París. El 7 y 8 de diciembre, las puertas de la catedral de Notre-Dame de París se abrirán nuevamente al mundo, poco más de cinco años después de aquel 15 de abril de 2019, cuando el mundo vio con estupor el monumento en llamas.
Sin embargo, detrás del bombo y platillo de la llamada reconstrucción del siglo, la lista de tensiones y divisiones es larga. La encabezan tres figuras: el presidente francés, Emmanuel Macron, monseñor Laurent Ulrich, arzobispo de París, y Philippe Jost, responsable de la restauración de Notre-Dame. Y de lejos, el papa Francisco.
El viernes, el presidente Macron entró finalmente por primera vez y le mostró al mundo “el resplandor” de la catedral reconstruida. “Hicieron lo que parecía imposible”, les dijo a algunos de los responsables de semejante obra.
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Hace pocos días que el interior de la catedral ya está listo para recibir a los mil 500 invitados a la ceremonia inaugural. Todo fue hecho en la precipitación, para respetar el plazo de cinco años impuesto por Emmanuel Macron el día del incendio.
“Hubo que quitar el andamiaje de la cruz del transepto, terminar el acceso de los bomberos, colocar una parte del embaldosado de piedra caliza sobre el pequeño atrio, reinstalar el tesoro y los Mays —esos cuadros encargados por las corporaciones de orfebres entre 1630 y 1707 y realizados por pintores célebres—, remplazar dos tercios de las baldosas del interior, más deterioradas de lo que se había pensado… Mientras que la iluminación, la sonorización e incluso el coro tuvieron escasos días para las pruebas necesarias”, relata L’Express.
La premura de los últimos días probablemente sirva para hacer olvidar las tensiones que acompañaron durante estos cinco años ese trabajo titánico, que consumirá aproximadamente 850 millones de euros. Porque, como toda aventura humana, la restauración de la catedral se convirtió en un objeto de ambición y controversia política.
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Entre el poder y la religión
Sobre todo, fue en el terreno de las relaciones entre el poder y la Iglesia católica que la resurrección de Notre-Dame se desarrolló en el dolor. En el mensaje que envió a los franceses el día después del incendio, Macron hizo de la catedral un símbolo nacional, sin evocar su vocación espiritual ni la comunidad católica. De inmediato, el entonces arzobispo de París, monseñor Michel Aupetit, reaccionó con energía: “Son los católicos quienes hacen vivir la catedral de Notre-Dame, que no es un museo”, advirtió.
Para marcar físicamente su territorio, el arzobispo obtuvo la autorización del prefecto de policía de poder celebrar una misa, relativamente íntima y con cascos de seguridad, el 15 de junio. En aquel mismo momento, los diputados de izquierda luchaban en el hemiciclo para que la diócesis no pudiera participar en el consejo de administración del futuro Establecimiento Público, responsable de los trabajos de reconstrucción.
El último de esos tironeos pareciera haberse resuelto solo la semana pasada. ¿Para la ceremonia de reapertura el presidente hablará al exterior o al interior de la catedral? A Emmanuel Macron le gustaría recibir un merecido reconocimiento. Después de todo, el mundo le debe la reconstrucción en apenas cinco años, plazo que todos consideraban inalcanzable.
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Pero, desde el comienzo, la diócesis fue desfavorable a la idea de un discurso del presidente desde el interior de la catedral, recordando que el edificio es por naturaleza dedicado al culto. Por fin, hace una semana y después de interminables negociaciones, el palacio del Elíseo anunció que el 7 de diciembre el presidente será recibido por las autoridades religiosas y municipales en la entrada de la catedral, allí pronunciará un “corto” discurso y asistirá, silencioso, a la apertura de las puertas, y después al despertar del órgano “bajo el auspicio del arzobispo”.
Macron acordó, sin embargo, un privilegio: recorrer el interior de la catedral y pronunció un discurso de agradecimiento ante los 2 mil artesanos que trabajaron en la obra y los mecenas más importantes, el pasado viernes. “El momento fue totalmente laico”, señalan desde la presidencia.
En todo caso, tras la aparente cordialidad actual, reinará la desconfianza entre gobierno y diócesis que se instaló desde el primer día perdura. Fue cuando, para favorecer las donaciones en el marco de una suscripción nacional, el jefe de Estado ofreció a los particulares una exoneración de impuesto del 75%. Pero, pequeña mezquindad, esa tasa permaneció al 66% para la colecta de 7 millones de euros destinados a financiar el mobiliario litúrgico y los bienes propios a la diócesis.
