San José.— En una escena de la película Padre Soltero, de Estados Unidos y de 2004, los actores estadounidenses Ben Affleck y Will Smith coincidieron en una sala de espera de una empresa de publicidad de Nueva Jersey y, sin conocerse y sentados uno al lado de otro, iniciaron una plática informal que remató en algunas de sus actividades familiares y laborales.
Affleck —en el filme como el publicista Oliver Trinké, viudo de Gertrude Steiney (interpretada por la actriz estadounidense Jennifer López), con una hija y buscando empleo— y Smith —en la cinta como él mismo, actor, casado, con tres hijos y buscando publicista— dialogaron sobre los problemas de lograr combinar el tiempo para criar a los hijos con el del trabajo y la falta de horas para poder atender ambas responsabilidades a plenitud.
De pronto, y entre bromas y sonrisas y comentarios sobre los verdaderos valores e intereses de la vida, Trinké quedó pensativo, interrumpió la conversación, se levantó y, antes de despedirse del actor, de volverse a poner su gabardina y de salir presuroso de la sala de espera, simplemente se dirigió a Smith y le comentó: “Sólo soy un chico que prefiere jugar con su hija en la suciedad”.
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Trinké corrió a acompañar a Gertie, su hija y personificada por la actriz estadounidense Raquel Castro, a un acto musical que cerró con éxito una profunda historia de amor de padre soltero e hija.
La secuencia cinematográfica podría calzar en centenares de miles de historias de padres —solteros y que nunca se casaron con sus parejas, separados o divorciados— en América Latina y el Caribe. Al conmemorarse hoy el Día del Padre en 23 de los 35 países de América, la figura paterna ganará protagonismo, pero podría ser con expedientes de éxitos o de derrotas.
En este contexto, EL UNIVERSAL buscó los testimonios de padres latinoamericanos y caribeños, solteros, separados o divorciados, para tratar de descubrir algunas pistas esenciales en sus nexos familiares, en particular con sus descendientes directos.
¿Cuáles son los sacrificios y los problemas en general que enfrenta un padre soltero para las relaciones con sus hijas e hijos? ¿Hay comprensión o choques con las madres… quizás todavía también solteras?
Por siglos, las leyendas sociales repitieron sin cesar que un hombre y una mujer, aunque rompieron como pareja y quedaron separados, siempre seguirán eternamente unidos por el lazo indestructible o inquebrantable con hijas e hijos como fruto innegable de sus relaciones sentimentales. ¿Es esto cierto? ¿Son realmente los hijos e hijas las verdaderas y reales preocupaciones de sus progenitores, más allá de sus problemas de pareja?
¿Está el escenario del padre soltero marcado por un calvario de la lejanía, la separación y la presencia o el encuentro esporádico e, incluso, la prohibición de acercamiento o de cualquier contacto… hasta telefónico o por redes sociales?
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Migración y distancia
Empujado por la aguda crisis socioeconómica de Venezuela marcada por la hiperinflación y la escasez, el venezolano Carlos García, de 33 e ingeniero en informático, debió migrar de Caracas a Argentina en 2016 y durante más de dos años, salvo los contactos por redes sociales, dejó de estar con su hijo, Marcelo y entonces de tres.
García personificó todo: padre, soltero —nunca se casó con la madre de Marcelo—, migrante forzado, en país extraño y lejos de su hijo. “No fue nada fácil”, rememoró.
Establecido en Buenos Aires, García fracasó en 2017 en un primer intento por llevarlo a Argentina. Con el niño con documentos al día y tiquete aéreo, la madre (venezolana) le impidió en el último momento abordar el vuelo y alegó que “estaba muy chiquito. En 2018, con Marcelo con seis, lo autorizó a viajar y padre e hijo se reencontraron.
“Hice otra vez los trámites. Dialogué con ella y le expliqué cómo viviría él acá, lo que yo podía ofrecerle en comparación a como él estaba viviendo en Venezuela y lo que ella podía ofrecerle allá. El dinero que yo le mandaba de Argentina a Venezuela tampoco le alcanzaba”, recordó.
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“Le dije a ella que, sin con ese dinero no alcanzaba, yo con él viviendo acá le ofrecía casa con habitación sola para él, colegio privado, mejor educación, computadora, internet y valores familiares, con amor. Ella entendió la gravedad del asunto que vivían en Venezuela y las facilidades que yo le ofrecí acá. Ella aceptó y Marcelo viajó a Argentina”, describió.
Madre e hijo lograron mantenerse comunicados a diario por redes sociales. “Le inculco eso. Es importantísimo: ella siempre será su mamá. A él le explico el esfuerzo que hizo ella para aceptar mandar para acá. Y Marcelo entiende eso muy bien”, aclaró.
