.- Elena Klymenko dice que prefiere abstraerse de la realidad, encerrarse en sí misma y no pensar. “Si lo hago me pongo a llorar y me da un ataque de pánico”, confiesa esta psicóloga ucraniana de 38 años, que resume el clima de shock que reina en Kiev , la capital de Ucrania donde todo ha cambiado dramáticamente desde el lunes, cuando el aquí detestado Vladimir Putin decidió patear el tablero, desafiar al mundo occidental y anexar, de hecho, la región del Donbass, en el este, a unos 800 kilómetros de aquí, pegada a la frontera con Rusia.
La jugada del líder del Kremlin era desde hace tiempo esperada, que muchos temen que sea el preámbulo de un ataque ruso a gran escala y que llevó a Ucrania a movilizarse para defenderse y a los otros grandes actores de este gran TEG explosivo, Estados Unidos y la Unión Europea (UE), a aumentar sanciones contra Moscú. Ucrania anunció este miércoles un plan para movilizar a sus reservistas e instó a sus ciudadanos a salir de Rusia, mientras el miedo a una invasión inminente por parte de Moscú aumenta luego de que la inteligencia de Estados Unidos estimara que la invasión a gran escala podría comenzar “dentro de 48 horas”.
Rubia, de ojos claros, con una cartera de Gucci y Apple Watch en la muñeca, Elena es una de las pocas pasajeras de un vuelo semi-vacío de Ryanair que aterriza pasadas las 19 (hora local) en el aeropuerto de Borispol de esta capital, procedente de Roma. Ryanair es una de las pocas líneas aéreas que sigue volando a esta parte del mundo que se ha convertido en el epicentro de lo que podría convertirse en una nueva guerra en Europa . Por lo menos siete grandes aerolíneas, entre ellas Air France, Lufthansa y Austrian Airlines, decidieron suspender los vuelos.
Muy moderno, pulcro y con bastante seguridad, por eso el aeropuerto de Borispol también luce semi-desierto. En la zona de arribos una cronista de una televisión croata entrevista a los que llegan, la mayoría periodistas como ella. “¿De dónde viene? Qué piensa de la situación, ¿qué cree que va a pasar?”.
Es la pregunta del millón, que desvela a todos en Kiev. Y también a Elena, que nunca se imaginó que esos dos días de vacaciones en Roma junto a una amiga, que había planeado hace dos meses, cuando se compraron unos pasajes baratísimos en la famosa línea low-cost, se iban a transformar en una pesadilla. “Si hubiera sabido que pasaría lo que pasó, no viajaba. Fue terrible. Estuvimos todo el tiempo pendientes de los mensajes que nos mandaban familiares y amigos, que se la pasan pegados viendo televisión y escuchando radio”, dice, en alusión a la escalada que se dio después del reconocimiento de la independencia de las denominadas repúblicas de Lugansk y Donetsk por parte de Putin.
El lunes pasado el presidente se quitó la “máscara” y dejó entender, en un discurso de más de una hora, que su verdadera intención es ir más allá y volver a englobar bajo su influencia a Ucrania, exrepública soviética que tildó de “títere” de Estados Unidos y consideró “parte de la historia” de Rusia.
Control de documentos en Stanytsia Luhanska, el único punto de cruce de la región separatista con el área que controla el gobierno ucraniano en Lugansk. (AP Photo/Vadim Ghirda)
“La situación es grave, no estamos listos para esta guerra. Ucrania es un mosquito frente a Rusia, no somos nada, en cuanto a gente, armamento, potencia. ¿Quiénes somos? Nada”, dice Elena. “Estamos shockeados. Mis amigos y yo no tenemos 10 mil euros en el bolsillo para escaparnos. Yo estoy divorciada y tengo a un hijo de 11 años y podría irme con él, pero no puedo porque mis padres son mayores, no piensan en irse y tampoco puedo abandonarlos. No tengo un plan B”, agrega, con tono desesperado. “Esto es mucho peor del Covid-19 ”, sentencia.
Olga Rugal, su amiga, dueña de una empresa de transporte, morocha, también con cartera de Gucci y Apple Watch, es más fría. Pero también está preocupada. “Nos sentimos pésimo después de dos días en Roma en los que me despertaba en medio de la noche aterrada, con todas esas noticias horribles que me mandaba mi marido”, comenta. “Aunque espero que la guerra verdadera no llegue”, suspira.
Dos mujeres en Sievierodonetsk, en la región de Lugansk, en el este de Ucrania. (AP Photo/Vadim Ghirda)
A ella, madre de un niño de 8 años y otro de 18, lo que más le preocupa es la situación económica, que ya es pésima en Ucrania, el país más grande de Europa y, al mismo tiempo, el más pobre. “Van a subir el dólar y el euro y nuestra moneda, el grivna, se va a derrumbar. Todo está empeorando muchísimo”, afirma. En caso de que se concrete el escenario más temido, el de la invasión total de Ucrania, a diferencia de su amiga, ella sí tiene plan B. “Ya decidía que me voy con toda mi familia a Georgia”, asegura.
Una mujer cruzo al territorio controlado por el gobierno ucraniano desde la autoproclamada "república" de Lugansk. (Lynsey Addario/The New York Times)
Escaparse de Kiev lo antes posible, yendo hacia el oeste, hacia la ciudad de Lviv, fronteriza con Polonia, en efecto, parece ser la consigna del momento. Cinco embajadas -Reino Unido, Estados Unidos, Países Bajos, Israel y Canadá-, decidieron mudarse allí, una movida que, según contó a LA NACION una fuente diplomática, ha causado mucho malestar en las autoridades. “No se puede trasladar una embajada de la capital a otra parte, es una violación a la Convención de Viena”, dijo un embajador de los ochenta aún presentes en esta capital.
“Lo que estamos viendo es un gran teatro con un único actor cuyo nombre es Vladimir Putin, que es un viejo loco espía de la KGB a quien no hay que creerle nada de su propaganda mediática, que quiere reconquistar Ucrania, que existió mucho antes que Rusia y que el otro día manipuló la historia como nunca nadie había hecho”, dispara. “Eso de que Putin quiere la región del Donbass es solo bla bla. Putin quiere todo”.
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Vladimir, que agradece a sus pasajeros “haber venido a Ucrania, porque todos se están yendo” y que tampoco oculta su preocupación, piensa que hay una única solución: la OTAN. “La única salida a esta situación es que de inmediato entre la OTAN y no quiero decir en dos años o más adelante. La solución es que entre la OTAN de inmediato, en un día o en dos horas. Ya mismo”.
El termómetro marca 3°C, es de noche y reina un clima extraño en Kiev. “Recuerdo que mi abuela me contaba cuentos de la Segunda Guerra Mundial y que yo estaba segura de que nunca más llegarían tiempos como esos, que yo nunca iba a vivir algo parecido, porque había cambiado la humanidad”, dice Elena, con ojos verdes muy asustados. “Pero me equivoqué, nada ha cambiado”.
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