Héctor Cárdenas Rodríguez. Embajador retirado
La pandemia que azota a la humanidad desde hace dos años ha marcado un hito en las relaciones internacionales, lo que nos hace pensar en el surgimiento de un nuevo orden mundial, estructurado sobre el impacto regional y global que puedan ejercer los tres principales actores de esa nueva realidad: Estados Unidos, Rusia y China. Se advierte, incomprensiblemente, una deliberada exclusión de la Comunidad Europea, en el marco de la actual conformación del nuevo orden mundial, como si esa entidad estuviera aislada de la interrelación tan estrecha que mantiene, tanto con Rusia, como con los Estados Unidos. En el caso específico de Rusia, que se empeña en recuperar el lugar prominente que ocupaba antaño en las decisiones mundiales, hemos visto cómo su política exterior influye notablemente en los asuntos europeos, sobre todo en Alemania, cuya abrumadora dependencia energética de Moscú marca la pauta en la relación de ambos países.
Por otra parte, se estima que, en los países del Báltico, en Ucrania, y en Bielorrusia, Moscú ejercerá mayores presiones para influir en sus decisiones políticas. En el contexto de sus relaciones con los países del Caúcaso, una región conflictiva que amenaza su estabilidad, Rusia habrá de adoptar una posición más firme respecto a los conflictos que afectan a la región, particularmente en el Nagorno Karabaj. En el Ártico, donde su presencia militar y científica es determinante para el desarrollo y explotación de los inmensos recursos naturales de la cuenca, Rusia se verá a obligada a pactar con los países limítrofes para crear mecanismos de cooperación y no de confrontación con los Estados Unidos y Canadá.
Sin bien la presencia de Rusia en el nuevo orden mundial tiene un impacto sobre los países de Europa, de mayor repercusión es el que se advierte respecto sus aliados en el Asia Central, donde cuenta con una presencia histórica y con los mecanismos jurídicos internacionales surgidos después de la desaparición de la URSS, para impulsar el desarrollo económico, científico y cultural de los países que las conforman. Esta nueva fase de la influencia rusa en la zona representa un desafío para el expansionismo chino.
Bombarderos rusos estacionados en una base aérea en Crimea en preparación para maniobras. Foto: AP
Sergio Ley López. Embajador en China (2001-2007)
En la disputa por el liderazgo económico del siglo XXI entre Estados Unidos y China, en este mes, la potencia asiática parece haber tomado la delantera; su líder, el presidente Xi Jinping ha estado presente, en forma virtual, en prácticamente todos los foros económicos multilaterales con mensajes de aliento y certezas acerca de la economía mundial. En el encuentro de los líderes de las economías de APEC con los empresarios de la región agrupados en ABAC, el Consejo Empresarial Asesor de APEC, el máximo dirigente chino abogó por economías más abiertas como el camino seguro para asegurar la prosperidad y el progreso de la humanidad. Asimismo, aseguró que China perseguirá un camino de altos estándares para una apertura institucional; continuará mejorando su ambiente de negocios y de innovación y citó como ejemplos la ratificación de China al RCEP que agrupa a las diez naciones del sudeste asiático con Japón, Corea del Sur, China, Australia y Nueva Zelanda y la reciente solicitud de ingreso al TIPAT, el Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico, el tratado de libre comercio que incorpora las más estrictas reglas de conducta mercantil y de respeto a la propiedad intelectual, entre otras. Justamente lo que la mayoría de los empresarios asistentes querían escuchar de un líder regional, más aún cuando se trata de la segunda economía más grande del mundo.
En contraste, el presidente estadounidense Joe Biden participó solamente en la sección reservada al diálogo entre los líderes de las economías de APEC, con un mensaje que no llegó a los cinco minutos con promesas de mayor involucramiento de Estados Unidos en los asuntos del Asia-Pacífico y el Indo-Pacífico sin ningún compromiso de retomar su posición de signatario del TPP, el antecesor del TIPAT. La ausencia de Biden en el encuentro virtual con los empresarios fue recibida por éstos como un desaire a ese sólido pilar de las economías de la región.
Duncan Wood. Vicepresidente de Estrategias y Nuevas Iniciativas en el Wilson Center
Cuando el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador habló extensamente sobre la necesidad de que México, Estados Unidos y Canadá trabajen juntos más estrechamente para contrarrestar el desafío de la competitividad económica de China, reconoció explícitamente el nuevo acomodo del poder económico global que ha ocurrido en los últimos 30 años.
