Bruselas.— Sanna Marin ha demostrado que para ocupar el cargo público más alto de un país, no importa la edad ni haber recorrido una larga trayectoria política.
Al mismo tiempo, la política finlandesa ha mostrado que se puede gobernar sin encajar en la imagen tradicional que la gente tiene de un líder político.
Nacida en la capital finlandesa, Helsinki, el 16 de noviembre de 1985, Sanna Marin es l a primera ministra más joven que han conocido Finlandia y el mundo. Presentó juramento como jefa de gobierno el 10 de diciembre de 2019, a los 34 años.
Sus seguidores la consideran la jefa de Estado más cool por su sencillez, sus atrevidos atuendos y arrojo para bailar de forma exuberante ante los teléfonos celulares de sus amigos. Los opositores políticos afirman que se trata sólo de una atractiva mujer joven, cuya forma de vida no siempre se ajusta al cargo público que representa.
Independientemente de quién tenga razón, lo cierto es que a la comunidad internacional le ha llevado algo de tiempo acostumbrarse a una mujer exitosa que demostró, con su llegada a la jefatura de Estado, la mentalidad progresiva de Finlandia, una nación de avanzada en materia de equidad de género.
La nación nórdica es después de Suecia el país con la mayor representación de mujeres en el Parlamento, 46%; y es la que registra el mayor equilibrio de género en las asambleas locales y municipales, 39%, respecto a 17.4% de la media comunitaria, de acuerdo con el Instituto Europeo para la Igualdad de Género.
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Tres mujeres han ocupado el cargo de primera ministra en el Estado desde 1906, cuando el sexo femenino obtuvo el derecho a voto; previamente ejercieron el cargo Anneli Jäätteenmäki y Mari Kiviniemi.
Finlandia ha presenciado con Marin y el expremier Matti Vanhanen los gobiernos con mayor cantidad de mujeres en el gabinete. Cuando arrancó funciones Sanna Marin, 12 de sus 19 ministros eran mujeres.
Marin proviene de un entorno de clase trabajadora y viene de una familia “arcoíris”. Su madre se separó de su padre alcohólico y junto con su novia la criaron. “Para mí, la gente siempre ha sido igual. No es una cuestión de opinión. Esa es la base de todo”, ha dicho Marin al hablar de sus valores y de la influencia que tuvo haber sido educada por dos madres.
Estudió administración pública en la Universidad de Tampere y financió sus estudios trabajando en su tiempo libre, en una panadería y como cajera. Luego de obtener su boleto al Consejo Municipal de Tampere en 2012, tras un primer intento fallido, comenzó a soñar en grande.
En 2015 fue elegida miembro del Parlamento finlandés, dos años después se hizo de la presidencia de su partido y de junio a diciembre de 2019 entró al gabinete como ministra de Transportes y Comunicaciones.
Los derechos civiles han sido su principal bandera política, al igual que la defensa del Estado de bienestar y las reglas básicas del derecho laboral, principios que asegura “no deben darse por sentado; son resultado de un trabajo arduo”. Siendo fiel a la generación millennial, igualmente ha tenido gran inclinación por la agenda climática y los esfuerzos globales por ponerle un alto al calentamiento global.
“El cambio climático y la pérdida de biodiversidad son algunos de los mayores problemas de nuestro tiempo. Abordarlos requiere una fuerte voluntad política y determinación”, asegura la primera ministra.
Asumió la conducción del gobierno armando una compleja coalición de centro-izquierda formada por cinco partidos políticos. Desde el inicio de su mandato, fue arrojada a los leones, arrancó con huelgas y la laboriosa tarea de presidir la presidencia semestral de la Unión Europea (UE). Después le tocó la crisis de la pandemia, con la cual ganó aplausos por su conducción. Ahora afronta la amenaza de Rusia en el flanco este, peligro que hábilmente está sorteando empujando exitosamente la membresía de su país en la OTAN. Ha sido, de hecho, una de las voces más firmes en contra de Rusia.
En las etapas iniciales de su carrera política ganó popularidad sacando provecho de las redes sociales; la divulgación de videos que se hicieron virales en los que aparecía debatiendo en agitadas reuniones le dieron fama. Como premier, esas mismas redes sociales son las que la han metido en líos como resultado de filtraciones relacionadas a su vida privada.
En agosto pasado un nuevo escándalo afectó a la premier; fue una foto en la que se ve a dos influencers besándose y cubriendo sus pechos desnudos con un cartel que lleva escrito “Finlandia”. La imagen fue tomada durante un evento privado en Kesaranta, la residencia oficial de la primera ministra en Helsinki. También han causado revuelo videos en los que se le ve de fiesta, bailando y cantando. A causa de uno de ellos y como consecuencia de la revolución generada por sus adversarios, se vio obligada a someterse a un test antidrogas para demostrar que estaba de reventón con sus amigos y no bajo la influencia de alguna droga. El examen dio negativo.
En 2020 también fue blanco de críticas por una sesión de fotos en una revista de moda en la que posa con una chaqueta, con un escote en pico y en topless.
Una y otra vez Marin ha manifestado su malestar por la divulgación de fotos y videos inicialmente destinados a ser vistos sólo por amigos.
“Confío en que la gente entienda que el tiempo de ocio y el tiempo de trabajo se pueden separar”, asegura Marin, quien intenta romper estereotipos gobernando de forma “distinta” a un país que no se salva de la crisis generada por la guerra en Ucrania, el disparo de la inflación y el encarecimiento del coste de vida. El Ministerio de Finanzas adelanta que la nación nórdica no escapará de la recesión este año.
Todo ello ha impactado a Marin, quien este año enfrenta unas elecciones parlamentarias que hasta ahora no le favorecen: los sondeos pronostican el triunfo del partido conservador Kokoomus. Eso significaría un giro a la derecha de Finlandia, y el fin de cuatro años de gobierno liberal de Marin. Para una mujer acostumbrada a los obstáculos, este es uno más a vencer.
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