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“El arzobispo no dice nada, pero en privado se indigna por la arrogancia de un poder que no le dio un solo euro y reivindica los laureles”, anota L’Express.
La guerra de las invitaciones
Pero apenas resuelto el problema de la intervención presidencial, otra guerra se insinuó: la de las invitaciones. Porque la catedral solo puede recibir mil 500 personas en cada una de las tres ceremonias previstas para el fin de semana próximo: la entrada al edificio y el despertar de los órganos el sábado por la noche; la bendición del altar el domingo a la mañana y, después, la primera misa abierta al público.
El Elíseo y la diócesis se repartieron los lugares, pero la selección es severa. El primero espera decenas de jefes de Estado extranjeros, grandes mecenas, representantes de las principales instituciones del Estado y locales. La Iglesia ya dio estrictas consignas: cada párroco de París recibirá dos invitaciones. Las fundaciones, apenas una decena para sortear entre los donantes. Para los que queden afuera habrá un premio consuelo: el 11 de diciembre habrá una misa dedicada a los mecenas; el 15, otra para los artesanos de la reconstrucción.
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El padre Olivier Scache, vicerrector de la catedral y responsable de la recepción del público, sabe que habrá decepción. Por eso preparó una visita de 30 minutos, que permitirá pasar por cinco puntos clave del edificio, todos los jueves hasta las 22. Más de 15 millones de visitantes por año, más que los 45 mil diarios, es otra cifra la que lo preocupa: 100 personas por minuto, o sea dos colectivos de larga distancia llenos.
La ausencia del Papa
En todo caso, raros son los católicos que rechazarían la posibilidad de estar presentes en la misa inaugural del 8 de diciembre. Sin embargo, entre las ausencias destaca la del papa Francisco. Lo anunció el 13 de septiembre y lo confirmó recién, sin dar explicaciones. Por su parte, la diócesis de París multiplica los argumentos: “El 8 de diciembre es el día de la Inmaculada Concepción y el Papa estará en Roma como lo dicta la tradición”. O bien, “el sumo pontífice prefiere visitar comunidades más modestas, en países en conflicto”. Esto, a pesar de que Francisco haya hecho una visita de Estado a Bélgica en septiembre e irá a la ciudad francesa de Ajaccio apenas una semana después de la inauguración de Notre-Dame.
Para L’Express, la ausencia del Papa se debería a “una mezcla de consideraciones políticas y religiosas”. Cuando el 8 de diciembre de 2023 Emmanuel Macron anunció que invitó al Sumo Pontífice a la ceremonia, los especialistas se sorprendieron.
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“Cuando se invita al Papa o a otro jefe de Estado, no se le impone una fecha declamada públicamente. Se estudian las agendas y se sugiere el momento”, comenta uno de ellos.
Pero la supuesta “irritación” papal no se reduciría a las formas empleadas por el presidente Macron. En varias ocasiones, Francisco hizo saber que no aprecia la política migratoria del gobierno francés, que juzga inhospitalaria. Durante todos estos años, también manifestó su desacuerdo sobre algunos temas sociales: la adopción de la ley de procreación asistida (PMA), la voluntad de legislar sobre la ayuda a morir y la inscripción del derecho al aborto en la Constitución. Durante su viaje a Bélgica, trató de “asesinos a sueldo” a los médicos que practican el aborto y propuso lanzar la beatificación del rey Balduino, que se negó a aprobar un texto en ese sentido en su país.
Francisco tampoco está demasiado encantado con la iglesia de Francia. Y mucho menos con la diócesis de París. En octubre pasado, creó una veintena de nuevos cardenales, que un día tendrán la responsabilidad de designar a un nuevo Papa. En esa ocasión, los vaticanistas señalaron que solo un arzobispo francófono estuvo en la lista: el de Argel. Curiosamente, monseñor Ulrich de París, no figura.
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“Hubo muy pocos arzobispos de París que no fueron cardinales. Aunque no hay que olvidar que este Papa, como todos los jesuitas, tiene excelente memoria. Y que hay una larga historia de desamor entre el papado y Notre-Dame de París”, señala la especialista Maryvonne de Saint Pulgent. En 1870, en efecto, cardenales franceses, y en particular parisinos, se pronunciaron contra el dogma de la infalibilidad pontificia. Hace más de 150 años, pero la desconfianza perdura.
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