En 1939, el destino de Qatar dio un vuelco inesperado. El descubrimiento de exuberantes reservas petrolíferas en el área occidental de la península marcó el inicio del ascenso en la escena mundial del hasta entonces precario reino de buscadores de perlas y pescadores.
A ese hallazgo en territorio qatarí se sumó en 1971 la finalización del pozo North West Dome-1 de Shell en la costa nororiental que le dio acceso a Qatar al yacimiento de gas natural más grande del mundo, que más tarde pasó a compartir con Irán porque su extensión de 9700 kilómetros cuadrados abarca las aguas territoriales de los dos países del golfo.
Aunque la explotación inicial de los descubrimientos de petróleo y gas corrió a cargo de un consorcio de empresas europeas y estadounidenses, la producción se nacionalizó en una serie de etapas en la década de 1970 y los antiguos concesionarios pasaron a tener contratos de servicios, con operaciones supervisadas por Qatar Petroleum (ahora QatarEnergy), la compañía petrolera nacional.
“Las empresas occidentales disponían de la tecnología que las monarquías subdesarrolladas del Golfo no tenían, por lo que eran esenciales al principio para extraer los recursos del suelo y exportarlos. Por esta razón, tenían enormes participaciones en las compañías de la región del Golfo. Pero con el tiempo, como era de esperar y con razón, las monarquías quisieron controlar sus propios activos. Y fue en la década de 1990 cuando Qatar realmente comenzó a desarrollar su propia industria petrolera. Eso se hizo más bien en asociación con importantes compañías petroleras internacionales que continúan hasta el día de hoy”, explica a LA NACION David B. Roberts, analista internacional y profesor del King’s College de Londres.
Esta serie de eventos afortunados catapultó a la economía qatarí para posicionarla como la cuarta más rica del mundo en función del PBI per cápita, según datos del Banco Mundial. Su primera exportación de carga de gas natural licuado (GNL) tuvo lugar en 1995, y en 2006 superó a Indonesia para convertirse en el mayor exportador del mundo. En diciembre de 2010, la producción alcanzó el objetivo de desarrollo del gobierno de 77 millones de toneladas al año, momento en el que Qatar representaba entre el 25 y el 30% de las exportaciones mundiales de GNL.
Las perspectivas económicas para el futuro son aún mejores. El Banco Mundial clasificó a Qatar como “la economía de más rápido crecimiento” después de la pandemia. Según el organismo, se espera que el PBI real del país aumente un 4,9% este año, seguido de un crecimiento del 4.5% en 2023 y del 4.4% en 2024. La guerra en Ucrania ha jugado un papel importante en esos números, ya que se espera que los líderes europeos acudan a la nación peninsular para reemplazar el gas natural ruso.
La combinación de su enorme riqueza en recursos y su relativa estabilidad política —figura en el puesto 29 como país más pacífico a nivel global— dio a los funcionarios qataríes un considerable margen de maniobra y liberó al país de las presiones socioeconómicas que afectaban a sus vecinos más grandes de la región. Con el tiempo, esto se tradujo en una importante estrategia de soft power y reforzó su reputación internacional. Ejemplos concretos son la creación en 1996 de la emisora de noticias Al Jazeera, que es el principal canal de noticias del mundo árabe y uno de los más importantes del mundo con una audiencia superior a los 270 millones de hogares, o la compra de las famosas tiendas Harrods de Londres o del club de fútbol París Saint-Germain (PSG).
Pero las ambiciones geopolíticas de Doha no fueron bien recibidas por sus vecinos, especialmente por Arabia Saudita, que en 2017, junto con Bahrein, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos rompieron lazos con Qatar , acusándola de apoyar a diversos grupos terroristas y sectarios –como la Hermandad Musulmana– que pretendían desestabilizar la región. Las fricciones se originaron con la Primavera Árabe, cuando la pequeña monarquía gobernada por la familia Al Thani se alejó de su tradicional papel de mediador diplomático para abrazar el cambio en Medio Oriente y el Norte de África y apoyó a las fuerzas políticas islamistas ascendentes en los países en transición. Buscaba dirigir la respuesta regional a la agitación en Libia y Siria en nombre de la “búsqueda de soluciones árabes a los problemas árabes”. Los actores regionales consideraron que su enfoque era exagerado y eso aumentó el escepticismo sobre sus motivaciones políticas.
