Por quinta vez en 75 años México accede a una membresía no permanente en el Consejo de Seguridad, regionalmente rotativa y que ha correspondido a países con mayor incidencia en la política internacional. Los cinco permanentes son los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, cada uno de los cuales tiene derecho a veto, privilegio que corresponde a la reconfiguración de las fuerzas hegemónicas después de cada conflagración: las guerras napoleónicas y la Primera Guerra Mundial, de las que surgieron la Santa Alianza y la Liga de las Naciones, respectivamente.
Este último fue el primer organismo al que se incorporaron gradualmente casi todos los Estados independientes, aunque la “regla de la unanimidad” protegía los intereses de los más poderosos. Las Naciones Unidas es la organización más compleja y diversificada que ha existido en la historia, después de la derrota del nazi-fascismo.
De ahí su acentuado carácter democrático, la preeminencia de los derechos humanos y el respeto creciente a la autodeterminación de los pueblos. Tres meses antes de su fundación, en Chapultepec se celebró la Conferencia Interamericana sobre los Problemas de la Guerra y de la Paz.
Nuestro primer representante en el Consejo de Seguridad (1946) fue Luis Padilla, cuando este órgano apenas pudo reunirse por las rispideces, incluso personales, entre los delegados de la Unión Soviética y Estados Unidos. Cinco años más tarde fue elegido presidente de la Asamblea General. En materia de descolonización de los pueblos fue sobresaliente y prestigioso.
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Esta tarea se incrementó durante el periodo en que fungió como secretario de Relaciones Exteriores y luego cuando volvió a la ONU. Sesenta y tres naciones ingresaron a la organización durante sus 17 años en el servicio exterior. Cabe recordar que don Luis se había formado en la política interna del país, cercano a la corriente progresista que encabezaba Narciso Bassols. No obstante, nuestra diplomacia tradicional nunca más se planteó el regreso al Consejo por temor a lo desconocido e ignorancia sobre su funcionamiento.
En 1964 la confluencia de todos los países en desarrollo selló el nacimiento del Tercer Mundo, en el que ejercimos un liderazgo efectivo. El Ejecutivo proclamó que “éramos más no alineados, que los llamados No Alineados”. El mandatario Echeverría exacerbó esta tendencia para distinguirse de su predecesor, ejemplarizar un viraje a ideológico izquierda y prolongar su propio poder en la esfera mundial.
Después de haber sido secretario del Trabajo, precandidato a la Presidencia y dirigente nacional del PRI, mi designación como titular en Educación Pública me convertía en un peligro para la clase política, lo que derivó en mi despido. Durante dos años viajé por el mundo como profesor del Colegio de México, hasta que el presidente López Portillo me designó representante ante la ONU para promover un Plan Mundial de Energía.
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Mi llegada al consejo fue resultado del prestigio acumulado por México y de circunstancias impredecibles. Fui instruido por la Cancillería para apoyar la candidatura de Cuba, que presidía el movimiento de los No Alineados.
Empeñé mi mayor esfuerzo para lograrlo. A punto de lograr la mayoría de dos tercios de la Asamblea, ocurrió la invasión de la Unión Soviética en Afganistán, que el gobierno cubano justificó, desplomando los apoyos de que gozaba. Inesperadamente, Fidel Castro me hizo saber que apoyaría a México. Llamé directamente al Ejecutivo, quien me indicó que aceptara, pero mediante la conciliación entre los dos candidatos latinoamericanos.
Veinte años después, Adolfo Aguilar Zínser, aguda inteligencia y destreza negociadora, accedió al consejo e igual que yo lo presidió. Condenó la invasión ilegal de la Unión Americana en Afganistán y luego en Irak, propuso métodos de consulta a expertos independientes para ilustrar las decisiones del órgano y fue incansable mediador aun entre las potencias. A pesar de haber dicho que no éramos el “patio trasero” de Washington, cuando su remoción fue felicitado por la secretaria de Estado de esa nación.
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A causa de la división del mandato entre México y Brasil de Lula, a efecto de disuadir a este último de convertirse en miembro permanente del consejo representando a América Latina, el embajador Claude Heller —estudioso y perseverante diplomático de carrera—, sólo fue un año miembro del órgano.
Tuvo la mala fortuna de haberlo sido durante la Presidencia de Calderón, gobierno de derecha provinciana que suspendió la tradición de nuestra política exterior, que generó un lamentable vacío y redujo a la nada nuestro papel en el mundo. La “guerra contra el narcotráfico” nos volvió por añadidura dóciles a la estrategia de seguridad norteamericana.
Toca ahora al doctor Juan Ramón de la Fuente representar al régimen de la 4T en el Consejo de Seguridad y redefinir con independencia y criterio certero el alcance global del primer gobierno genuinamente democrático del país en tiempos actuales, así reconocido por la comunidad internacional y cuyos orígenes irrefutables suponen un ejercicio más pleno de nuestra soberanía y una inserción distinta en la globalidad.
Nuestro embajador cuenta con una fructífera trayectoria en los campos de la educación superior, la medicina, la salud mental y la bioseguridad. Científico de formación, político por vocación e internacionalista por inclinación. Accede hoy a tan alta responsabilidad en el momento preciso que México lo requiere.
***Representante permanente de México ante la ONU (1979-1985)