Bruselas.— En la calle Lineé, ubicada en el barrio Norte de la capital de Europa, abundan los rostros de desesperación. A las puertas de las desfavorables viviendas, mujeres africanas, en su mayoría originarias de Nigeria, buscan agobiadas hacerse a toda costa de unas monedas.
Dan la impresión de que para ellas el Covid-19 no existe: nadie usa cubrebocas y mucho menos guardan la distancia sanitaria. La salud parece no preocuparles, llevan prendas pegadas al cuerpo a pesar de las bajas temperaturas.
“¡Ven, ven, ven!”, gritan en francés las mujeres desde ambos lados de la acera al desconocido que se desplaza entre colillas de cigarros, plásticos y alguno que otro envase hecho de hojalata.
Son las 15:00 de la tarde, hay también familias, niños, mujeres con bebes en carriola y hombres; unos llaman por teléfono, otros cruzados de brazos recargados en la pared o resguardados del fío al interior de un vehículo.
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A nadie parece importarle que a unos pasos esté la comisaria de la Policía Federal de Bélgica, país en alerta sanitaria por la pandemia y que mantiene medidas restrictivas tratando de frenar el coronavirus. Los contactos sociales en el exterior están limitados a un máximo de cuatro personas manteniendo una distancia de 1.5 metros; y actividades como el sexoservicio están prohibidas desde octubre pasado.
La situación es igualmente de alarma para las mujeres que regularmente trabajaban en vitrinas, clubes nocturnos y hoteles adaptados para el sexo servicio.
Para ellas, prácticamente ha sido imposible retomar el oficio de manera segura debido a que la policía aplica tolerancia cero al ubicarse en zonas mucho más visibles al público. En las desoladas vitrinas localizadas frente a la estación de Trenes Norte, solo se lee, pegado al cristal, la orden prohibitiva del alcalde de la Comuna de Schaerbeek sobre los establecimientos destinados a la prostitución.
El primer confinamiento fue introducido en Bruselas el 14 de marzo y duró aproximadamente tres meses para las sexoservidoras; el segundo fue activado en octubre y a la fecha no hay ninguna perspectiva de que puedan retomar el oficio.
El trabajador social explica que la condición en la que se encuentran es mucho peor que durante el primer confinamiento debido a que el dinero que algunas tenían ahorrado lo usaron para sobrevivir el encierro inicial.
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Entre julio y septiembre se levantó la veda, pero los clientes no volvieron a los lugares de sexo remunerado en los números habituales por temor al Covid-19.
“Cuándo el gobierno detuvo por segunda ocasión el trabajo sexual, no solo ya no tenían dinero, sus deudas habían aumentado. Ahora están en una situación extremadamente difícil para satisfacer dos prioridades: pagar la renta de su vivienda y tener para comer”.
La situación es particularmente delicada para las mujeres en condición migratoria irregular, alrededor del 80% de las sexoservidoras en la capital belga. A través de Espace P y el Centro Público de Asistencia Social (CPAS), el gobierno hace llegar al público femenino más vulnerable vales para alimentos y artículos de primera necesidad.
Los vales tienen un valor de 150 euros y 300 euros, dependiendo de la comuna, y se otorgan dos talones en los casos en los que hay hijos involucrados. Unas 230 mujeres estarían recibiendo esta ayuda en Bruselas y la zona conurbana. En algunas comunas se han entregado vales solo en una ocasión, mientras que en otras, como Schaerbeek, cada mes.
“Debido a que es una cuestión de supervivencia, muchas intentan seguir trabajando. Todas las vitrinas y los lugares privados están cerrados, por lo que no les ha quedado otra que trabajar en la calle o en internet”.
Aquellas que han optado por la clandestinidad corren el riesgo de ser amonestadas por la policía con una multa de 250 euros.
“La tienen muy complicada, deben ser muy discretas, deben encontrar al cliente y un lugar a donde poder ir, porque los sex-hotel están cerrados. Muchas están tomando grandes riesgos”.
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Expuestas a más violencia
“Hemos sabido de casos de violencia, mucha gente está enloqueciendo por el confinamiento, hay quienes intentan arrebatarles su teléfono portátil y el poco dinero que traen. Las chicas que están en la calle es porque realmente necesitan del dinero y eso las expone a clientes que demandan sexo anal y sin protección, o ponen imponen condiciones sobre la paga”.
Fabian considera injusto que los salones de masaje, los talleres de tatuaje y las peluquerías estén abiertos, y las vitrinas no, pero más coraje genera pensar que hasta la fecha el gobierno no ha hecho ninguna mención oficial sobre la situación de los trabajadores sexuales durante toda la pandemia.
“Para el gobierno es como si no existieran. En Bruselas, estas mujeres han sido el grupo más olvidado de la pandemia”. Señala que su futuro es muy incierto. Todo dependerá de cuánto más dure la situación actual; algunas están por perderlo todo.
“Lo más importante en tiempos de crisis es que entre ellas se ayuden, que sean solidarias, porque juntas son más fuertes que una aislada en una esquina. Usen las asociaciones disponibles para ser escuchadas, entendamos que también son seres humanos y que muchas no están en las calles por placer sino para llevarse un alimento a la boca”.
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Bélgica arrancó a finales de diciembre la campaña de vacunación que se supone permitirá retornar a la normalidad.
A pesar de que en suelo belga se encuentran los laboratorios para la producción de la vacuna de Pfizer y se diseñan las políticas europeas de repartición del antídoto, el país se ha venido rezagando por contratiempos, descuidos, problemas en plataformas informáticas, ocurrencias como mandar la invitación por vía postal y la decisión de tener un almacenamiento estratégico de vacunas para poder garantizar una segunda dosis.
El proceso sigue estancado en la vacunación del personal sanitario de primera línea y los residentes de las casas de asilo, mientras que países vecinos como Holanda, que inició la campaña el 6 de enero, ya van en las personas de 70 años y ha comenzado a suministrar la segunda dosis en los mayores de 80 años.
A principios de mes el Ministerio de la Salud modificó la estrategia de vacunación para tratar de acelerar la campaña.