Nueva York.— Este sábado, el expresidente Donald Trump arrancó su precampaña presidencial en Carolina del Sur. Lo hizo 338 días antes de lo que suele ser habitual, es decir, a principios del año electoral, en este caso en enero de 2024. Algo bastante inusual pero, como explica a Jaime Flórez, director de comunicaciones para hispanos en el Comité Nacional Republicano (RNC, por sus siglas en inglés), “no hay ninguna ley o reglamento que lo prohíba. Habrá tenido sus razones para empezar la campaña antes, porque le puede perjudicar. Quien empieza antes da más tiempo a sus oponentes a que le ataquen”.

El lugar no ha sido elegido al azar: Carolina del Sur le reportó la victoria en 2016 y ahora Donald Trump quiere evaluar cuál es su apoyo ahí. El momento tampoco es un capricho del destino; Trump, el único candidato oficial de momento para las próximas elecciones presidenciales de 2024, arranca su precampaña en medio de un momento de crisis para su posible contrincante demócrata, Joe Biden. El presidente, igual que el exmandatario, está siendo objeto de una investigación por parte del Departamento Justicia tras encontrarse en casa y una de sus oficinas material clasificado de su etapa como vicepresidente y senador.

Hasta ahora, Trump no había hecho mucho ruido con respecto a su futura candidatura presidencial, pero las informaciones acerca de otros posibles candidatos republicanos que podrían pelear por el puesto ha acelerado los acontecimientos. Se podrían enfrentar a Donald Trump por la candidatura republicana el exsecretario de Estado, Mike Pompeo; el exvicepresidente Mike Pence; el senador por Texas, Ted Cruz, o el nombre que suena como favorito: el gobernador de Florida, Ron DeSantis.

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“Es el favorito de los republicanos que quieren escapar de Trump”, explica a EL UNIVERSAL el politólogo especializado en política estadounidense y profesor en la Universidad de Columbia, Robert S. Erikson. “La popularidad de DeSantis podría estar inflada ahora por esto y porque se ha mantenido estratégicamente tranquilo sobre la postulación para presidente”.

Además, el anuncio de que Meta restablecerá las cuentas de Facebook e Instagram del exmandatario podría cambiar la trayectoria de las elecciones presidenciales de EU en 2024.

Competir con Trump no es tarea fácil. Son muchos años forjando una personalidad que a nadie dejó indiferente cuando saltó a la opinión pública en 2016 (el año que presentó su candidatura). Así lo explica la escritora y redactora del The New York Times, Maggie Haberman, quien cuenta en su libro Confidence Man (Hombre Seguro) cómo se forjó y se modeló la figura de Trump. Su publicación cuenta con testimonios del entorno del expresidente, así como con entrevistas al propio Trump. En el epílogo, la escritora describe a un hombre “narcisista”, en busca de drama, el cual “cubre su frágil ego con un impulso de intimidación”.

A lo largo del libro, la autora deja que el propio exlíder se retrate él mismo, con comentarios que hace en voz alta durante las entrevistas, como preguntarse quién es gay y quién no, como ocurrió en una conversación que tuvo con el exgobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, a quien le dijo: “Tú y yo sólo chicas, ¿verdad amigo?”.

La autora hace distinciones entre lo que algunos llaman el “Trump bueno”, que es capaz de mostrar “generosidad y humor”, y el “Trump malo”, que es agresivo e inseguro y ocupa la mayor parte de este libro, el que la mayoría estamos acostumbrados a ver.

Bricio Segovia, excorresponsal de la Casa Blanca en su presidencia, compartió con este medio su impresión de Trump al que conoció antes de su mandato. “En un certamen, cuando el concurso de Miss Universo estaba a su cargo, lo conocí, y me sorprendió ver la condescendencia con la que trataba a su equipo”. Más tarde se encontró con el Trump presidente, al que describe como una “persona controladora que no delegaba funciones en nadie, que gestionaba la administración de manera unilateral y propiciaba el caos entre agencias. Manejaba la Casa Blanca (...) como si fuera una agencia de publicidad. Tenía un eslogan por cada tema que tocaba, para que sus simpatizantes tuvieran facilidad a la hora de recordar el mensaje que quería transmitir”.

Haberman descubre en su obra al verdadero arquitecto del exmandatario, Roy Cohn, nacido en el barrio del Bronx de Nueva York. Cohn fue uno de los abogados más controvertidos de este país y en los años 50 acabó al lado del senador Joe McCarthy, en la época de la llamada “caza de brujas” en busca de comunistas. Pero cuando un amigo íntimo suyo (del que se decía que eran amantes, David Schine) fue llamado a filas por el ejército, él exigió la exención, sin éxito. Fue entonces cuando varios senadores comenzaron a insinuar su homosexualidad y el amor por Schine.

Cohn huyó a Nueva York y ahí forjó su mito: nunca admitir una derrota. Una frase que bien podría escucharse de la boca del expresidente republicano, si se toma como base su trayectoria tras las elecciones de 2020, las cuales sigue reclamando como robadas a pesar de que no existen pruebas que así lo indiquen.

Cohn era bastante conocido cuando llegó a la vida de Trump, tras un encuentro en Le Club, un bar de alto standing en Manhattan en 1973. El abogado había defendido a clientes muy famosos de la talla de Francis Spellman, propietario de los Yankees de Nueva York, o Carmine Galante y John Gotti, jefes del crimen en la Gran Manzana. Trump se encomendó a él sin pensarlo para que lo asesorara en el manejo de demandas que ya en aquel entonces tenía y acabó convirtiéndose en un asesor de vida. Según explica Haberman en su libro, Cohn conectó a Trump con el crimen organizado y le enseñó a comportarse con la prensa y a mantener a raya a sus contrincantes. Cohn era todo lo que Trump necesitaba. La élite de Nueva York, incluso sin tener muy claro si el famoso abogado les asustaba o fascinaba, comía de su mano sin rechistar, porque Cohn prácticamente movía todos los hilos en la Gran Manzana. “No quiero saber cuál es la ley”, solía decir, “quiero saber quién es el juez”. Además, recuerda el profesor Erikson, “era famoso por su enfoque en los litigios de no tomar prisioneros, que también le gusta a Trump”.

Con el abogado guiando la trayectoria profesional y vital de Trump, el exlíder republicano tomó impulsó en los círculos de poder de la ciudad neoyorquina y aprendió tácticas que lo llevarían más tarde a la Casa Blanca y dejarían boquiabierto a medio EU ante sus esperpénticas actuaciones y decisiones. Desde su incitación al asalto del Capitolio el 6 de enero de 2021 hasta las declaraciones en plena pandemia que provocaron más de 100 ingresados en hospitales de EU porque el exmandatario sugirió por televisión, en horario de máxima audiencia, “inyectar desinfectante” en los pacientes para limpiar los pulmones o “simplemente someter el cuerpo a un haz de luz ultravioleta”.

Cohn murió en agosto de 1986, a los 59 años, debido principalmente a “un paro cardiopulmonar”, según informaron desde el hospital donde se encontraba ingresado, y a “la demencia y su infección de HTLV III (virus del Sida)”, como causa secundaria. Herencia de aquel carácter quedó en Trump, el hombre que Cohn apadrinó y enseñó a “no defenderse, sino atacar”. Quizá por eso, arranca antes que nadie su precampaña presidencial.

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