San José. – Una bulliciosa, alegre y multicolor tradición con alfombras de flores, aserrín, frutas, pinos y plumas de aves volvió a desbordar en 2023 a las comunidades católicas por las calles guatemaltecas y a reafirmar una costumbre que, pese a dictaduras militares, golpes de Estado, represión política, democracia incipiente, corrupción incesante, desconsuelo popular y una guerra de 36 años, nunca dejó de celebrarse en Semana Santa en Guatemala.

El colorido guatemalteco, que se remontó a las usanzas indígenas prehispánicas, contrastó con los días opacos, lúgubres o tristes, de silencio y pánico que rompieron en 2023 con décadas de festividades católicas en las calles nicaragüenses—igual de jubilosas más allá de regímenes dictatoriales dinásticos o desastres naturales—ante la implacable orden política de prohibir salir a las vías públicas en procesión en Semana Santa en Nicaragua.

La cúpula católica de Nicaragua alertó desde febrero anterior que el régimen gobernante nicaragüense notificó que el viacrucis solo se podría realizar “interno o en el atrio” del templo y que las procesiones callejeras quedaron prohibidas.

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La orden inapelable e irrebatible se registró en un contexto de constante acoso del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, y de su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, hacia obispos, sacerdotes y demás jerarcas de una religión que es mayoritaria en ese país.

“Esto va más allá de una persecución religiosa”, advirtió el abogado nicaragüense Eliseo Núñez, exdiputado opositor y asilado en Costa Rica.

“Además de ser parte del intento de control social, (la política de Ortega y Murillo) intenta sustituir la religión católica por un culto dirigido desde el poder, donde las expresiones de religiosidad popular son parte del circo y la fe y Rosario y Daniel son los nuevos pontífices de esa religión popular”, dijo Núñez a EL UNIVERSAL.

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La crisis se agudizó en marzo anterior cuando Nicaragua suspendió relaciones diplomáticas con el Vaticano y se convirtió en el único país de América sin lazos con la Santa Sede. Managua adoptó esa medida luego de que el Papa Francisco acusó ese mes a Ortega de comandar una dictadura comunista o hitleriana o “un tipo de dictaduras groseras”.

Un punto clave del choque fue que, en febrero pasado, el régimen condenó al obispo del norcentral departamento (estado) nicaragüense de Matagalpa, monseñor Rolando Álvarez, preso desde agosto de 2022, a 26 años y cuatro meses de cárcel por conspirar, desacato a la autoridad, funciones agravadas y propagar noticias falsas.

En la turbulencia por las protestas contra Ortega y Murillo que estallaron en 2018 para exigir democracia y libertad y que el dúo gobernante atribuyó a un golpe de Estado terrorista de la oposición y de Estados Unidos, Álvarez repudió en agosto pasado el cierre de radioemisoras católicas.

En desafío al asedio policiaco sobre la Curia Metropolitana de Matagalpa, se hincó en una acera, cercado por policías, por lo que fue detenido y confinado a Managua a arresto domiciliario. El 9 de febrero rechazó unirse a 222 presos políticos nicaragüenses que la pareja desterró a EU y quitó la nacionalidad, y fue despojado de su ciudadanía, declarado traidor a la Patria y sentenciado a prisión.

El caso de Álvarez se sumó a que, en marzo de 2022, el arzobispo polaco Waldemar Stanislaw Sommertag, nuncio apostólico o embajador del Papa en Nicaragua, fue expulsado por la pareja por pedir la libertad de los presos políticos nicaragüenses.

Al destacar que la Semana Santa en Nicaragua se vive de una forma “muy especial”, el cardenal nicaragüense Leopoldo Brenes, arzobispo de Managua, aseveró en una homilía este Jueves Santo en la catedral capitalina que “empezando por mi persona, hemos vivido intensas horas de oración” y abogó por “la reconciliación”.

Por los protocolos de bioseguridad de aislamiento, confinamiento o distanciamiento social decretados, a partir de febrero y marzo de 2020 en América Latina y el Caribe, al propagarse la pandemia del coronavirus, las actividades de Semana Santa fueron canceladas ese año y en 2021.

La zona, que alberga al 40% de los fieles católicos del mundo, avanzó en 2022 a una nueva normalidad religiosa, reactivó las procesiones de Semana Santa, con algunas limitaciones, recuperó sus viejas costumbres de estas épocas y llegó a 2023 con una intensa y reactivada movilización.

Los ritos en Nicaragua, a la fuerza en intramuros y bajo amenaza de represalia para impedir cualquier expresión humana callejera, se diferenciaron de Guatemala. Dentro y fuera de las iglesias, Guatemala protagonizó otra Semana Santa colorida y expresiva en procesiones de múltiples signos externos públicos de fiesta católica en aldeas y ciudades y… un pero enorme: un profundo desgaste sociopolítico con incontrolable corrupción.

“Guatemala es un país principalmente cristiano o por lo menos así dice llamarse”, recordó el abogado guatemalteco Nery Rodenas, director de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala.

“Pero en la práctica se aleja mucho de las actitudes cristianas. Guatemala se ha caracterizado porque corrupción, impunidad, criminalización y persecución política son un común denominador. Eso nos habla de que, entonces, no hay una convicción en esta creencia, sino una tradición”, adujo Rodenas a este diario.

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