Bruselas.— La caída del y la creación de una autoridad provisional abre un nuevo capítulo en el que existe el peligro de que las expectativas de paz y estabilidad del pueblo sirio terminen en sueños rotos.

Como señala en un análisis la firma privada de inteligencia Rane-Stratfor, la creación de un gobierno provisional será probablemente un proceso lento y propenso a la violencia, porque los actores extranjeros que por años han influido en el destino de intentarán configurar el equilibrio de poder en la fase de la posguerra.

El complejo coctel de intereses internos y externos hace que el resultado más probable de la era sin la dinastía Al-Assad sea una nación inestable y fragmentada.

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Tratarán de entrometerse en la nueva reconfiguración actores como Israel, Turquía, Irán y Rusia, estos dos últimos los grandes perdedores del colapso del régimen sirio, en el que invirtieron durante años capital político e importantes sumas de dinero.

Teherán está obligado a inmiscuirse en el futuro visualizado por los rebeldes para Siria, porque tendrá implicaciones directas para su seguridad. Irán usó el régimen de Al-Assad para afianzar su influencia en las provincias de Alepo, Homs, Deir ez-Zor y la zona fronteriza libanesa a través de grupos y milicias locales proiraníes.

La colaboración con Al-Assad fue un eslabón dentro de una estrategia mayor que consistió en formar un cinturón de seguridad más allá de sus fronteras inmediatas, integrado por fracciones beligerantes afines, incluyendo milicias palestinas, libanesas, iraquíes, afganas, sirias y yemeníes, principalmente pertenecientes a la rama chiita del islam.

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La construcción de la red de alianzas por parte de la República Islámica habría comenzado tras el fin de la guerra con Irak en 1988. El objetivo primario ha sido evitar un nuevo conflicto armado en su territorio con el patrocinio de fuerzas beligerantes externas.

Luego de un año de permanente debilitamiento de sus aliados Hamas y Hezbolá, en Gaza y Líbano por parte de las fuerzas armadas de Israel, ahora pierde a su hombre fuerte en Damasco.

No está claro hasta qué punto Irán puede seguir contando con Siria, pero lo que sí es evidente es que las guerras en Gaza y Líbano inclinaron la balanza de poder a favor de Israel, el enemigo número uno del régimen persa.

Sin la complicidad de Al-Assad y ante la determinación de Israel de evitar que en el futuro lluevan nuevamente misiles desde Líbano y Gaza, Irán tendrá dificultades para operar en la región y ayudar al reagrupamiento de fuerzas afines.

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De acuerdo con un análisis estratégico divulgado por el International Institute for Strategic Studies con sede en Londres, el debilitamiento externo e interno de Irán acarrea un riesgo adicional.

Sostiene que los daños causados a sus socios no estatales y sus propias defensas aéreas por parte de Israel ha reavivado la idea en Teherán de restablecer la disuasión mediante la producción de armas nucleares.

“Cruzar el umbral nuclear no requeriría un esfuerzo significativo por parte de Irán. Desde que superó los límites de enriquecimiento en virtud del Plan de Acción Integral Conjunto [JCPOA, por sus siglas en inglés] en 2019, un año después de que [Donald] Trump derogara el acuerdo, Irán no ha dejado de aumentar sus reservas de uranio y podría enriquecerlas aún más para convertirlas en armamento”.

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La mayoría de las estimaciones señalan que producir suficiente material fisible para fabricar armas lleva una semana, pero instalar una bomba en la ojiva de un misil implica varios meses, un año o más.

“Aunque Israel podría interceptar los misiles nucleares iraníes, es poco probable que los adversarios de la República Islámica esperen mucho tiempo antes de intervenir militarmente para desactivar su capacidad nuclear”, señala el IISS.

Vergonzoso descalabro

A diferencia de Teherán, el interés de Moscú en la Siria de la familia Al-Assad, que dominó por 45 años, tenía más que ver con proyectar su estatus de gran potencia que con un tema de seguridad o afinidad religiosa.

Por ese motivo, la capitulación del otrora todopoderoso sirio supone un vergonzoso golpe al prestigio y reputación de Rusia, que intervino desde 2015 con la ambición de proyectarse como un actor global.

La operación militar en Siria no sólo contribuyó a solidificar durante años el dominio territorial de Al-Assad frente al levantamiento rebelde, también marcó el retorno de Rusia al teatro bélico global, mostrando capacidad operativa más allá de su espacio de influencia tradicional. En Siria, el presidente Vladimir Putin mostró la letalidad de sus misiles. Por ejemplo, la campaña de bombardeos aéreos en Alepo en septiembre y octubre de 2016 dejó más de 440 civiles muertos, entre ellos más de 90 niños, documentaron la organización civil Violations Documentation Center y Human Rights Watch.

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El campo bélico sirio además sirvió para exhibir las virtudes del ejército ruso. Aparte de ofrecer adiestramiento, proporcionó al ejército sirio armamento, como tanques T-90, modernos vehículos blindados de transporte de tropas y vehículos aéreos no tripulados.

Durante años la influencia de Rusia en Medio Oriente pasó por Damasco, por lo que la humillante salida de Al-Assad, quien se encuentra en la nación euroasiática bajo el título de refugiado político, es más que dejar de tener un aliado, es una pérdida de prestigio y de influencia militar en la región.

Moscú hace uso desde hace nueve años de la base aérea de Hmeinmim en Latakia y de la estación naval en Tartus, uno de los dos puertos principales del país en el Mediterráneo.

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Ambas ubicaciones han sido cruciales para las operaciones rusas en la región. Sirven como puntos de transporte militar, escala de los mercenarios rusos y para el envío de material a África. Putin firmó en 2017 un contrato de arrendamiento por 49 años.

Mark Galeotti, experto en Rusia, sostiene en un podcast divulgado el 8 de diciembre que Al-Assad no era amigo de Putin, sino un cliente más, y en ese contexto, los rusos se habían venido preparando para este escenario.

Al final, llegaron a la conclusión de que el destino del dictador sirio no era más su problema, y si bien “es embarazoso para Rusia, 2025 no es 2015, cuando fueron a Siria. Hoy es mucho menos importante”.

En el contexto actual, no es Siria, sino “la guerra existencial en Ucrania” la prioridad de Putin. “Cada misil de crucero lanzado a una base rebelde en Siria es un misil que no puedes lanzar contra una planta de energía ucraniana, ¿cuál es la prioridad?”, pregunta Galeotti.

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Eso no significa que Rusia se retirará tan fácil de la nación de Medio Oriente, menos aún cuando en su momento fue el conflicto que le permitió terminar con el aislamiento impuesto por Occidente en 2014 como reacción a la anexión unilateral de la península ucraniana de Crimea.

Intentará preservar las bases y cierto nivel de influencia en el país, de ahí los canales de comunicación abiertos con diversas facciones de las fuerzas rebeldes sirias.

Igualmente, intentará evitar que se evapore su inversión. El Partido Democrático Ruso Yábloko, en un estudio divulgado en 2018, estimó el costo de la guerra en 245 mil millones de rubros entre septiembre de 2015 y marzo de 2018.

Aparte de las bases militares, Rusia tiene inversiones en el país árabe por valor de unos 20 mil millones de dólares, incluidos los proyectos energéticos.

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