El ascenso de China no sólo se refleja en el tamaño bruto de su economía, sino también en el dominio chino en el comercio, su control sobre el acceso a las materias primas clave y su papel central en las cadenas de suministro. China ha logrado esto centrándose en una visión estratégica nacionalista del futuro, asegurando los recursos naturales, la infraestructura y las relaciones que necesita para alimentar su crecimiento económico. Durante ese mismo periodo, Estados Unidos apostó fuertemente por una perspectiva globalista y de libre mercado, confiando en gran medida en las decisiones del sector privado para asegurar su competitividad económica.
Los acontecimientos de los dos últimos años han demostrado la pobreza de este enfoque. Estados Unidos ha perdido una y otra vez frente a China en cuanto a mercados, acceso a minerales críticos y relaciones clave. Los gobiernos y los diplomáticos extranjeros dicen con frecuencia a sus homólogos estadounidenses que hicieron tratos con los chinos porque Estados Unidos simplemente estaba ausente. E incluso hoy, la administración del presidente Joe Biden sigue careciendo de las herramientas de política exterior y los recursos financieros para desafiar a China de forma eficaz. A pesar de la intensa atención que se presta en Washington DC a las cadenas de suministro, la reciente venta de una mina de cobalto en la República Democrática del Congo por parte de una empresa minera con sede en Arizona a un competidor chino pone de manifiesto la impotencia de Estados Unidos frente a la expansión económica china. Puede que AMLO tenga razón: Estados Unidos necesitará a sus vecinos norteamericanos y a sus aliados de todo el mundo para realmente enfrentarse al desafío chino. Pero lo más importante es que Estados Unidos necesita desarrollar una visión verdaderamente estratégica del futuro y poner tanto voluntad política como recursos financieros detrás de ella.
Guadalupe González González. Internacionalista
En la actual reconfiguración del poder mundial, América Latina pinta poco. No juega en las grandes ligas, ha dejado de ser prioridad para Estados Unidos con excepción de México y es una región secundaria, aunque promisoria, para China. La desatención del presidente Joe Biden en la región, su falta de solidaridad sanitaria y la postergación de la Cumbre de las Américas sin duda le han abierto espacios a China.
Los países latinoamericanos carecen de un proyecto común frente a los retos que les plantea la creciente rivalidad económica y la guerra tecnológica entre los dos gigantes. Abrumados como están por el alud de problemas económicos, sociales y políticos tras la pandemia y, sin capacidad de gestión, no tienen ánimo para mirar con ojos estratégicos al exterior.
Los dilemas para Sudamérica donde China es el principal socio comercial son distintos a los de México, Centroamérica y el Caribe, enganchados a la economía estadounidense. Mientras que el sur podría navegar con la bandera del “no alineamiento activo”, el norte latinoamericano no tiene más opción que mejorar los términos de su integración con Estados Unidos.
Emerson Segura Valencia. Internacionalista y asociado COMEXI
La complicidad y el pragmatismo son parte de la receta de los autoritarismos actuales. Esta es una de las tesis que Anne Applebaum plantea en la última edición de la revista The Atlantic titulada Los malos están ganando. Applebaum, a partir de encuentros y pláticas sostenidas con activistas periodistas que han padecido persecución política en diversos países, se cuestiona la razón por la que los autócratas modernos han alcanzado tanta impunidad en el poder y cómo a diferencia del siglo pasado, el liberalismo ha dejado de avanzar y las autocracias encuentran espacio fértil a través de cooptación y la corrupción.
Las autocracias no están dirigidas por un tipo malo, asegura, sino por redes y estructuras financieramente sofisticadas que permiten a grupos políticos y militares perpetuarse en el poder: es decir, complicidad entre cleptocracias. Ese modelo lo han entendido bien los regímenes de Recep Tayyip Erdogan (Turquía), Vladimir Putin (Rusia) y de Xi Jinping (China). Desde facilitar el comercio ilícito de oro venezolano, como destinar inversiones en Bielorrusia e inyectar recursos a proyectos energéticos en Latinoamérica, la nueva alianza autocrática avanza más allá de ideologías y el costo a pagar por convertirse en países sumidos en el caos y aceptar el colapso económico y el aislamiento internacional es cada vez menor. La recompensa radica en permanecer en el poder.