¿Paradigmas a la baja? Las acciones y la retórica del presidente Donald Trump en relación con los medios parecerían llevar a las legendarias libertades informativas de su país a planos comparables a los estándares venezolanos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro o argentinos de los esposos Kirchner.
Esta misma semana el titular del Departamento de Justicia estadounidense (nombrado por Trump) anunció la decisión del gobierno de combatir en tribunales la fusión de AT&T y Time Warner, incluyendo sus cadenas HBO y CNN, ésta última una y otra vez atacada por Trump por la cobertura informativa de su campaña y su gobierno. Y este paso del presidente de Estados Unidos ha sido comparado con los obstáculos de los Kirch-ner a la fusión en Argentina del conglomerado de medios de Clarín con Cablevisión. O con la salida del aire de la cadena RCTV de Venezuela a causa de la no renovación de la concesión decidida por Hugo Chávez, acompañada de furiosas reacciones del dictador a la cobertura periodística del gobierno bolivariano.
Volviendo a Estados Unidos, se sabe que el yerno del presidente exigió a un directivo de Time Warner que despidiera al 20% del equipo informativo y editorial de CNN, el que cubrió la campaña y que ahora informa del curso crítico de la presidencia. Y cada vez son más ostensibles las presiones sobre Jeff Bezos, el genial creador de Amazon y nuevo dueño del Washing-ton Post por el seguimiento informativo del diario, además de que siguen lloviendo las descalificaciones de la Casa Blanca contra la cobertura del New York Times.
Y aunque EU todavía parece lejos del extremo venezolano de hacer que un juez declare mentalmente incapaz a un director de periódico como Teodoro Petkof, el lúcido y digno ex guerrillero que optó por ejercer las libertades civiles desde la prensa, lo cierto es que la mentalidad de Trump parece cada vez más disociada del paradigma de la ‘sociedad democrática de mercado’ (Michael Schudson, Discovering the news) en que floreció el periodismo en Estados Unidos, gracias a la expansión de empresas informativas que abrieron mercados de lectores, de audiencias y de publicidad comercial, al margen de la injerencia del poder político.
El marcador
El saldo de este choque parecería contrario a la causa del mandatario y favorable a las empresas informativas y a sus operadores: reporteros, comentaristas, editorialistas. Y es que Trump acumula ya prácticamente dos tercios de opiniones desaprobatorias de su gestión, gracias a su estrategia de comunicación fincada en sus mensajes de Twitter y el respaldo de la radio y la televisión de la derecha más primitiva, mientras sus enemigos del establishment liberal de los medios crecen en audiencias, circulación y publicidad al exhibir diariamente el alud de decisiones y posiciones aberrantes y de afirmaciones falsas o engañosas del presidente.
Maten al perro guardián
La retórica del presidente de EU aparece cada vez más opuesta al paradigma de la prensa como el ‘cuarto poder’, la traducción americana del ‘Fourth Estate’: el cuarto estamento (o clase), al lado de los tres originales: la nobleza, el clero y los comunes que en su origen integraron el Parlamento británico. Thomas Carlyle le atribuye el concepto a Edmund Burke, quien habría querido así subrayar la importancia mayor de los reporteros situados en la galería del recinto parlamentario, por encima de las bancadas de los estamentos.
Desde allí los cronistas acababan determinando para los ciudadanos el sentido de los debates y las resoluciones del propio parlamento.
Ya en Estados Unidos cobró sentido la identificación del Fourth Estate con un cuarto poder, que esta vez aparecía junto a los tres característicos de las Repúblicas: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial.
Sólo que el papel que se le asignó entonces a la prensa fue el de vigilante de esos poderes del Estado y de todos los hechos y actos que afectaran o incidieran en la sociedad. Se fue configurando así el paradigma del ‘Watchdog journalism’ (periodismo de perro guardián), el que vigila, atento al acontecer, el que husmea e investiga lo oculto y alerta a la manera del perro guardián que ladra al descubrir algo relevante. Y es contra este periodismo y este paradigma que embiste Trump.
Rastrear en el cieno
Ante ello, los medios agredidos no se han limitado a resistir a la defensiva, sino que han fortalecido sus funciones de vigilancia activa. Por un lado establecieron programas permanentes de verificación sistemática de hechos (‘Fact-checking’) que aplican a toda declaración presidencial. Y por otro lado, han tendido a revivir un género importado del Reino Unido a mediados del siglo XIX, practicado a principios del siglo XX y replicado en los años sesentas: el de los ‘muckrakers’ (rastreadores del cieno).
Y aquí, el poder autárquico, sin frenos ni contrapesos que parece estar en la mente de Trump se encuentra en un tour de force con renovadas expresiones de los paradigmas del cuarto poder, el watchdog journalism y revividos muckrakers que han cambiado el rastrillo para hurgar en el estiércol por potentes buscadores digitales para detectar datos reveladores y movimientos sospechosos de personas y recursos.
La pelea: definir la agenda pública
Lo que está en juego finalmente es la vieja pelea por controlar a través de los medios la definición de la agenda pública, es decir, el establecimiento del temario y del sentido de las conversaciones y los debates públicos. Los gobiernos de los regímenes democráticos lo intentan con los recursos estratégicos de la comunicación. Los gobernantes autoritarios tratan de hacerlo por la vía de la represión. Es el caso de los intentos de la Casa Blanca de Trump, del palacio de Miraflores de Chávez y Maduro o la Casa Rosada de los Kirchner.
Las relaciones entre los poderes del Estado con el llamado cuarto poder, valga la tautología, son, en las democracias, relaciones de poder. En otras palabras, el problema de los medios no es de cercanía o lejanía con el poder, ya que ambos están destinados (o condenados) a ir juntos y en permanente tensión. En la llamada ‘sociedad democrática de mercado’ el peso del poder político de los gobernantes suele encontrar un contrapeso en las empresas informativas: sus mercados de lectores, audiencias, anunciantes y relaciones corporativas. Esto es lo que intenta romper Trump al tratar de evitar la alianza de CNN y AT&T con una excusa antimonopólica que su gobierno no aplica a otras fusiones realmente monopólicas. O cuando identifica machaconamente a esa cadena y al New York Times y al Washington Post con el apelativo de fake news desde el bully pulpit de la presidencia para debilitar su capacidad de contrapesar al poder político.
En democracias incipientes como la de México y otros países de Latinoamérica y Europa, que dejaron atrás el virtual monopolio del poder político y superaron el monopolio de la definición de la agenda pública que se imponía a través del control de los medios, hay que advertir que el desencanto en las transiciones provoca riesgos de regresión autoritaria, caudillismo populista u otras formas de concentración del poder con el consiguiente debilitamiento o supresión de medios críticos. Y ante la eventualidad de una involución como la de hoy en Estados Unidos, allí está la lección de los medios para afianzar el poder que otorgan los mercados de lectores, audiencias y anunciantes, así como las alianzas corporativas que sostienen el contrapeso de los medios y sus funciones de vigilancia de los poderes autoritarios.