Washington.— La republicana Marjorie Taylor Greene sabe que será congresista en Washington los próximos dos años.
Es la única candidata en el Distrito 14 de Georgia, uno de los más blancos y republicanos del país, la mayoría cercanos al ultraconservador Tea Party. Las similitudes en retórica con el presidente de Estados Unidos (han llegado a apodarla La Donald Trump con tacones) la han aupado a las puertas del Capitolio y lo hará siendo la primera en haber declarado, abiertamente, que cree en la teoría de la conspiración de QAnon.
Hacer una descripción sencilla de todo lo que envuelve QAnon es complejo. Quizás una de las mejores es la que hizo Travis View, experto en la materia y presentador del podcast QAnon Anonymous: “Básicamente es una teoría de la conspiración muy elaborada, y se podría decir que incluso es un movimiento extremista doméstico; sostiene que el mundo está dominado por una camarilla de pedófilos satánicos que controla todos los niveles de poder.”
Los verdaderos creyentes de la teoría, quienes se denominan believers, piensan que Trump está en una guerra invisible contra esta cábala satánica para salvar Estados Unidos. El Buró Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) lo considera amenaza de terrorismo doméstico.
En un reciente y extenso artículo en la revista The Atlantic, la periodista Adrienne LaFrance comparaba QAnon con el “nacimiento de una nueva religión”. Gregory Stanton, presidente-fundador de Genocide Watch, opinaba que es simple y llanamente una “secta nazi que ha renovado su imagen (...) El mundo ha visto QAnon antes. Se le llamó nazismo. Con QAnon, el nazismo quiere regresar”, concluyó en su artículo en Just Security, en el que repasaba las coincidencias y conexiones entre ambos.
La teoría ha llegado incluso a tocar a México: en una serie de videos publicados en 2018, uno de los objetivos fue la cementera Cemex, acusándola de tener un espacio de tráfico de personas en un terreno abandonado de su propiedad en Arizona.
QAnon es cada vez más popular en Estados Unidos. A mediados de septiembre, Pew Research Center detectaba que el porcentaje de estadounidenses que habían oído hablar de QAnon en los últimos seis meses se duplicó (de 23% a 47%).
Hay una línea divisoria partidista sobre este asunto: según una encuesta de Civiqs, empresa vinculada al medio progresista Daily Kos, 33% de los republicanos cree que la teoría QAnon es cierta en casi su totalidad; 23%, que sólo algunas hipótesis.
La Q ya no es sólo la decimoctava letra del abecedario español (la decimocuarta consonante), o la decimoséptima del abecedario inglés. Q (llamado así por el certificado de seguridad Q con acceso a material clasificado del gobierno) es un ser casi mitológico, el responsable de dejar pistas en foros oscuros de internet sobre el supuesto complot satánico. Carteles con la letra Q son cada vez más visibles en los mítines de Donald Trump y sus teorías se expanden como la pólvora.
Eso implica que llegan también al discurso normalizado de la política. En este ciclo electoral se presentaban 81 candidatos que se declaraban seguidores de QAnon: 24 estarán en las papeletas en noviembre. Su ascenso se entiende por el acercamiento del trumpismo —y, por tanto, de parte del Partido Republicano— a las teorías conspiradoras.
El fenómeno está tan en boca de todos que incluso la Cámara de Representantes tuvo que aprobar una resolución condenando QAnon y sus teorías de la conspiración, aunque no por unanimidad. Dieciocho congresistas votaron en contra: 17 republicanos y un tránsfuga conservador que se dice libertario.
Es algo que se está extendiendo por el mundo. Un análisis del diario británico The Guardian descubrió que QAnon está penetrando el Reino Unido, uniendo sus teorías con los seguidores radicales favorables al Brexit o cercanos a movimientos de ultraderecha. En Alemania ya hay más de 200 mil cuentas neonazis que difunden las teorías y a finales de agosto organizaron una manifestación en las calles de Berlín.
En Europa, al contrario que en Estados Unidos, ningún político de entidad ha dado publicidad o defendido QAnon. Todo lo contrario a Trump, quien no sólo ha retuiteado decenas de videos e imágenes que salieron de foros oscuros, sino que se ha negado a repudiarlos o desprestigiarlos.
