% las ganancias. Tenemos que buscar cómo ejercer y, exponiéndonos al contagio, nosotros mismas crear medidas de bioseguridad para llevar sustento porque somos el pilar de nuestros hogares. Nuestro trabajo cada día disminuye, las ganancias son menos y menos tenemos para llevar a la casa”, contó.
“No hay clientes en la calle”, dijo la costarricense Nubia Ordóñez, de 59, retirada hace 18 y dirigente de La Sala de Costa Rica, que integra la red. Consultada por este rotativo, recordó que el dilema es que “si se nos pide no abrazarnos ni besarnos” para evitar el contagio, “pues es muy difícil así poder ejercer el trabajo sexual”.