Nueva York.— La voz de El Chapo se apagó ya para siempre. Desde su extradición a Estados Unidos, Joaquín Guzmán Loera pocas veces habló, casi siempre para responder trámites sencillos y sin importancia. Este miércoles, en el día de su sentencia y con la espada sobre la cabeza de su destino, el que fuera líder del Cártel de Sinaloa sabía que era su última oportunidad.
El acusado Joaquín Guzmán Loera, rasurado por completo durante el juicio, se desvaneció.
Declarado culpable de 10 delitos de narcotráfico y consciente de que nunca más se sabrá nada de él hasta su muerte, El Chapo recuperó su característico bigote para que sea así, con su imagen más icónica, como pase a la historia en su última aparición pública.
Y ya que el gobierno lo enviará a una cárcel donde su nombre “nunca más se va a escuchar”, El Chapo pasó al ataque, crítico con un “Estados Unidos [que] no es mejor que cualquier país corrupto que ustedes no respetan” y asegurando que en su proceso “no hubo justicia”.
Durante casi 15 minutos, el que fuera líder del Cártel de Sinaloa leyó con alguna dificultad una declaración preparada en la que se dedicó a criticar el sistema judicial de Estados Unidos.
“Cuando fui extraditado esperaba un juicio justo, justicia ciega y que mi fama no fuera un factor determinante”, argumentó el narcotraficante; sin embargo, lo que se encontró, dijo, fue “lo opuesto”: acusaciones “horribles” y “no ciertas” de las que sintió no pudo defenderse por la parcialidad del juez. “Aquí no hubo justicia”, dijo el narcotraficante, contundente.
“Pueden enterrar a Joaquín Guzmán bajo toneladas de acero en Colorado, pero nunca van a eliminar la peste de este caso”, dijo su abogado Jeffrey Lichtman, a la salida de la corte, en referencia al estado donde está la prisión ADX de máxima seguridad a la que El Chapo ya fue enviado para cumplir la pena de cadena perpetua y conocida como el “Alcatraz de las Rocosas”.
No fue la única queja y resucitó las condiciones en las que ha vivido durante todo el proceso judicial. “Con todo respeto, ha sido una tortura. Es lo más inhumano que ha pasado en mi vida”, dijo quien fuera condenado por haber ordenado el asesinato de centenares de personas y haber traficado centenares de toneladas de droga.
Al detalle, aseguró que desde su extradición en enero de 2017 y los siguientes 20 meses de cárcel en condiciones severísimas se ha visto obligado a beber agua no higiénica, se le ha negado la luz solar y el aire fresco y que para dormir tuvo que crear tapones con papel higiénico para amainar ruidos que le afectaron los oídos. Su garganta y su cabeza le duelen por el aire que entra en la celda por un ducto.
“Ha sido una tortura emocional, sicológica y mental”, resumió Guzmán Loera, algo que, consideró, no debería suceder ni permitirse en pleno siglo XXI. “No se me ha permitido dar un abrazo a mis niñas”, recordó el capo.
El Chapo, en contraste con sus compadres sentenciados en Estados Unidos como Dámaso López, El Licenciado, o Vicente Zambada, El Vicentillo, se negó a pedir perdón a las víctimas o a expresar algún tipo de arrepentimiento por tres décadas de vida dedicada al crimen.
La fiscal Gina Parlovecchio se lo recriminó. “No ha mostrado ni un ápice de remordimiento”, le acusó.
Lo único que hizo fue dar las gracias a sus familiares y seguidores por sus oraciones, que aseguró le dieron “fuerzas” para soportar 20 meses bajo custodia de los Estados Unidos. Los primeros 20 meses de toda una vida por delante entre barrotes de una cárcel en la Unión Americana.
Tras la sentencia y el levantamiento de la sesión, El Chapo se alzó de la silla, lanzó un beso a su esposa Emma Coronel, se tocó el corazón y desapareció por una puerta lateral de la sala 8D del Distrito Este de Brooklyn. Fue la última imagen en la historia del que fuera uno de los mayores narcotraficantes mexicanos.