Madrid.— Los incendios que devastaron el campo de refugiados de Moria, en la isla griega de Lesbos, pusieron de relieve una de las mayores catástrofes humanitarias ocurridas en territorio europeo, aunque su impacto esté siendo opacado por los estragos de la pandemia a nivel mundial.
Las cifras son elocuentes. Tras el siniestro ocurrido a principios de septiembre, más de 12 mil refugiados que vivían hacinados en las carpas de Moria huyeron de las llamas quedándose a la intemperie y sin los pocos recursos que tenían, por lo que tuvieron que acampar malamente en las inmediaciones del extinto campamento. Más de 4 mil niños, muchos de ellos de corta edad, y 2 mil mujeres, entre ellas embarazadas, ancianos y personas con discapacidad, permanecieron durante días prácticamente abandonados en las vías y los campos, con escasez de agua y alimentos, y sin atención médica, según denuncian organizaciones humanitarias.
El gobierno griego realojó a los afectados en las instalaciones de Kara Tepe, en la misma isla y que han sobrepasado su capacidad de acogida. El confinamiento y el deterioro de sus condiciones de vida desde que llegaron a Lesbos han provocado que miles de migrantes que solicitan asilo no estén dispuestos a permanecer recluidos más tiempo. El traslado al campamento generó las protestas de los inconformes que pedían libertad para salir de Lesbos y poder dejar atrás lo que consideran una prisión insoportable. Al menos en una ocasión, la policía griega los dispersó con gas lacrimógeno.
“En los campos de Lesbos, las autoridades han intentado llevar a cabo una política ejemplarizante, creando espacios de tortura para estas personas, con el objetivo de que no vengan más refugiados. Pero no funciona; es un error sistemático y estructural pretender construir una Europa-fortaleza”, señala desde Lesbos Malen Garmendia, coordinadora de la organización humanitaria Zaporeak en la isla del Egeo.
“Cuando se produjeron los incendios [en Moria], la situación ya era crítica para los refugiados. Estaban en un espacio donde sus necesidades más básicas no estaban cubiertas y no se respetaban los derechos humanos de todas las personas. No disponían de suficientes puntos de agua ni de higiene; tampoco de la comida necesaria. No tenían una mínima dignidad en su día a día”, relata a EL UNIVERSAL la portavoz de la ONG vasca, que prepara a diario en sus cocinas centenares de raciones de comida para los desplazados.
Según la ONG Zaporeak, cuando ocurrie - ron los incendios en Moria la situación para los refugiados ya era crítica.
La realidad sigue apretando a los refugiados en el nuevo campo de acogida habilitado por el gobierno griego que, al igual que el anterior, cuenta con importantes carencias y se halla también sobrepoblado, porque en una tienda de campaña pueden convivir varias familias. Hasta 12 personas, cuando están diseñadas para seis.
“El campo [Kara Tepe] lo han construido en un antiguo espacio de tiro militar y en una zona que no está bien resguardada de los fenómenos meteorológicos.
Montaron el show con las tiendas, pero no acondicionaron el suelo donde se instalaron muchas de ellas. Tampoco se cubren las necesidades más básicas, como ropa de abrigo o puntos de agua e higiene. A diario nos recalcan [los refugiados] que la alimentación no es suficiente, puesto que sólo una vez al día se reparte comida y agua”, indica. Todos tienen privaciones, pero los más vulnerables son los enfermos crónicos que necesitan medicamentos o una alimentación específica. También hay mujeres que han sufrido violencia de género o que fueron violadas en el anterior campo y que ahora se ven obligadas a vivir en el mismo espacio que sus agresores.
“Las autoridades nos están complicando a las ONG la acción que antes hacíamos. Ahora nos ponen más trabas. Hay mucha presencia policial y, por regla general, vemos más violencia que asistencia humanitaria, que es lo que se necesita. Creo que a futuro su intención es trasladar a todos los que puedan a la península y luego crear un campo de detención, donde se prepare a las personas para deportarlas”, alerta.
A esta situación crítica hay que añadir la amenaza de la pandemia, tras ser detectados entre los migrantes más de 235 casos que han sido puestos en cuarentena. Ante el avance del virus en Europa, los expertos temen que no se pueda hacer frente a las necesidades básicas de salud y seguridad de los refugiados que, por sus circunstancias, constituyen un grupo extremadamente frágil.
“A los que dieron positivo en el test rápido los pusieron en una zona acotada por alambradas para que no pudieran acceder al otro lado del campo. Sin embargo, con el consiguiente riesgo para los demás, muchos pacientes saltaron la valla de contención, porque no tenían suficiente comida o asistencia médica para luchar contra el virus y poder pasar el día”, relata.
“Las personas que dieron positivo al Covid-19 deben recibir lo antes posible una atención específica y contar con soluciones de aislamiento y tratamiento, y apoyo médico. ACNUR ha aconsejado a todas aquellas personas que previamente se encontraban en el Centro de Recepción e Identificación de Moria que restrinjan sus movimientos hasta que se habilite una solución temporal para su situación”, señala ACNUR.
La Unión Europea (UE) pidió a Atenas que trasladara al continente a los solicitantes de asilo con mayor riesgo de contraer el coronavirus. Sin embargo, el Ejecutivo griego argumentó que las posibilidades de contagio son menores en las islas del mar Egeo, por lo que decidió desplegar las instalaciones en Lesbos. Las autoridades griegas subrayan que las necesidades básicas de los refugiados están cubiertas en el campamento. Algo que no comparten muchas de las ONG.
“La gente está muy cansada de permanecer encerrada en este espacio. No pueden decidir en su día a día. Nada depende de ellos. Su vida se les ha ido de las manos, así, de repente”, concluye la portavoz de la ONG vasca.
Las causas del fuego que destruyó Moria siguen sin ser esclarecidas; versiones apuntan a la posibilidad de que fueran los migrantes los que provocaron el incendio para forzar su traslado a la península, lo que no ha ocurrido. El campo de Kara Tepe en el que han sido recluidos sólo ha servido, según ONG, para perpetuar el drama que viven miles de refugiados desde su llegada a la isla de Lesbos en 2015, procedentes sobre todo de Siria, Irak y Afganistán.