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Ámsterdam.— “¿Cuánto? ¿Cuánto sale?”, pregunta un individuo de tez blanca enfundado en bermudas de mezclilla y playera sin mangas color gris.
—“Pásele, papi, aquí tenemos ventilador y sabemos cómo quitarle el calor”, responde la mujer de cabello largo oscuro, piel morena y caderas pronunciadas.
Son las 16:00 horas, los termómetros marcan 32 grados centígrados y con una gran sonrisa en el rostro Mari recibe un nuevo cliente. Cierra la puerta y recorre la cortina de tela roja.
La originaria de Santo Domingo, capital de República Dominicana, alquila una vitrina en el llamado corredor latino del Barrio Rojo de Ámsterdam, ubicado a espaldas de la Oude Kerk, la iglesia parroquial más antigua de la ciudad.
“Eso de comunidad latina ya es sólo un decir, quedan sólo un par de cubanas y colombianas, el resto somos dominicanas”, dice a EL UNIVERSAL la sexoservidora.
Llegó aquí hace dos años procedente de Madrid, donde contrajo matrimonio y obtuvo pasaporte español. Afirma que venir a Ámsterdam y dejar la familia en España fue una decisión acertada.
“Nos cerraron [las ventanas] por más de dos meses a causa del corona [Covid-19]. No tenía nada que hacer aquí, regresé a Madrid, allá pasé el confinamiento con la familia”, sostiene.
Recuerda que si no hubiera estado registrada como trabajadora independiente ante la Cámara de Comercio de Holanda y pagado debidamente sus impuestos, se hubiera quedado sin ningún tipo de ingreso durante el lockdown.
De pie bajo el marco de la puerta, la sexoservidora cuenta que desde el pasado 1 de julio volvió a trabajar.
En los primeros días tras el confinamiento, el precio de alquiler de las habitaciones se redujo para darles un “respiro”. Por lo regular, la renta de algunos espacios van desde 90 euros por el turno de 10:00 a 19:00 a 170 euros de 20:00 a 5:00 horas.
Los clientes regulares fueron los primeros en volver, todos holandeses. A partir de agosto, por las calles adoquinadas y los canales que atraviesan el barrio conocido localmente como De Wallen, comenzaron a llegar los turistas, por ahora sólo europeos.
“Me alegra que el negocio tome poco a poco su ritmo”, comenta la mujer.
En el interior de la habitación, sobre el tocador hay una botella de gel desinfectante, un atomizador con alcohol, un medidor la temperatura, un paquete con guantes de látex y una caja de cartón con tapabocas.
En la pared hay un par de posters, uno con íconos mostrando la manera correcta de lavarse las manos, y otro publicado por el gobierno central explicando qué hacer si una persona presenta síntomas como calentura, resfriado o tos.
Sexo a un metro y medio de distancia es imposible, pero las mujeres se las han ingeniado para poder hacer su trabajo en época de Covid-19.
Incluso publicaron un protocolo que, a su juicio, está apegado a las recomendaciones del Instituto Nacional de Salud Pública y Medio Ambiente (RIVM).
El documento contempla desde el uso de guantes de látex y mascarillas hasta la prohibición de besos y sexo oral.
“Cuando entra el cliente, le mido la temperatura, le doy su mascarilla y me pongo la mía; le unto alcohol por todos lados y a lo que vino.
“No hay necesidad de explicar qué sí y qué no, son conscientes de la situación. No tengo miedo, éste es un trabajo en el que siempre hay riesgos, así que estoy acostumbrada, tomo mis precauciones”, precisa.
Son casi las 18:00 horas y ha comenzado a meter en un maletín negro su kit anti-Covid.
“Ya me voy, fue un buen día. Es lo bueno de no rendirle cuentas a nadie, uno decide los días y las horas”, destaca.
De segunda
Niki, una sexoservidora online que trabaja en la zona, sostiene que el anuncio de reapertura tomó por sorpresa a todos, a las “ventanitas”, clubes nocturnos, burdeles y agencias scort.
Inicialmente el gobierno tenía previsto levantar el confinamiento el 1 de septiembre, pero acciones de presión realizadas por organizaciones como la unión en defensa de los intereses de las prostitutas (PROUD) forzaron la apertura anticipada.