“En la región del Golfo se ha producido un conflicto aproximadamente cada 10 años y si sos un país diminuto y extremadamente rico y tenés estos enormes estados al este y al oeste necesitás garantizar tu seguridad”, dice Roberts. “Esta ha sido la fuerza motora detrás de la política exterior qatarí en los últimos 30 años”.
Lo que ha cambiado a lo largo del tiempo es la estrategia para garantizar esa seguridad. El enfoque de política exterior del emir Jalifa bin Hamad Al Thani —el abuelo del actual emir— consistía “en esconderse para evitar cualquier tipo de problema”. Pero su hijo, Hamad bin Jalifa Al Thani, quien depuso a su padre en un golpe de Estado en 1995, tenía una perspectiva completamente diferente: quería buscar seguridad bajo los focos. “Quería contar con el mayor número posible de aliados internacionales para que, en caso de que efectivamente algo le pasara a Qatar , la gente no se quedase rascando la cabeza y pensando: ‘¿Existe un país que empieza con la letra Q?’”, dice Roberts.
Para entonces, Qatar ya contaba con el apoyo de Estados Unidos. La cooperación militar entre Washington y Doha comenzó a desarrollarse durante la Guerra del Golfo (1990-1991), cuando ambos países formaron parte de la coalición militar para expulsar de Kuwait a las fuerzas iraquíes lideradas por Saddam Hussein.
En 1992, tras la guerra, Qatar y Estados Unidos firmaron un acuerdo de cooperación en defensa que se fue renovando y extendiendo en años posteriores. El actual jeque Tamim bin Hamad Al Thani, quien sucedió a su padre en 2013, ha profundizado esta alianza, representada especialmente por la enorme base militar estadounidense, Al-Udeid, construida al norte de Doha en la década de 1990, con una inversión de mil millones de dólares, o con su importante rol en las negociaciones entre Washington y los talibanes, quienes abrieron una oficina en la capital qatarí en 2013 para encarar estos diálogos.
Pero más allá de sus estrechos lazos con Estados Unidos, Qatar también debe mirar hacia el otro lado; esto incluye a Irán, uno de sus principales socios comerciales y enemigo jurado de Washington, con el que mantiene relaciones amigables a diferencia de los demás países del Golfo.
“Las dificultades que ha tenido con los vecinos en los últimos años hacen definitivamente los esfuerzos de Qatar por construir múltiples alianzas internacionales un poco más urgentes y necesarios”, dice a LA NACION Elizabeth Shakman Hurd, profesora de Ciencias Políticas y Estudios Religiosos de la Universidad de Northwestern.
Los vecinos intentaron utilizar esa relación para boicotear los esfuerzos qataríes por impulsar su imagen internacional, pero, hasta el momento, fracasaron. “La idea de que Estados Unidos no mantendría lazos con ningún país que haga negocios con Irán significaría que Estados Unidos quedaría aislado de la mayor parte del mundo. Simplemente no es práctico”, concluye Hurd.
Irónicamente, lo que sí ha dañado la imagen internacional de Qatar es el propio Mundial. El mega evento deportivo puso la lupa sobre el cuestionable historial de derechos humanos del pequeño país del Golfo, en donde las mujeres viven bajo un sistema de tutela masculino y la homosexualidad y las relaciones sexuales fuera del matrimonio son castigadas con penas de cárcel. De hecho, un reciente informe de Human Rights Watch (HRW) arrojó luz sobre las detenciones arbitrarias, torturas y abusos a los que fueron sometidos miembros de la comunidad LGBTTTI+.
El mundial también mediatizó el escándalo de los trabajadores golondrina, cientos de miles de personas que cada año migran a Qatar , y que son sometidos a condiciones de trabajo deplorables, similares a la esclavitud, según denunciaron organismos de Derechos Humanos.
Lo que Roberts aún no puede determinar, es, si a largo plazo, “el impacto neto” del mundial será positivo o negativo. Lo que sí destaca es que Qatar jamás imaginó que sería objeto de “semejante campaña de boicot en su contra”.
Ese mismo concepto utilizó, indignado, el propio jeque al despotricar recientemente contra las críticas: “Ningún país anfitrión ha sufrido semejante campaña de boicot, deplorando la implacabilidad y la doble vara, cuestionando las verdaderas razones y motivaciones de esta campaña”, dijo. Y subió el tono para cerrar su idea: “algunos utilizaran el boicot como un chantaje porque tienen cuentas políticas, estratégicas y diplomáticas que saldar con Qatar”.
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