La noche del 3 al 4 de junio de 1989, el Ejército chino recibió la orden de dispersar las protestas que llevaban casi siete semanas en la plaza de Tiananmen, en Pekín.
Lo que sucedió después fue catalogado como la "masacre de Tiananmen".
Tal fue la represión contra el movimiento que exigía mayores libertades y el fin de la corrupción.
La contundencia con que las autoridades chinas decidieron poner fin a la protesta les valió una dura condena casi global.
En estos 30 años, el gobierno chino ha intentado eliminar completamente de la memoria colectiva lo ocurrido, aunque la fecha es conmemorada en Hong Kong -región con mayores libertades- y la isla de Taiwán, y vuelve a ser analizada en los medios occidentales cada aniversario.
Las protestas que sacudieron Pekín y decenas de otras ciudades en China a finales de la primavera e inicios del verano de 1989 empezaron a modo de conmemoración, por la muerte en abril de Hu Yaobang, exsecretario general del Partido Comunista de China (PCCh), de talante reformista.
Hu fue un gran crítico de las reformas económicas del entonces máximo líder, Deng Xiaoping, y su carácter y su apoyo a otras protestas registradas en Pekín en 1986 le llevaron a ser purgado del PCCh, tres años antes de su muerte.
El efusivo y espontáneo duelo público, liderado por estudiantes, pronto se tornó en una gran manifestación ciudadana que pedía la restauración de su imagen y que su legado fuera honrado con amplias reformas, como la libertad de prensa y la libertad de reunión, entre otras.
En Pekín, más de un millón de manifestantes ocuparon la plaza en abril de 1989 enarbolando banderas y pancartas en un ambiente festivo, convirtiéndose en la mayor movilización en la historia de la China comunista.
Las protestas se extendieron a otras ciudades y universidades de todo el país, se prolongaron casi siete semanas y en ellas se juntaron personas de todos los ámbitos de la sociedad: desde obreros hasta periodistas o estudiantes.
Mientras unos se quejaban de la inflación, los salarios y los problemas de vivienda, otros empezaron a exigir más libertades democráticas o el fin de la corrupción.
El movimiento se enmarcó en la ola de apertura que vivía entonces Europa del Este, que acabó provocando la caída de la cortina hierro.
Todo ello supuso una presión sin precedentes contra el Partido Comunista, cuyos líderes se mostraron divididos en cuanto a cómo responder.
Los de línea dura prevalecieron. Deng Xiaoping, entonces el máximo líder de la República Popular de China, y otros altos funcionarios declararon la ley marcial.
Del 3 al 4 de junio, tropas y tanques del Ejército de Liberación Popular, así como la policía, se dirigieron a la famosa plaza y abrieron fuego en su camino, según los relatos de los sobrevivientes.
De hecho, la mayoría de las muertes no ocurrieron en la emblemática ágora, sino lejos de allí, al paso de las fuerzas de seguridad por otros puntos de la capital.
El gobierno chino jamás dijo cuántos manifestantes murieron y no hay cifras oficiales, aunque se estima que pueden estar entre los cientos y los miles.
Kate Adie, de la BBC, reportó cómo se escuchaban los incesantes disparos en el centro de la capìtal, cerca de Tiananmen y a unos 200 metros de las filas de soldados desplazados hasta el lugar.
Las calles que conducen hacia la plaza estaban llenas de personas observando incrédulas los destellos de las armas, al tiempo que vitoreaban cuando se incendiaban autobuses y vehículos militares.
Las tropas disparaban indiscriminadamente, informó Adie desde la principal avenida de Pekín que lleva a Tiananmen (Chang An), pero miles de manifestantes rehusaban abandonar el lugar, "sin poder comprender cómo su propio Ejército los estaba atacando".
Los presentes gritaban "fascistas", "dejen de matar" y "abajo el gobierno". Horas después todavía se escuchaban tiros y seguía habiendo personas en la calle.
El caos y la violencia se apoderaron del centro de Pekín, según informó la corresponsal.
La periodista pudo ver varios muertos y cómo muchos heridos eran llevados en bicicletas y hasta en bancos de la calle a los hospitales, algunos de ellos ya sin vida.
Posteriormente, el gobierno chino negó que alguien hubiera muerto a tiros en la plaza.
Tras la tragedia, una imagen se volvió símbolo de lo ocurrido: el "hombre del tanque".
El 5 de junio, un día después de que la plaza de Tiananmen hubiera sido despejada, una columna de tanques se retiraba del lugar por la avenida Chang An.
Un hombre, cargando unas bolsas de plástico, se paró inmóvil frente al primero de los vehículos para evitar su paso.
No le dispararon ni intentaron arrollarlo. El tanque hizo un intento de esquivarle, pero el hombre le siguió cortando el paso.
Nadie conoce a ciencia cierta su nombre ni sabe qué pasó con él, pero para el mundo entero acabó siendo la imagen de la brutalidad del régimen chino contra sus propios ciudadanos.
Desde la perspectiva del gobierno chino, lo ocurrido en Tiananmen fue un incidente de turbulencia política en la que las fuerzas de seguridad tuvieron que intervenir para hacer frente a elementos "contrarrevolucionarios".
Toda discusión sobre las protestas prodemocráticas y su eventual represión son un tabú en el país.
Salvo en el territorio de la región autónoma especial de Hong Kong, donde se refugiaron algunos líderes de las manifestaciones, y la isla de Taiwán, no hay conmemoraciones oficiales de los eventos de 1989.
En las semanas anteriores al 4 de junio, el aparato de censura chino entra en máxima alerta y actividad para eliminar de las redes sociales e internet cualquier mención a Tiananmen.
Según el corresponsal en China de la BBC, John Sudworth, aquellos que intentan burlar los controles pueden enfrentar penas de cárcel. Tan solo enviar una imagen relacionada con los hechos en redes sociales puede crear problemas.
Sin embargo, China como país ha cambiado enormemente en las últimas tres décadas.
El meteórico ascenso de su economía y su actual poder mundial sirven como argumento para aquellos en el gobierno que justifican las polémicas acciones del 3 y 4 de junio de 1989.
"El incidente fue un disturbio político y el gobierno central tomó medidas para detenerlo, lo cual es la política correcta (...). Los últimos 30 años han demostrado que China registró grandes cambios", señaló esta misma semana el ministro de Defensa de China, Wei Fenghe, en un foro regional, en una inusual declaración sobre lo ocurrido.
Pero hay quienes insisten en que ese oscuro y enterrado capítulo de la historia reciente del país tiene relevancia actual y debe sacarse a la luz.
Uno de ellos es Bao Tong, otrora alto funcionario testigo de toda esa turbulencia y quien apoyó a los manifestantes de Tiananmen.
Bao cumplió una sentencia de siete años en confinamiento solitario por su postura y se convirtió en uno de los disidentes más destacados de China.
"Lo que me preocupa -le dijo a la BBC- es que en los últimos 30 años todos estos líderes chinos han estado dispuestos a mantenerse firmes ante el inhumano crimen del 4 de junio".
"El Partido Comunista debería permitir la discusión entre la gente, víctimas, testigos, extranjeros, periodistas, que estuvieron ahí en esa época. Deberían permitir a cada uno decir lo que sabe para hallar la verdad".
Ahora puedes recibir notificaciones de BBC Mundo. Descarga la nueva versión de nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.
https://www.youtube.com/watch?v=YZ3PN5ytEy0