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"La adicción a las drogas es el enemigo público número uno de Estados Unidos".
La frase fue pronunciada por el entonces presidente estadounidense Richard Nixon, en una conferencia de prensa que tuvo lugar en la Casa Blanca en junio de 1971.
De esa manera comenzó lo que se ha conocido como la "guerra contra las drogas", que ha llevado al gobierno estadounidense a gastar cerca de US$51.000 millones con el fin de combatir la compraventa de sustancias ilegales, a las que consideran un flagelo.
Y que ha hecho que cerca del 22% de la población carcelaria del país esté tras las rejas por delitos relacionados con la tenencia y el consumo de estupefacientes.
Sin embargo, más allá de los resultados y las estadísticas, esta "guerra" en un principio tuvo un enfoque muy distinto al que presenta actualmente.
"Se pensaba más en encontrar al adicto y ayudarlo que en encontrar al adicto y encerrarlo en una cárcel", le dijo a la BBC Jeffrey Donfeld, un abogado californiano que fue el encargado de liderar la improbable misión de erradicar el consumo de drogas en el país.
Él fue el primer director de la Oficina Especial de Acción para Combatir la Adicción a las Drogas, tal su título formal.
"Era algo que realmente estaba presente en la cultura. Era el tercer tema que más preocupaba a los estadounidenses en aquellos años después de la guerra de Vietnam y la economía", explicó.
Pero, ¿cómo fue esa primera aproximación de la llamada "guerra contra las drogas", casi medio siglo atrás?
Emergencia nacional
En su tercer año como presidente, Richard Nixon vio cómo los niveles de adicción a las drogas y la criminalidad aumentaban dramáticamente en el país, por lo que decidió decretar la emergencia nacional y buscar recursos en el Congreso.
En junio de 1971, con un presupuesto cercano a los US$71 millones aprobado por los legisladores, comenzaron los programas para controlar la adicción a las sustancias ilícitas en todo el país.
Uno de ellos contemplaba presionar a otros países como Francia, Tailandia y Turquía para que tomaran acciones en contra de la producción de estupefacientes en sus respectivos territorios.
"Los otros dos fueron quitarle el glamour que estaba asociado a la idea del consumo, que estaba muy extendido en EU por entonces, y desarrollar un nuevo acercamiento para tratar a los adictos", relató Donfeld.
Aunque se consumía mucho LSD y marihuana -la cocaína no había hecho su aparición a gran escala todavía-, lo cierto es que la droga que más llamaba la atención era otra: la heroína.
Por esa razón, Donfeld viajó por todo el país visitando centros para el tratamiento de adictos a este potente opioide.
Y aunque se encontró con muchas clínicas donde prevalecía la terapia como enfoque para dejar la adicción, le llamó la atención un lugar en particular: el centro terapéutico Daytop, que tenía sus principales sedes en Nueva York y Washington DC.
"Nos dimos cuenta que a los adictos les daban metadona como reemplazo de la heroína", explicó Donfeld.
"Era algo novedoso en aquellos tiempos. Aunque era una droga, la persona que la consumía, además de estar en terapia, podía ir a trabajar y tener una vida cercana a normal", explicó el exdirector.
Metadona y racismo
Pero su viaje no solo le reveló este dato, sino que también le mostró que había una fuerte relación entre los crímenes y el consumo de drogas en varias de las principales ciudades de Estados Unidos.
"En aquellos centros de tratamiento había muchas personas que habían estado en la cárcel", explicó.
"Y dentro de esa evaluación general que hicimos en el país, recibimos unas cifras que señalaban que las personas que recibían la metadona eran mucho menos proclives a reincidir en el crimen que aquellas que solo asistían a procesos de terapia", recordó el abogado.
Entonces, Donfeld diseñó una campaña para convertir el uso de la metadona en un asunto nacional.
Pero se topó con varios problemas. Uno de ellos: lo acusaron de que su estrategia era racista.
"Varias entidades indicaron que esa idea, que podía ayudar a reducir los índices de criminalidad, era en realidad una estrategia del gobierno de Nixon para subyugar a las comunidades negras de EU", relató.
"Era una acusación falsa. Nuestra intención no solo era reducir el consumo y ayudar a combatir el crimen, sino reducir las muertes por heroína", se defendió el exfuncionario.
Así las cosas, la ayuda para extender su idea y convencer al presidente Nixon le llegó de donde menos lo esperaba: Vietnam.
Regreso a casa
Por entonces, dos congresistas hicieron un viaje de visita a las tropas estadounidenses desplegadas en Vietnam y, al regreso, reportaron que entre el 10% y el 15% de los efectivos en el terreno eran adictos a la heroína.
Donfeld, enviado por Nixon, se reunió con los generales que, según él, no tenían la menor idea de cómo combatir ese flagelo. Entonces les propuso una idea.
"La propuesta era llevar dos máquinas que podían detectar rastros de drogas en la orina. Y allá les avisaron a los soldados que si se hallaban drogas en las muestras, se iban a demorar una semana más en llegar a casa, porque había que desintoxicarlos", recordó.
"Nadie quería quedarse una semana más. Así que muchos dejaron de consumir o se sometieron a un tratamiento. Ese fue un enfoque distinto al que existía previamente, que era simplemente enviar ante una corte marcial a quienes fueran sorprendidos consumiendo drogas".
Lo cierto es que ese enfoque comenzó a aplicarse también en algunas ciudades de Estados Unidos a través de la oficina antidrogas de la que Donfeld era director.
"Al año siguiente los índices de criminalidad se redujeron entre un 20% y un 30% en ciudades como Nueva York y Washington. Creo que era una estrategia válida y efectiva, aunque creo que ha cambiado mucho en los últimos años", concluyó.
El proyecto fue modificado después de que Nixon -quien había sido el propulsor de la guerra contra las drogas- se convirtió en el primer presidente de Estados Unidos en renunciar a su cargo, tras haber sido reelegido en 1972 y por cuenta del encubrimiento en el sonado caso de Watergate.
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