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Des Moines, Iowa.— El Partido Demócrata está partido. Dos almas casi antagónicas que se enfrentan a partir de hoy para definir no sólo al candidato para las presidenciales de noviembre, sino qué receta es la más eficiente para derrotar a su enemigo común: Donald Trump.
Los caucus de Iowa son el punto de partida de un camino larguísimo que tienen que recorrer los demócratas, en los que tienen la difícil tarea no sólo de encontrar a un buen rival de Trump, sino al que sane una herida abierta desde 2016 entre el ala más progresista y la maquinaria tradicional, con las dos facciones que están tratando de imponerse con dos visiones opuestas de cuales son los remedios.
Lo único que tienen en común las dos almas del partido son que están liderados por hombres blancos casi octogenarios. Eso y la idea de convertir un triunfo en Iowa como punta de lanza para ser los nominados son las únicas semejanzas entre el exvicepresidente Joe Biden, puro establishment, y el senador Bernie Sanders, cabecilla del giro progresista de la agrupación.
Las diferencias son enormes, empezando por todo lo que rodeó su último día de campaña antes de los caucus. Sanders, que hoy tendrá que volver a Washington para los últimos resquicios del juicio político a Trump, decidió terminar su gira en Iowa pasando por sedes de campaña del este del estado, agradeciendo a sus voluntarios el trabajo hecho y animándolos a dar un último empujón.
En la pequeña oficina de Iowa City todo era movimiento, en una sede llena de la energía de una generación de jóvenes dispuestos a salir a las calles y seguir llamando puertas para convencer a sus vecinos que deben apostar por Sanders. “Es genuino y cercano”, lo definió Samantha antes de recibir las últimas instrucciones, antes de difundir la palabra de un Bernie que llegó con aires de superestrella, vitoreado sin cesar, que transmitió su mensaje de revolución política a unos seguidores entregados.
“No es suficiente quejarse”, les dice, “necesitamos levantarnos y contraatacar”. Y eso, en términos electorales, significa salir de casa y votarle en los caucus, ser partícipes de la “transformación política” y “revolución” que lleva años prodigando.
No hay nada más opuesto a lo que se vive en la sede de campaña de Sanders que el último mitin de Biden, quien decidió gastar sus últimos cartuchos con discursos a la antigua usanza, previsible y clásico.
“Necesitamos un presidente que esté preparado desde el primer minuto”, exige Biden, falto de propuestas claras, pero insistente en todo lo que le diferencia de Trump. Sus anuncios de campaña le proponen como la “apuesta segura” para recuperar la Casa Blanca.
“Tiene la experiencia necesaria”, reafirma Michael mientras busca a sus acompañantes, perdidos entre las decenas de personas de mediana edad que llenan el gimnasio de un instituto de Des Moines con un ojo puesto al reloj, para no perderse el inicio del partido del SuperBowl. Las últimas encuestas van desde una ligera ventaja de Sanders hasta un empate exacto entre los dos candidatos. Como dice el periodista Ezra Klein, el “veredicto es que no está claro quién va a ganar Iowa”.