“He oído que son gente que ama a nuestro país”, dijo en conferencia de prensa hace un par de meses, apuntalando el mensaje patriota. “Entiendo que les gusto mucho, y lo aprecio”, añadió, negándose a denunciarlos.
Trump ha sido un asiduo de dar cobijo y amplificar teorías de la conspiración. Su carrera empezó con el birtherism, poniendo en duda si Obama había nacido en Estados Unidos. Ya como aspirante republicano a la presidencia, difundió teorías sin sentido sobre posibles asesinatos, como la acusación de que el padre del senador republicano Ted Cruz había matado a John Fitzgerald Kennedy o que la muerte del juez del Supremo Antonin Scalia no había sido por causas naturales.
El propio Obama, en una entrevista en el podcast Pod Save America, publicada esta semana, culpaba a su sucesor de ser un activo indispensable en la difusión de desinformación: “Trump es un síntoma de eso y un acelerador (…) Se ha puesto el turbo por culpa de las redes sociales y porque el jefe de nuestro gobierno ha recurrido a ello”.
Las ideas de que los fraudes electorales están en el orden del día y que hay una cloaca del Estado que lo persiguen y conspiran en su contra son constantes en su ideario y retórica, y casan perfectamente con todo lo que aparece en los foros de QAnon.
El vicepresidente Mike Pence se ha desmarcado de la teoría “sin pensarlo dos veces”. El demócrata Joe Biden, preguntado por el acercamiento implícito de Trump a QAnon, respondió sarcásticamente que su apoyo es por defender la “salud mental”.
El mensaje de QAnon, haciendo énfasis en el patriotismo, es muy apetecible por la base electoral más radical de Trump. “Es una oportunidad única de acabar con esta cábala global de satánicos pedófilos”, decía Greene al inicio de su incipiente andadura política. Meses después, como tantos otros y ante el escándalo generado por sus creencias, intentó desmarcarse de QAnon con una justificación ambigua.
El Insititute for Strategic Dialogue (ISD) estudió hace poco el impacto y la actividad de los foros de QAnon y los recopiló en su análisis The Genesis of a Conspiracy Theory. Los resultados son impactantes: desde su incepción en octubre de 2017 se han lanzado más de 4 mil “pistas” que vinculan diversas narrativas conspiranoides y unen antivacunas, antisemitas y antimigrantes con la teoría del complot pedófilo.
Twitter, hace meses, bloqueó más de 7 mil cuentas vinculadas a QAnon, y limitó la difusión a más de 150 mil. Facebook, a principios de octubre, anunció que prohibía en sus plataformas las cuentas relacionadas con QAnon, una acción que la compañía consideró necesaria para limitar la “habilidad de QAnon y movimientos sociales militarizados”. Días después se uniría Youtube.
Para burlar los cierres y seguir con su plan de diseminación mundial de sus teorías, los grupos y seguidores de QAnon están tomando medidas como eliminar las referencias explícitas a Q o el uso de etiquetas comunes, especialmente referentes al cuidado y protección de menores, como #SaveTheChildren.
Su actividad ha vivido un despegue desde marzo de 2020: fue especialmente significativa la campaña de desinformación sobre el Covid-19 y las protestas antirracistas tras la muerte de George Floyd.
El ISD alerta que hay que tener muy presente la importancia que puede tener QAnon en el ciclo electoral, algo que debe tomarse “en serio”. “La comunidad QAnon busca denigrar los opositores políticos del presidente Trump mientras idolatran a sus seguidores. La desinformación generalizada que está ligada a esta conspiración significa que tiene el potencial para actuar como un vehículo importante de desinformación de cara a las elecciones”, resuelve el estudio.
Ya lo están intentando de forma muy acelerada con los votantes latinos en Florida, que están viendo cómo sus redes sociales —especialmente a través de Whatsapp— se está inundando de desinformación, principalmente para disuadirlos de que participen en las elecciones, argumentando que votar por correo no es seguro y que el sistema va a ser pirateado en su contra.
“Cuando una teoría de la conspiración como esta se expande y empieza a desestabilizar, eso puede llevar con el tiempo (…) a que en la noche electoral no creas que los resultados sean reales, que están amañados”, comentó el congresista republicano Adam Kinzinger a la CBS. Aun así, Kinzinger, uno de los conservadores que más ferozmente se ha posicionado contra QAnon, sabe seguramente que a partir de enero compartirá Cámara legislativa con al menos una seguidora de la conspiración.