“Las autoridades habían permitido el reinicio de las actividades de los masajistas, fisioterapeutas, restaurantes y cafés [durante mayo y junio], pero no de las sexoservidoras y coffeeshops. Claramente era una política discriminatoria”, indica.
Asegura que el aplazamiento era insostenible. Señala que muchas mujeres, principalmente sin permiso de residencia, no registradas ante el fisco holandés o con pocas horas de trabajo acumuladas durante el año (mínimo mil 225), se quedaron sin ingresos, por lo que hubo quien tuvo que trabajar en la clandestinidad, expuestas a discriminación y persecución. Otras volvieron a sus países de origen sin ningún tipo de protección social.
También hay quienes se endeudaron y están en riesgo de sufrir explotación y persecución: “Muchas quedaron a su suerte y no han podido volver al país”.
Cuatro escenarios
En el distrito hay sentimientos encontrados sobre el eventual retorno del turismo de masas. “Si el barrio se convierte en foco de infección y vuelve el confinamiento, podría ser su fin”, advierte Niki.
La alcaldesa Femke Halsema, una de las figuras estelares del partido Izquierda Verde, ha venido celebrando discusiones sobre el futuro de las famosas vitrinas.
De acuerdo con Halsema, el objetivo es reforzar los derechos humanos, reducir la criminalidad y las molestias que genera el tsunami de turistas.
“La gran cantidad de turistas tiene un impacto negativo en el bienestar de las trabajadoras sexuales, quienes son consideradas una atracción turística, sufren abusos verbales y son fotografiadas en contra de su voluntad”, indica la propuesta de Halsema.
“Atraer clientes es cada vez más difícil, ya que resulta casi imposible acudir a una trabajadora sexual sin ser visto”, dice.
Actualmente, en el Red Light District hay 330 vitrinas, todas visibles y accesibles desde la calle. La primera propuesta contempla mantener o reducir el número, pero no hacerlas más visibles desde la banqueta.
La segunda iniciativa consiste en cerrar algunas vitrinas y reubicarlas en otro punto de la ciudad en forma de hotel especializado en prostitución. La siguiente opción es apagar en definitiva todas las luces rojas del vecindario y abrir un nuevo espacio en otro punto de la ciudad, en hotel formato. El cuarto escenario es abrir más espacios de trabajo en el barrio. La alternativa “cero” es conservar el actual status quo.
Las pláticas deberán conducir a la selección de dos opciones y el Consejo de la Ciudad tendrá la última palabra.
“A lo largo de la historia, siempre han buscado argumentos para sacarnos de aquí, pero les debe quedar claro: no iremos a ningún lado”, asegura Niki.
Manejan multitudes
Localizada a pasos del Dam, la plaza principal de la ciudad, la zona roja, caracterizada por la presencia de bares y tiendas de suvenires, cannabis, artículos sexuales y sustancias sicotrópicas que no son prohibidas por la ley, salió del confinamiento bajo ciertas disposiciones.
De entrada, las sexoservidoras deben guardar distancia entre ellas, de manera que en una vitrina con tres asientos hacia el exterior, el de en medio debe quedar vacío o, en su caso, una mica de plástico debe separarlos.
En las calles, para prevenir un brote local de coronavirus, el Servicio de Emergencia implementa medidas especiales para controlar el flujo de visitantes en las calles que atraen el mayor número de personas, particularmente el fin de semana.
A partir de las 18:00 horas del viernes y las 18:00 del sábado, las calles son de un solo sentido para los peatones.
En caso de mostrar gran afluencia, la circulación es suspendida temporalmente. Lo mismo ocurre en los callejones iluminados por luces fluorescentes. En total, 40 oficiales del municipio se encargan de supervisar el flujo de personas.
El público es informado sobre los niveles de concentración de personas y el cierre de calles, a través de redes sociales y cartelones. También se les recuerda la regla de oro en Holanda contra el coronavirus: preservar la distancia mínima de 1.5 metros.
“La prevención de un brote es una responsabilidad compartida”, señala uno de los carteles exhibidos en el distrito.