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Cuando daba sus primeros pasos en la docencia, Carla Rivero jamás se imaginó que se convertiría en la primera persona transgénero en ocupar el cargo más alto de una escuela en Santa Fe. Allá por 1996, solo había otras dos mujeres trans en la provincia que, como ella, tenían un trabajo formal. Una era oficial de policía y otra enfermera. Carla era la única docente. La propuesta la recibió hace unos días: hacer historia convirtiéndose en la directora de la escuela primaria Nº79 “República del Paraguay”, ubicada en la ciudad de Rosario.
Carla, que tiene 52 años y lleva 28 ejerciendo la docencia, ocupará el cargo por un mes, mientras la directora actual está de licencia. Mientras tanto, sueña con que algún día pueda ejercer ese rol de manera permanente. Antes de elegirla a ella para el reemplazo, entrevistaron a otras 15 personas para el puesto de directora. Su perfil fue el que más los convenció.
Cuando finalmente la seleccionaron, se lo comunicaron por teléfono. Ella se estaba preparando para ir a trabajar, una hora antes de que comenzara su turno. Como su mamá estaba con ella, fue la primera en enterarse: “Mami, voy a ser directora de escuela”, le dijo y se abrazaron.
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Ese mismo día, el 22 de marzo, comenzó en su nuevo puesto, que implica estar a cargo de 537 estudiantes, de entre 6 y 12 años. “Es necesario que se habiliten estos espacios de trabajo para personas trans. En los 90 éramos solo tres, pero hoy somos muchas más las que tenemos empleos formales”, dice en diálogo con La Nación.
Desde 2021 Carla es coordinadora del primer Espacio Educativo Secundario Travesti, Trans y Disidente en Rosario, puesto que sigue ocupando en paralelo a la dirección de la primaria. Esa experiencia de coordinación y sus casi tres décadas como docente la prepararon para este momento, pero no pudieron evitarle los nervios y la emoción que sintió cuando llegó a la escuela, ya como la nueva directora: “Me costaba verme sentada en el escritorio”.
En los 90, sin una ley como la de Identidad de Género que la amparara, una compañera tuvo la idea de comenzar a decirle “Carly”. “Ese nombre neutro me acompañó durante muchos años, porque yo no tenía protección legal para ser ‘Carla’ y ‘Carly’ me sirvió para habitar la escuela desde un lugar cómodo”, explica.
Para Carla, salir a la calle y asistir a la escuela con pantalones ajustados y las uñas pintadas podía significar pasar el fin de semana presa por causar un “escándalo público”. Y cuando le sucedió, tuvo la suerte de contar con un empleo formal que la ayudó a justificar que no estaba “trabajando en la calle” y salir el lunes de la comisaría para ir a trabajar.
La oportunidad a la que accedió Carla surge en un contexto muy poco favorable para las personas trans. La expectativa de vida de este colectivo es de alrededor de 40 años y la imposibilidad de acceder a una educación de calidad y un empleo formal lleva a más del 70% de estas personas a ejercer el trabajo sexual como principal fuente de ingresos, según una investigación del Programa de Género y Diversidad Sexual de la Ciudad de Buenos Aires.
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Sus alumnos la llaman “Carla”, “directora” o “seño”, pero cuando comenzó su carrera como docente, a los 24 años, todavía le decían”Carlos”. Una amiga suya, que ya estaba recibida y trabajando, la recomendó en su colegio. Empezó con una suplencia en un cuarto grado al que le llevó unos días acostumbrarse: “La primera semana dudé respecto a que la enseñanza fuera para mí”, recuerda. Al año de esa crisis vocacional, Carla comenzó a transicionar en esa misma institución, la Escuela 1271, que se volvió su hogar durante 20 años.
Su familia siempre la apoyó y su identidad la tenía presente hacía años, pero Carla sintió que allí, rodeada de alumnos y colegas, era “el momento indicado” para hacerlo: “Siempre fui bastante transparente con esas cuestiones y aunque traté de tener una vida hetero cis por las presiones sociales, no pude”. Cuando su cambio comenzó, todavía no existía el término “transgénero” así que la llamaban “travesti”.
Ese fin de semana que pasó encerrada, condicionó una época en la vida de Carla. Al principio los policías no le creían que fuese maestra, incluso se reían y la obligaron a desnudarse. Recién cuando se comunicaron con el colegio en donde trabajaba la dejaron ir. Reconoce, sin alegría, que tuvo cierta ventaja: “Había otras chicas trans que no tenían ni estudios y podían llegar a estar un mes encerradas por cosas que no habían hecho”. Ahora, gracias a que las leyes han cambiado y a la lucha de tantas otras Carlas, cuenta que este año “ya hay 40 personas trans más” que se incorporaron al mercado laboral en Santa Fe.
Según el "Diagnóstico sobre la situación laboral de las personas travesti trans", elaborado por la asociación civil sin fines de lucro Impacto Digital, más del 80% de las personas trans “manifiestan que las búsquedas laborales son situaciones particularmente hostiles dada la discriminación que reciben por su identidad y expresión de género”. Además, el informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) indica que un alto porcentaje de las personas trans de la Argentina viven en la pobreza y la indigencia.
En sus casi 30 años enseñando, Carla ha visto cambios legales y sociales que se dieron a “pasos agigantados”, pero considera que “todavía hay un largo camino por recorrer”. Desde que compartió en sus redes su logro profesional y su historia alcanzó a más personas, los comentarios, tanto negativos como positivos, no pararon de llegarle. Esto le trajo recuerdos de cuando le hicieron su primera nota en el 2007: “Mucha gente me empezó a cuestionar entonces y tenía que explicar por qué una persona trans estaba dando clases”.
Casi la totalidad de los mensajes que le llegaban eran de personas que no tenían relación alguna con ella o su trabajo y tenían que ver con su identidad de género, sobre todo, con la preocupación de que pudiese “contagiar sus inclinaciones a los chicos”. “Parece mentira, pero todavía recibo este tipo de comentarios e incluso peores”, asegura y enseguida remarca que está feliz por la cantidad de exalumnos y colegas que se tomaron el tiempo de escribirle: “La mayoría de los mensajes son positivos y dan cuenta de la labor que hice en todo este tiempo”.
“Siempre fui recibida con mucho amor, por padres, alumnos y compañeros”, dice, pero cuenta que en el 2015, cuando se mudó a Corrientes, los primeros dos años trabajó en un colegio donde la directora no reconocía su identidad. En una ocasión, durante una reunión de padres, le comentó a los presentes que “la señora de tercer grado no era una señora sino un señor”. Una madre que presenció la situación llegó a grabarla y Carla acudió al Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) para pedir ayuda y hacer la denuncia. Después, decidió trasladarse a otro colegio por cinco años más, donde la recibieron “con mucho afecto”. Finalmente volvió a Rosario.
“Lo único que traté de sembrar en mi carrera fue el amor y enseñar no sólo contenido, sino a ser buenas personas, habitar lugares pluralistas e inclusivos”, dice. En su primer día como directora, todo el colegio la esperó en la calle para recibirla con aplausos. “Esos gestos me llenan de emoción y me hacen pensar que algo bueno habré hecho”.
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