Cruda experiencia
Ante la duda de si todo significa mayoritariamente lejanía física con hijos e hijas, el periodista costarricense Christian Montero, de 49 años, padre soltero de Matías Montero Alpízar, de 13, y reportero de Telenoticias, el más importante noticiario de la televisión de Costa Rica, respondió que “sí, lejanía física más que todo, pero tampoco lejanía emocional”.
“Matías vive a unos tres kilómetros de mi casa. Por mi trabajo periodístico, estoy mucho [tiempo] fuera de casa y hay lejanía física. Pero desde que mi hijo tiene teléfono celular, procuro preguntarle de seguido cómo le fue, si necesita algo, lo llamo, para mantener ese contacto y evitar que la relación se enfríe. Para mí eso es muy importante”, relató.
“La lógica lejanía, por no vivir con él, aplica, porque nos vemos cada 15 días por el acuerdo con la mamá [costarricense]. Pero la cercanía emocional es la que he procurado tener siempre con él”, subrayó.
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Tras narrar que dividiría “los sacrificios y problemas” por etapas, recordó que “cuando ocurrió la separación, él tenía menos de dos años y no podía llevármelo a mi casa a dormir conmigo. La mamá desconfiaba de que yo pudiera ver y cuidar por él y sólo me lo daba tres horas un día del fin de semana”.
“Fue una etapa muy dura. Tuve que sacrificar ese tiempo valioso de él a esa edad tan corta de poder hacer cosas más bonitas. Antes de que mi hijo tuviera tres años y medio, nunca supe lo que fue que mi hijo se fuera a dormir conmigo a mi casa, menos a un paseo y mucho menos llevarlo fuera del país. Estas cosas, viviendo en pareja, habrían sido absolutamente normales”, describió.
Sin ocultar esas fases, admitió que “tuve que aceptar y resignarme a que esa era mi realidad, que no podía cambiarla y eso fue muy duro. Fue un tiempo que se pagó con lágrimas… hasta casi lágrimas de sangre. Pero como todo en la vida, las cosas trascienden y pasan y luego algo he podido compensar de ese tiempo perdido”.
Al admitir que “lamentablemente es un tiempo que mi hijo y yo nunca vamos a recuperar. Fue un tiempo que nos robaron… desgraciadamente”, planteó que “en la mamá he encontrado comprensión, en algunas cosas y sobre todo cuando son cosas que le interesan a ella en asuntos materiales o un viaje al exterior cuando él estuvo de más edad”.
“He procurado llevar una relación respetable, saludable pero siempre sin dejarme pasar por encima. Eso siempre, en algunos momentos, generó roces e incomprensión y, es justo explicar, sin que sea una relación de perros y gatos. Ha habido momentos en que la contraparte no ha querido ceder y tampoco ha significado que sea una relación de odio”, destacó.
Acerca de la vieja idea de que, ya separados, padre y madre deberán priorizar a sus hijos e hijas, aseveró que “he intentado que eso sea así. Cuando mi hijo iba a entrar a secundaria, me senté con la mamá y le dije que, como él entró a una etapa diferente de rebeldía, adolescencia, sus hallazgos, siempre iba a contar conmigo”.
“Llegamos a acuerdos para facilitarle la vida a ella y que yo pueda estar más tiempo con él, lo llevo todos los días al colegio. Antes eran más estrictas las visitas de los fines de semana. Como él tiene más autonomía para decidir, podemos acordar los días que nos vemos. O si la mamá necesita que él se quede en mi casa, porque ella necesita salir o tiene un plan, perfecto. No me importa dejármelo dos o tres fines de semana seguidos”, mencionó.
Ya con la perspectiva de los calendarios idos, reconoció que “las relaciones con el tiempo, con la madurez, van cambiando y yo diría que mejorando. En el caso mío, han ido mejorando. Uno aprende que hay batallas que mejor no librarlas: es mejor perder algo, para ganar mucho después”.
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Exilio y dolor
El comunicador nicaragüense Sergio Marín, de 62, acumuló tres años de exilio político en Costa Rica y de distanciado de sus dos hijas, residentes en Nicaragua, y de su hijo, radicado en Panamá, en un drama paterno por efecto de la crisis institucional que estalló en 2018 en su país. Los tres son del mismo matrimonio, pero padre y madre (nicaragüense) ya separados.
“Siempre fuimos una familia muy unida y distanciarnos ha sido un golpe terrible. Tengo tres años de no ver ni de abrazar a mis dos hijas y seis a mi hijo”, todos nicaragüenses, lamentó Marín, apegado a la discreción personal por temor a represalias. “Estar separado forzosamente de mis dos hijos y de mi hijo por razones políticas es un crimen”, reclamó.